EL PAíS › OPINIóN
› Por Edgardo Esteban *
Han pasado 33 años de aquel 2 de abril de 1982, en medio de la dictadura militar que asolaba a Argentina. Por aquellos días, Julio Cortázar decía: “En momentos en que la atención mundial se concentra en el Cono Sur sangrientamente iluminado por el fuego de la guerra de las Malvinas, tal vez por fin los pueblos latinoamericanos entiendan el mensaje de Simón Bolívar y sientan que su verdadera identidad es más continental” y agregaba: “Se abre la posibilidad de que el enemigo máximo, EE.UU., aproveche su alianza con Gran Bretaña para instalarse en esas Malvinas que hoy cuestan la sangre de centenares de soldados argentinos”. Como un déjà vu, mientras nuestro gobierno reclama la necesidad de sentarse a dialogar sobre la situación de las islas Malvinas, recibe el apoyo de las naciones del mundo y se ampara en el derecho internacional, Gran Bretaña apuesta nuevamente al armamentismo, intentando militarizar aún más nuestro mar austral.
Hoy vuelven a llamar la atención las últimas informaciones sobre el reforzamiento de la base militar inglesa en las islas, Mount Pleasant, argumentando que se trata de prevenir un posible ataque argentino. El Reino Unido pretende mantener en el sur este resabio colonial del siglo XIX y resulta absurdo que agite el fantasma de una presunta amenaza argentina, sólo para justificar el aumento del presupuesto en armas y consolidar la militarización de las islas, único lugar del planeta donde cada dos habitantes hay un soldado. No tiene ninguna explicación real, más que sostener esa base militar, la más grande del Hemisferio Sur, totalmente desproporcionada en una región de paz. Es evidente que sus verdaderas intenciones son continuar explotando nuestras riquezas marítimas, controlar el mar austral y asegurarse el dominio sobre la Antártida. Mientras se niega al diálogo y al cumplimiento de las resoluciones de la ONU, la decisión británica de aumentar la presencia militar en Malvinas es una provocación no sólo para la Argentina, sino también para los países de América latina. Malvinas es territorio no sólo de Argentina, sino de esta Patria Grande que apoya la idea de terminar con el colonialismo británico en la zona y el aporte de mecanismos multilaterales como Celac y Unasur es fundamental. Argentina va a seguir potenciando sus esfuerzos a favor de la paz, reiterando su reclamo en todos los foros internacionales y este año, en particular, ya que se cumplen 50 años de la resolución 2065, momento diplomático fundamental cuando la ONU llamó por primera vez al diálogo entre Argentina y el Reino Unido.
En su último discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, la presidenta Cristina Kirchner mencionó, una vez más, el tema de las Malvinas. Esta vez, repudió el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que rechazó las causas en las que se juzgan las 120 denuncias de vejámenes contra 74 militares implicados por las torturas que ocurrieron durante la guerra de 1982. La jefa de Estado incitó a los ex combatientes a que vayamos a la Corte Interamericana de Derechos Humanos a realizar las denuncias por los delitos de lesa humanidad cometidos por nuestros propios superiores durante el conflicto bélico y decía: “Estoy segura de que van a ser atendidos, porque no podemos pasar por alto la tortura y los vejámenes que sufrieron nuestros combatientes en Malvinas cuando fueron a dar la vida por la patria, por todos nosotros”. Si bien la respuesta de la Justicia a estos actos cometidos por la dictadura está pendiente, en estos doce años de gobierno la cuestión Malvinas se ha transformado en una política de Estado. Tanto a nivel interno en políticas de reparación, simbólicas, como en los derechos brindados a quienes participamos del conflicto bélico mediante resarcimientos históricos, aumento sistemático de las pensiones, asistencia médica y psicológica gratuitas en centros de salud y la creación del Museo Malvinas no sólo como nucleador de pertenencia en el Espacio para la Memoria y los DD.HH., sino también a nivel internacional, defendiendo el reclamo en los foros internacionales. La democracia argentina lleva un largo camino en la construcción de la mirada humana de la guerra en esta lucha por la verdad, justicia, memoria y soberanía. La causa Malvinas debe perdurar en el tiempo, trascendernos como parte de nuestra construcción democrática, es parte fundamental de nuestra identidad y es un legado para las nuevas generaciones.
En los ’80 y ’90, ante la indiferencia de los gobiernos, año a año se incrementaron los casos de suicidio. En soledad, diferentes voces resonaban para rescatar la mirada humana de la guerra y denunciar los malos tratos a los soldados durante el conflicto bélico. A partir del año 2003, esos reclamos se convirtieron en una cuestión de Estado y se tradujeron en políticas concretas. Además, se cambió el paradigma de la guerra por la paz y de la muerte por la vida. De un Estado sordo a las asignaturas pendientes se pasó a un Estado que se hizo cargo de la problemática de los ex combatientes.
En el Encuentro Federal de la Palabra, en Tecnópolis, participé de la presentación de un libro sobre Malvinas, editado en sistema Braille. Fue conmovedor escuchar el relato de María, quien en una sala a oscuras tocaba con las yemas de sus dedos el texto de su prólogo. En ese momento, recordé el film Johnny tomó su fusil, una de las películas que más me conmovió e inspiró para escribir hace ya 23 años el libro Iluminados por el fuego. Es uno de los más duros alegatos contra las secuelas que dejan las guerras. Narra la historia de un joven soldado que, tras una explosión en su trinchera, queda totalmente mutilado y sin voz. Mientras permanece en silencio, sólo comunicado con sus recuerdos, es indefenso, pero se vuelve un personaje peligroso cuando logra comunicarse en código Morse y quiere denunciar su trágica historia. El es la evidencia de la crueldad y del sinsentido de la guerra. Las cicatrices que dejan las heridas de guerra son iguales en todas las guerras. Romper el muro del silencio y narrar la tragedia de la guerra fue difícil, poder hablar, dar testimonio de lo vivido fue, en la primera posguerra, un acto de resistencia. Luego, a partir del debate que generó la repercusión de la película Iluminados por el fuego, los testimonios se replicaron y las historias sobre la guerra de Malvinas se multiplicaron. Desde hace una década, y a partir de la búsqueda de formas de reparación de esa experiencia que nunca se supera, se fueron creando nuevos relatos posibles, desde la escuela, en múltiples expresiones culturales y a través de diversos medios, pero hoy, además, es posible, también, transmitirla de manera más democrática, plural y accesible a todos los ciudadanos. Miguel Savage, un ex combatiente de Malvinas, dice que se siente menos solo cuando ve a tantos jóvenes comprometidos con la causa Malvinas. Comparto esa misma sensación y me sorprendo cuando en las marchas o actos populares veo a los adolescentes participando en las calles, expresando sus ideas con remeras, banderas o cantando consignas que reivindican y llaman a no olvidar la causa Malvinas. Hay algo potente ahí, algo que rescatar, que es la posibilidad de un sueño colectivo. Como argentinos, en comunidad, no podemos retroceder, avalar a aquellos que simplifican la historia y defienden la autodeterminación de los kelpers, sin analizar todo lo que está en juego en estos 182 años de usurpación territorial por parte de los británicos. El vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera, dice que la clave de la revolución transformadora que tiene la región radica en que las personas mantengan la esperanza de un mejor mañana y que dicha esperanza se extienda de manera colectiva. “Si las personas tienen esperanza, somos invencibles”, agrega. Tenemos que transmitir esa esperanza, esa posibilidad de recuperar lo nuestro, lo que nos pertenece de hecho y como sociedad, idear nuevas formas para continuar sistemáticamente nuestro reclamo por la causa Malvinas a las nuevas generaciones.
En junio pasado, al inaugurarse el Museo Malvinas en el espacio para la Memoria, entregué a la Presidenta una zapatilla Flecha, nuestro calzado opcional que rescaté entre la turba cuando regresé a las islas. Pocos días después recibí una carta de la propia jefa de Estado que decía: “No puedo mirar esas zapatillas sin pensar en el muchacho que las llevó puestas. ¿Quién era, cómo era, qué le pasó? Seguro que eran jóvenes, como son jóvenes hoy también una enorme cantidad de militantes, que como vos decís, hacen suya la causa Malvinas y confirman que esa causa nos pertenece a todos (...) La juventud ha vuelto a ponerse de pie en defensa de los intereses de las mayorías populares”. Es el mejor homenaje a los que combatieron, a nuestros muertos que están en el cementerio de Darwin y que aún no tienen su verdadera identidad.
El 2 de abril se conmemora a los veteranos y caídos en Malvinas, y más allá de divergencias en la fecha puntual, me parece fundamental cargar de sentido esa conmemoración para que promueva que otros tomen esa bandera como propia. Además del acto de homenaje, toda marca ligada al pasado tiene inscripta en sí misma un horizonte de futuro, una intención de intervenir para que el futuro sea mejor, para que no repita los errores y horrores del pasado. Alentar esa esperanza que nos dan nuestros jóvenes de no bajar los brazos, de seguir defendiendo esta causa que nos pertenece a todos los argentinos, es un camino de esperanza, de paz, y a favor de la vida...
* Periodista, ex combatiente de Malvinas.
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