EL PAíS
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Del individuo egoísta al solidario
Por Ricardo Sidicaro *
Desde hace más de una década, los diagnósticos de los medios de comunicación, de la mayoría de los dirigentes políticos y de los analistas de las ciencias sociales tienden a coincidir en la afirmación de que en nuestro país se han debilitado los lazos sociales y que el individualismo ha alcanzado niveles superiores a los registrados anteriormente. Junto con esa situación de desestructuración social se estableció una importante lucha ideológica para definir al “individuo”, cuestión que no era obvia y de la cual podían salir los fundamentos de disímiles proyectos económicos y sociales. Los neoliberales fueron claros: el individuo es egoísta, se mueve defendiendo estrechos intereses inmediatos y sus deseos de consumo y de ganancias necesitan la total libertad de mercado pues las regulaciones estatales perjudican el “interés general” que puede alcanzarse con la armonización automática o espontánea de los intereses egoístas. El menemismo hizo suya esa visión de los sujetos que, incluso, compartió buena parte de la oposición.
¿De dónde los neoliberales habían sacado sus ideas sobre el “individuo egoísta”? Escasos fueron los doctorados en Chicago, muchos más eran graduados en Neustadt y con posgrado en Ambito Financiero. Mayor, sin duda, el número de los lectores de libros de economía empresaria. Pero no resulta para nada arriesgado suponer que una inmensa cantidad de predicadores neoliberales habían construido sus convicciones haciendo introspección y con esa singular experiencia encontraron al “individuo egoísta” en sus fueros íntimos y con inocultable narcisismo creyeron descubrir la naturaleza del hombre universal.
Al amparo de los éxitos momentáneos, en las condiciones socio-políticas de los ‘90, el individuo egoísta fue el supuesto explícito del “pensamiento único” (el neoliberalismo me gusta y es lo único que se puede hacer) y el fundamento más silencioso del llamado “pensamiento cero” (me disgustan las consecuencias sociales del neoliberalismo pero no se puede hacer otra cosa). Las políticas neoliberales de los gobiernos 1989-2001 desestructuraron de modo creciente la sociedad, la economía y la vida política y terminaron en el caos. Mientras se cerraba la etapa crecía el número de individuos excluidos, empobrecidos, indignados, desocupados, confiscados, emigrados y se multiplicaban las protestas reclamando integración social, justicia, seguridad, empleos e ingresos dignos, es decir, las principales dimensiones de la solidaridad social.
En esos años de agonía del “modelo”, la discusión sobre el individuo fue práctica más que teórica y el tema saltó al primer plano con el estruendoso fracaso de la Alianza. En un clima social azorado por la realidad del abismo tan temido, las nuevas ideas sobre el individuo se colocaron en un plano superior al de los viejos paradigmas de los partidos argentinos y al de la concepción que había entronizado al egoísmo del mercado.
La demanda de una nueva manera de plantear la vida política y económica estaba presente en la conciencia pública antes que apareciera lo que dio en llamarse el kirchnerismo, cuya rápida aceptación en la opinión ciudadana resultó de la manera en que el nuevo presidente se dirigió a una sociedad con vínculos sociales enormemente debilitados, pero sin creer que estaba frente a individuos egoístas preocupados exclusivamente por satisfacer consumos y deseos personales. La suma de los apoyos casi unánimes que logró puede explicarse fundamental, si bien no exclusivamente, por haber presentado una idea de sociedad en la que sus miembros eran definidos por sus expectativas de justicia, de igualdad ante la ley, de soberanía nacional, de respeto a la democracia y de reparación económica y social, es decir, el “individuo solidario” reemplazaba al “individuo egoísta”.
El kirchnerismo puede considerarse como una respuesta positiva a las demandas generalizadas en la sociedad y, lo que no es contradictorio, comouna estrategia de la generación joven de la clase política para reconquistar la legitimidad perdida. Los factores personales siempre son difíciles de ponderar, pero el nuevo presidente puso en circulación un discurso que se combinó bien con las expectativas de los individuos que lo escuchaban. No es posible saber si los expertos en comunicación auscultaron lo que la gente pensaba o si los años de militancia política en ciudades chicas y con mucho trato cara a cara ayudaron a Kirchner y a su grupo a dirigirse a la sociedad pensando que está compuesta por individuos con demandas plurales y no reducidas al egoísmo posesivo. Esa actitud fue decisiva para que surgieran las ilusiones de muchos individuos que habían visto diluir sus anteriores ilusiones colectivas.
Durante años, muchas personas perdieron muchas cosas: los lazos estables del mundo del trabajo, la protección de organizaciones de defensa de sus intereses sectoriales, los vínculos con las tradiciones de los grandes partidos en los que depositaban su confianza, las inserciones en sistemas culturales o educativos de producción de sentimientos compartidos, pero junto con esas situaciones de creciente desamparo una buena parte de la población demostró que había adquirido niveles más autónomos de reflexión sobre la vida personal y social, que vivía de manera menos tradicional, que sus preferencias políticas eran más volátiles y que desconfiaban de todas las instituciones. Se hicieron frecuentes las acciones de autorrepresentación de intereses y las formas directas e innovadoras de ganar la calle para protestar.
En las provincias más tradicionales varias puebladas terminaron o enfrentaron a prolongados regímenes de dominaciones casi feudales. Si bien no surgieron nuevos partidos políticos medianamente importantes que consiguieran la confianza estable de los individuos movilizados, los viejos perdieron su anterior atractivo. No sólo en el caso argentino sino en muchos otros países, la política del siglo XXI se encuentra frente a individuos que han dejado de depositar sus adhesiones del modo en que lo habían hecho las personas del siglo anterior, que se caracterizó por las grandes movilizaciones de multitudes y por las modalidades de regimentar masas.
En esas condiciones no cabe sorprenderse de que las antiguas ilusiones colectivas, fuertes y estables tiendan a ser reemplazadas por ilusiones que pueden ser compartidas por muchos individuos pero que son más débiles, que movilizan menos sus emociones y que piden pruebas frecuentes para ser revitalizadas. La Alianza consiguió el gobierno convocando las expectativas de individuos heterogéneos y reflexivos, ofreciéndoles propuestas éticas y de renovación de las culturas institucionales, perdieron con rapidez los apoyos por “incumplimiento de contratos”.
El kirchnerismo, comparado con la experiencia aliancista, tiene notables ventajas: en primer lugar sabe cómo colapsó aquélla. La convicción de los peronistas es que el poder aumenta ejercitándolo. Pero lo más significativo es que se creó sobre la idea del individuo solidario y que colocó en el pasado al individuo egoísta del “modelo”. Además, el actual gobierno se ha conectado con las ilusiones de muchos individuos sin recurrir a promesas economicistas y sin confundir la sociedad con un mercado, y generalizó la creencia de que el problema argentino es político. Probablemente, el obstáculo del kirchnerismo se encuentre en la dificultad para crear nuevas formas de participación para tantos individuos reflexivos y exigentes a los que por ahora reconcilió con la política.
Difícilmente una federación de caudillos municipales, de gobernadores provinciales y de aliados sin partido pueda deliberar y establecer las respuestas que espera una sociedad que se modernizó institucionalmente en 20 años de democracia y que se complejizó en disímiles y contradictorios aspectos durante un decenio y pico de globalización, a pesar de que todosucedió al mismo tiempo que aumentaron las desigualdades sociales. Las nuevas esperanzas requieren la creación de instancias de participación política que integren realmente las aspiraciones de la ciudadanía.
Las ventajas de hablarles con sinceridad a los individuos, sin pensar que son entes egoístas, puede ser una de las claves que favorezca la invención de una nueva etapa histórica, que necesitará realismos e ilusiones para enfrentar a los adversarios sociales y económicos que ya suscitó y para neutralizar a los amigos clientelistas que, seguramente, no tienen la más mínima vocación de cambio.