EL PAíS › OPINIóN
› Por Mempo Giardinelli
Es difícil hoy dictaminar que estamos en el final de la era kirchnerista, como se esperanzan, agrandados, en la oposición. Pero también es difícil asegurar que el así llamado “modelo” va a continuar. Y más arduo aún es saber cómo. Esa es la sal de la política, la fascinación de los grandes procesos sociales.
Pero éste, si miramos la realidad circundante, la catadura de algunos protagonistas y el inmenso poder global que los apaña, exige extrema mesura y serenidad.
Entre 2003 y 2015, la ciudadanía asistió a varias pulseadas que hoy deben ser leídas con cautela y realismo. Porque la polarización actual, que sin dudas se exasperará en los próximos meses, no resume todo lo malo. Será un rasgo característico de la política argentina de este tiempo, sin dudas, pero lo malo por venir puede ser mucho peor e incluso de una perversidad nunca vista, y eso que los argentinos la vimos lunga, si cabe el lunfardo.
Lo peor que le puede pasar a un país, a toda nación del mundo, es que el pueblo asuma y adopte los discursos más miserables. Bien empaquetados por mentirosos profesionales disfrazados de periodistas, dirigentes o candidatos, sólo van a conducirlo al cadalso, pero el pueblo no lo sabe. No lo ve, no lo cree, y entonces puede suicidarse electoralmente. Ha pasado. En la Argentina pasó. Y decirlo no es menosprecio popular, sino crudo realismo.
El actual estado confrontativo puede ser sólo una pantalla que confunde a las clases populares, a los desposeídos de siempre, a las nuevas clases medias de súbito enceguecidas y confundidas por los predicadores de TN y otros exégetas de la pequeña horda de candidatos porteños, ambos intendentes y de muy poca cultura los dos. Es el resultado perverso del astuto juego de la oposición, que confrontó al Gobierno acusando al Gobierno de confrontativo.
Les salió bien, y en parte porque el Gobierno no supo responder con serenidad y calma, con información dura y sin diálogos por elevación. La historia pasará a todos las facturas de sus errores, pero hoy lo que importa es reflexionar sobre el difícil presente y un futuro incierto, acaso ominoso. Y en el que es relevante el papel que juega el odio, que es un sentimiento inferior, mediocre y destructivo. Peor incluso que el resentimiento y la envidia, que también son lamentables características argentinas de hoy y que pueden explicar violencias e inseguridades. Pero es el odio lo temible, porque el odio es letal, difícilmente curable y de otra clase. Literalmente. Y cuando llega a una sociedad, suele quedarse. Y a veces por generaciones, porque no es un fruto genético sino cultural.
Quizá haya que empezar a analizar desde esa premisa los contenidos reales del así llamado “abismo” que ha partido en dos a la sociedad argentina. O sea: desde ahí revisar algunos hechos fundamentales que ensombrecen el futuro argentino.
Por ejemplo, cuando en 2013 el presidente de la Sociedad Rural inauguró la exposición agroganadera, dejó en claro esa polarización: el modelo político y económico al que adhieren los dirigentes criollos, del “campo” o no, es exactamente el mismo que impuso en 1976 la dictadura y luego perfeccionó el menemismo en los ’90. Bueno, con ese modelo coinciden hoy los señores Duhalde y Sanz, De la Sota y Aguad, Morales y Carrió, Stolbizar y Bi-nner, De Narváez y Solá, obviamente Macri y Massa, y lamentablemente casi todo el deslucido radicalismo actual. Y si no es así, que lo digan; pero no lo dicen.
Lo que los une es el odio de no haber podido detener las transformaciones sociales que implantó el kirchnerismo. Desprolijas algunas, incompletas otras, poco o nada transparentes muchas, pero transformaciones que cambiaron el país. Típicamente peronista, el kirchnerismo es desordenado y caótico y, parafraseando a Perón, podría ufanarse de que en la Argentina “todos somos peronistas” y en todo caso “no es que nosotros seamos buenos, sino que los otros son peores”. Apotegma fácilmente comprobable: antes y después del kirchnerismo sólo hubo y habrá gobiernos peores. Nada que celebrar, si quieren, pero a ver quién sostiene con fundamentos lo contrario.
Ahí andan decenas de economistas y abogados que fueron funcionarios de esos gobiernos, rodeando a los apellidos arriba mencionados. Apoyados por periodistas lameculos, fundaciones y consultoras todo terreno, son lo peor del establishment, y de a poco van saliendo del placard y cacarean nuevamente sus recetas. Los resultados de las cuales fueron hasta 2002 social y económicamente espantosos.
Pero el Gobierno no siempre sabe cómo rebatirlos, lo que es más riesgoso en plena lucha sucesoria. Daniel Scioli no gusta a todos, no enamora, pero debe reconocerse que fue perrunamente fiel en todos estos años. Florencio Randazzo, aparente favorito, crece a ritmo ferroviario y luce gestión ministerial aunque con poco territorio. Los otros candidatos (Urribarri, Taiana, Aníbal y Rossi) corren de atrás, pero ninguno de ellos desmerecería el favor presidencial. Y no incluyo en la lista al gobernador de mi provincia, seguro vicepresidenciable que todos irán a buscar a la hora de definir fórmulas.
Ahora habrá que esperar las PASO, en las que el kirchnerismo deberá eludir el tremendo error de ir “unido” y sin presentar alternativas. Y es que la vieja, absurda manía peronista de la “unidad” no sólo va en contra de las PASO, sino que cierra opciones, y la ciudadanía hoy quiere eso: optar.
En los próximos meses habrá que repetir hasta el cansancio que el odio solamente confunde. Difícil neutralizarlo, una vía será señalar con calma y en todo momento los peligros que conlleva: liberalización absoluta del mercado; endeudamiento externo sin control; sometimiento a los buitres; enfriamiento de la economía; reprivatizaciones; recortes en el gasto público; disminución de salarios; ajustes y despidos, y otra vez un Estado idiota salvo para reprimir las protestas que van a surgir.
Y es que son demasiados los intereses que los K afectaron. Es comprensible aunque no justificable: cómo no iban a ser odiados.
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