EL PAíS › OPINIóN
› Por Gustavo Oliva *
Desde su trágico origen como fecha emblemática el 1° de Mayo es, a escala mundial, una jornada de lucha por el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias.
A través de un camino zigzagueante jalonado por conquistas y pérdidas, aún por gigantescas derrotas, se ha forjado una gran enseñanza válida para todos los pueblos. A lo largo de la historia, sólo el sostenimiento de los gobiernos populares da un marco general de estabilidad a las conquistas sociales. Nada está ganado para siempre.
El movimiento obrero argentino ha llegado a esa misma conclusión a través de su propia experiencia. Cuando fueron desalojados los gobiernos representativos del sentir popular, fueron arrasadas las conquistas obtenidas con la lucha.
De 1955 a 1983 no hubo manifestación obrera que no tuviera expresamente el objetivo de regresar a la democracia plena, sin proscripciones y a las políticas del llamado Estado de Bienestar. Ejemplo de ello son el Cordobazo, el Rosariazo y las recordadas jornadas de lucha durante la última dictadura cívico-militar, la más larga y oscura que sufrió nuestro pueblo.
Ya en democracia, demandó grandes esfuerzos derogar las normas dictatoriales restrictivas y restablecer las paritarias para dejar atrás más de una década de condiciones de trabajo fijadas arbitraria y unilateralmente.
La profundización del neoliberalismo durante la década del ’90, transformó esas paritarias reconquistadas en letra muerta, mientras avanzaba el desguace del Estado, la extranjerización de la economía y el desempleo galopante. Indefectiblemente, este ciclo finalizó en los primeros años del milenio, signado por el sufrimiento extremo de los trabajadores, la rebeldía popular y los alzamientos callejeros reprimidos sangrientamente.
La comparación de ese acervo atesorado por años, producto de la lucha histórica de los trabajadores, con la postura de algunos sindicalistas de hoy, es patética. ¿Qué proporción guardan aquellos objetivos trascendentes con un reclamo para favorecer sólo a la franja del 10 por ciento de los que reciben mayores ingresos?
Y más aún, cuando esas medidas de fuerza son impulsadas por dirigentes sindicales de dudosa trayectoria y de un oscuro presente que los encuentra cada vez más hermanados con una derecha reaccionaria que nos quiere retrotraer a un pasado que los argentinos, y especialmente los trabajadores, hemos decidido enterrar para siempre.
¿Qué es lo que estos personajes reclaman y le cuestionan a los años kirchneristas?
Desde el inicio del gobierno de Néstor Kirchner se crearon más de cinco millones de puestos de trabajo, superando los máximos históricos registrados a mediados de los años setenta, disminuyendo la tasa de desocupación de manera sostenida. Esto fue acompañado por un incremento real y acumulativo de los salarios, superior a cualquier otra variable. ¿Acaso este no es uno de los objetivos por el que se enarbolaron históricamente las banderas de la lucha obrera?
También es palpable el crecimiento exponencial de afiliados que tuvieron la mayoría de los gremios en una línea secuencial de políticas claras que primero generaron la recuperación de los puestos de trabajos y luego, paritarias de por medio, el incremento de sus ingresos. Entonces, ¿no es irracional que algunos de ellos impulsen un paro general para aumentar el mínimo no imponible de Ganancias, que alcanza sólo a la punta de la pirámide salarial?
También omiten explicitar, estos sindicalistas-patrones, cómo se aplica la masa de recursos provenientes de la recaudación de dicho gravamen. Este hace posible desplegar políticas sociales universales que tienden a la integración, la inclusión y la consolidación del Estado de Bienestar. ¿Qué trabajador puede oponerse a estas medidas?
Resultaría grotesco imaginar a Atilio López, Agustín Tosco, Oscar Smith, Saúl Ubaldini y Germán Abdala, entre tantos otros representantes que nos enorgullecen, alzarse en un plan de lucha contra un gobierno que tanto ha defendido los intereses de los que menos tienen.
Fiel a su impronta, el kirchnerismo hoy sigue gestionando por la ampliación de derechos con más de 40 reformas a la legislación laboral, siempre a favor de los asalariados, en un tiempo político donde desde el mundo se imponen recetas en sentido contrario.
No seamos ingenuos, lo que se cuestiona frente al proceso electoral en ciernes, es la continuidad de nuestro modelo. Los reaccionarios, los restauradores necesitan pueblos sin memoria y reabren debates sobre los logros ya conseguidos. La casta sindical que convoca al paro general pretende pavimentarles el camino.
Por ello, este 1° de Mayo, para los trabajadores, siguiendo las mejores tradiciones del movimiento obrero popular, debe ser un día de lucha: lucha por la defensa del gobierno que mejor y más consecuentemente los representa, ampliando sus derechos y protegiendo sus conquistas.
* Senador de la provincia de Buenos Aires - Frente para la Victoria.
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