EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
El santafesino Miguel Del Sel, que ya festejó, fue replegado al coro y el actor principal pasó a ser el agujero de 700 mesas con 250 mil votos. Es un precedente polémico en una provincia gobernada por socialistas, con algunos resultados muy ajustados y un agujero negro que es el fantasma de todas las elecciones. La discusión sobre fraude descoloca a los socialistas santafesinos que ya vienen aturdidos por los descalabros en su policía provincial cuyos jefes están enjuiciados por corrupción y narcotráfico. Pero el castigo ha sido piadoso, sin los rayos ni maremotos ni dieciochoefes que hubiera habido si la provincia fuera peronista. Son los beneficios de no tener a la corporación mediática en la oposición. Tanto el PRO como el FIT y el Frente Justicialista para la Victoria han criticado sin irse a los extremos. Algo que no retribuyen los socialistas que participaron con entusiasmo en el 18F para tratar de acorralar al Gobierno con una acusación sin pruebas al comenzar el año electoral.
Golpe y fraude fueron recursos de las oligarquías frente al sufragio secreto, universal y obligatorio. Pero ya no tiene la misma impunidad ni es tan fácil de realizar. Sin embargo, si uno escucha a militantes de distintos partidos, veteranos de varias contiendas, parecería que el fraude fuera inherente a la gimnasia electoral. Está instalado en todas las fuerzas políticas, de izquierda a derecha. Los fiscales se preparan con esa mentalidad. No van a las elecciones como el resto de los mortales. Están mentalizados para una batalla con la seguridad de que van intentar pasarlos. A tal punto llevan ese convencimiento que, aunque no suceda, igual habrá relatos y sospechas que alimentarán el afán para el duelo siguiente.
Desde el retorno de la democracia, en todas las elecciones hubo denuncias, pero ninguna tomó estado judicial como para suspenderlas. Si el fraude se cometió, lo que se hizo por un lado fue compensado por el otro, porque los resultados se mantuvieron en parámetros previstos. Hay versiones periodísticas, accidentes que podrían ser sospechosos o rumores que se dan por ciertos, pero hasta ahora no se ha podido probar actos importantes de fraude electoral. En Córdoba se da por hecho que a Luis Juez le robaron la elección en el 2007 cuando en el escrutinio final medía 36,07 por ciento detrás del ganador Juan Schiaretti, que tenía 37,17. Pero las denuncias por la falta o el exceso de votos en esa elección no fueron comprobadas ante la Justicia o por el periodismo. Si Juez hubiera podido impugnar alguno de esos votos, la diferencia era tan estrecha que podría haber cambiado el resultado. No pudo probar el fraude y se embanderó con una denuncia cuyas consecuencias lo llevaron ahora ser furgón de cola del centroderecha.
Las fuerzas políticas coinciden en Santa Fe en que hubo más impericia que fraude y que la gran cantidad de urnas no escrutadas quedó afuera por errores de los presidentes de mesa. Hubo otras denuncias, pero una decisión política de los partidos evitó que el debate se fuera a los extremos.
Hablar de fraude a esta altura implica una escala mucho menor que en la época del “fraude patriótico” de la Década Infame. Es imposible hacerlo a una escala tan masiva. Pero estas picardías sí pueden tener consecuencias importantes cuando hay poca diferencia entre los competidores.
En Santa Fe, los errores que sacaron de circulación más de 250 mil votos (serían 200 mil si se descuenta el alto porcentaje de inasistencia) generan inseguridad en algunas de las categorías que no hacen al sentido estricto de las elecciones primarias. Ninguna de las fuerzas pone en duda los resultados de los precandidatos que ya fueron seleccionados en sus internas. En un sentido estricto, las PASO tienen ese objetivo y allí, los miles de votos que faltan no hacen ruido. El más afectado fue el Frente de Izquierda, que sin esos votos no alcanzó el piso para mantenerse en carrera.
Las PASO son tomadas también como una primera vuelta y, aunque no tienen consecuencias para la competencia específica, los votos que logra cada fuerza y cada candidato son los que se proyectan hacia los comicios generales. Esos números forman parte de la campaña y es lo que está congelado en Santa Fe porque, por lo menos en dos categorías las diferencias son muy chicas y podrían cambiar los ganadores. El PRO asegura que las proyecciones de esos votos faltantes confirman que Del Sel sería el ganador. Como son los que metieron la pata, los socialistas no dicen nada.
La incógnita se instaló porque Miguel Del Sel tuvo sólo 5493 votos más que la suma de los candidatos del socialismo y el radicalismo. En otro nivel, el candidato socialista Miguel Lifschitz sacó 335.808 votos (sin contar los que obtuvo su competidor radical aliado, Mario Barletta). Y el candidato del Frente Justicialista para la Victoria, Omar Perotti, 327.126. La diferencia entre los dos es apenas de 8682 votos.
En esa tabla de posiciones, el cómputo de los votos que faltan puede hacer entrar al FIT en las elecciones, puede darle la mayoría de votos al frente oficialista de socialistas y radicales y hasta puede mostrar a Perotti con más cantidad de votos que Lifschitz. También puede quedar todo como está.
Pese a correr con una fórmula nueva, a haber empezado tarde la campaña y a que Perotti era el candidato menos conocido por los electores, el Frente Justicialista para la Victoria logró un resultado competitivo. De las tres fuerzas, es la que tiene mayor margen para crecer. En Salta, el kirchnerismo logró una elección superior a la que se había anunciado. Y en Mendoza perdió, pero con una diferencia mucho más chica de la que se había pronosticado, gracias al crecimiento de la candidatura del kirchnerismo puro que había sido marginado por el gobernador Paco Pérez. El radicalismo y los conservadores macristas sacaron la misma cantidad de votos que antes tenían por separado y lo mismo las tres vertientes kirchneristas sumadas.
Para algunos, el fenómeno que se anuncia en estas elecciones es el crecimiento de Macri y el vuelco de los radicales a la derecha. Para otros, la sorpresa es que el nivel de votos del kirchnerismo y sus aliados se mantiene en sus parámetros históricos. Se perfila con mucha claridad como primera minoría y con muchas posibilidades de ganar en primera vuelta.
El paisaje que empiezan a dibujar las primarias tiene otro como trasfondo donde sobresale un gobierno con capacidad de maniobra para las crisis y donde la economía no despierta mayor inquietud. Hay otros planos: el conflicto con los fondos buitre alimenta considerablemente la imagen presidencial. Cada agresión de los buitres, amplificada aquí por los medios opositores, que creen que así le hacen daño al Gobierno, por el contrario contribuye a agrandar esa imagen. Igual que el episodio Nisman sobre el que se quiso montar una operación de desestabilización que terminó en catástrofe para los desestabilizadores. La exposición obscena de mezquindades, de manipuladores de la muerte y de la turbia subordinación a un juego de intereses internacionales reventó como una bola de pus. Lo que iba a ser carta de defunción se convirtió en alimento para el liderazgo de Cristina Kirchner.
En la política argentina se trata de un fenómeno sin precedentes que después de doce años de ocupar la Casa Rosada, y ocho de ejercer la presidencia, Cristina Kirchner mantenga una imagen positiva altísima (más de 45 o 46 puntos) que le hubiese permitido ganar las elecciones en primera vuelta si hubiera podido presentarse.
Al que se va con poco respaldo le resulta difícil remontar la cuesta. El ejemplo más duro fue el de Raúl Alfonsín quien, pese a su prestigio, no pudo recuperar espacio electoral. Por el contrario, al que se va con mucho respaldo le será más fácil mantenerlo en el llano porque no tiene desgaste. La única hasta ahora ha sido Cristina Kirchner. En gran medida, los resultados de las PASO en los distintos distritos se sostienen en este fenómeno. Y es visible en el viraje de algunos candidatos del propio oficialismo que en algún momento creyeron que para ganar tenían que tomar distancia de la figura presidencial y ahora se esfuerzan por favorecerse con su cercanía.
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