Dom 14.06.2015

EL PAíS  › OPINION

La Copa y las elecciones

Muchos compiten, son menos los que tienen posibilidades de ganar o disputar la final. La resiliencia del kirchnerismo versus las lecturas de sus rivales. Errores de percepción sobre la Presidenta, sus propósitos o tácticas. El nuevo fallo de Griesa y las paritarias, dos señales para analizar.

› Por Mario Wainfeld

Doce equipos compiten en la Copa América. Seguramente son cuatro, cinco con buena voluntad, los que tienen ciertas posibilidades de salir campeones. No opinaremos de fútbol por ahora. Usemos apenas la comparación para decir que de las ocho listas que presentaron candidatos a presidente y vice son sólo dos, tres con mucha magnanimidad, las que pueden imaginarse llegando a la Casa Rosada o al ballottage.

El Frente para la Victoria (FpV) y la coalición “Cambiemos”, con PRO como ariete priman (en ese orden) en las apuestas, las encuestas y los pronósticos más o menos fundados.

La novedad de la semana fue que el diputado Sergio Massa confirmó que el Frente Renovador (FR) se anota en la competencia. La labilidad del anuncio y la soledad del líder del espacio determinan que subsista una cuota de suspenso sobre su cumplimiento efectivo. “Bajarse” sería un minisuicidio político. En particular, un gesto de abandono a los contados fieles que lo siguen acompañando y que esperan (con todo derecho) participar en las elecciones, conseguir bancas y cargos. Sería una prueba extrema de debilidad, contradeciría el discurso del miércoles, dejaría muy mal parado a Massa para “hacerse pie” de convocatorias futuras... Así y todo, no debe darse por imposible.

Las otras cinco listas expresan distintas tonalidades dentro del espacio opositor, con ambiciones más acotadas. Su primer objetivo es superar el piso para participar en las elecciones generales. La ley exige el 1,5 por ciento de los votos válidos emitidos en cada provincia para las candidaturas a diputados o senadores. Y otro tanto del total nacional para intervenir en las presidenciales. Es un tope sensato, lo que no es sinónimo de fácil de cumplir. Formular presagios está de más.

Sí se puede opinar que sería deseable que sortearan la valla, con miras a tener chances de dar pluralidad de opciones al votante y de colorear la paleta del Congreso nacional, en particular en Diputados. El sistema electoral argentino es, comparativamente con otros países, hospitalario para el ingreso de fuerzas minoritarias a la Cámara Baja. Es saludable que haya diversidad y pluralismo en el Parlamento, en las proporciones que determina el pueblo soberano.

Las listas completas deben presentarse, a más tardar, en la medianoche del sábado 20. Las reuniones se suceden, los nervios aumentan, en promedio hay bastante reserva y sigilo.

En el oficialismo el mayor afán es colocar en puestos expectables a kirchneristas “que banquen el proyecto”, esto es que garanticen fidelidad y pertenencia a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Los sectores menos “puros y duros” seguramente quedarán disconformes e irán en pos de relativa revancha en las boletas para cargos provinciales, de todo pelaje.

Los operadores radicales y macristas de “Podemos” van tramando listas aspirando a que les den viabilidad electoral, que reflejen el avance del macrismo y que le posibiliten a la UCR conservar las bancas que arriesga.

Hablamos de labores artesanales que a veces rozan con lo artístico. Articular intereses contradictorios, medir lealtades, minimizar las deserciones, hacer alguna predicción atinada sobre los resultados forman parte de los desafíos. Menoscabar esa instancia es un reflejo propio de quienes desprecian a la política, en toda su vastedad. Los cierres, empero, no son (solamente) un trance en que se cruzan ambiciones, egos y presiones: son una labor necesaria, solo apta para iniciados. Forman parte del proceso electoral, uno de los más fascinantes del sistema que se construye día tras día.

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Continuidad o cambio: El slogan se va imponiendo como definición gruesa transversal: continuidad o cambio. Puede debatirse su precisión, sobre todo porque el kirchnerismo se reivindica como una fuerza que cambió la Argentina. Una expresión sencilla siempre deja flancos débiles, pero la antítesis no es alocada, entiende este cronista.

Las disputas por el gobierno, en toda democracia estable, son básicamente un plebiscito sobre el oficialismo de turno. Todo se vertebra en su derredor: lo esencial es si la mayoría ciudadana exigida quiere que siga o reemplazarlo. Esa tendencia, que no reconoce fronteras, se exacerba frente a un oficialismo con perfiles muy nítidos que lleva doce años de mandato. La complejiza, sin anularla, la imposibilidad legal de reelección de Cristina.

El núcleo binario es lógico e inevitable: continuidad del gobierno o cambio de oficialismo. Lo que por ahí fue un error opositor es haberse almorzado la cena. Dio por hecho que el kirchnerismo se caería solito, como una fruta madura. Su promesa y su propuesta se constriñeron demasiado a ser “el otro”. Si el FpV tenía como destino irrevocable perder, bastaba estar en la vereda de enfrente para integrar el elenco de los únicos ganadores potenciales.

Pecaron de simplistas y de exitistas, no por primera ni por segunda vez desde 2003: subestimaron al kirchnerismo. Formularon profecías apocalípticas e intuyeron mal las tácticas del Gobierno. Equivocarse es un derecho universal, macanear deliberadamente no tanto, pero está al alcance de la mano. Claro que quien yerra o manda fruta duplica su error cuando cree en lo que asevera.

Hace rato que la oposición política mediática o fáctica se viene comportando como el pastorcito apocalíptico del cuento. Predijeron que el FpV iría a menos, construyendo adrede su derrota. Macri era Piñera, Cristina sería Bachelet, quien dejó La Moneda para regresar cuatro años después. La analogía pecaba de berreta, entre muchas otras razones porque la Coalición chilena no perdió a propósito.

Diagnosticaron el default, la crisis económica imparable, el fracaso total de las convenciones colectivas de trabajo sin agotar la lista.

Más todavía: insistieron en que ésos eran los escenarios que ambicionaba la presidenta. Un cierre de ciclo en el poder consagrado a desestabilizar y conspirar contra la gobernabilidad. Simplificamos con fines didácticos aunque sin falsear. Si el relato le suena a delirante no es plena responsabilidad del autor de esta columna.

Se pensó un horizonte inexistente, se construyó en base a él. De ahí el desconcierto, la entropía de dos espacios opositores que pintaban promisorios en 2013, menos de dos años atrás: el Frente Amplio Unen y el FR.

Como el oficialismo atendió a su supervivencia y perduración, lo que es bolilla uno de cualquier manual político, cunde la perplejidad en quinchos opositores. Del entusiasmo por el éxito garantizado (en buena dosis por el afán confluyente del adversario) se derivó a un clima derrotista que se palpa ahora. Tal vez sea un poco más sensato pero también peca de prematuro: la pelota sigue en juego.

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Populismo y caricaturas: Cualquiera tiene derecho a renegar del nacionalismo popular o del populismo. El panfleto, la consigna simplificadora y hasta la caricatura son recursos valiosos en los debates, a condición de comprender sus limitaciones. Prendarse del retrato tosco del rival es un hito en el sencillo camino de la equivocación.

Un gobierno que se sostiene con favor popular durante tres mandatos consecutivos merece ser leído con inteligencia, en especial por quienes anhelan suplirlo. Es divertido pintar a la Presidenta como una mitómana o una psicópata. Es facilongo describir a las masas populares como manadas o como víctimas gozosas del síndrome de Estocolmo. Es lógico cuestionar la abundancia de cadenas nacionales o hasta la de actos multitudinarios. Todo esto asumido, los dirigentes políticos tienen que aguzar sus sentidos e inteligencia. Escuchar esos discursos que los enardecen, analizar qué motiva a esas multitudes.

La Presidenta congregó dos actos imponentes en menos de un semestre. Fue escuchada, y eso que habla largo y sin concesiones de vocabulario. Fue ovacionada. Llamó a defender el legado del kirchnerismo, lo que sería un disparate si hablara en el contexto de un país incendiado.

Sus partidarios, que celebran las alabanzas a la política social y laboral, difícilmente sean desocupados. Y mucho menos, ciudadanas o ciudadanos que perdieron su conchabo en tiempos recientes. El radar de los votantes es muy sensible a lo sucedido recientemente. Los plácemes trasuntan concordancia con la percepción de sus intereses.

Puede ser que el futuro sea cuesta abajo, que el “modelo” sea “insustentable” eso es el porvenir siempre hipotético y virtual. La concordancia se refiere al pasado y al presente, transitorios y tangibles.

Las metáforas son tentadoras sobre todo para los que tienen poca imaginación. La orquesta del Titanic, vamos con ella. O, siendo más osados, el Flautista de Hamelin, que llevaba a la muerte a los chicos que iban cantando.

En una de esas, hay más consistencia entre lo que pregona la oradora y lo que trata de hacer. Tanto como la hay entre los apoyos populares y la percepción de los intereses propios, que son los que más gravitan en las elecciones presidenciales, en las que se juega mucho.

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Más cerquita: Acortemos el racconto, que se fue años atrás. Observemos las semanas más cercanas, que están fresquitas. El más reciente fallo del juez Thomas Griesa corroboró que fue correcta la caracterización que hiciera el Gobierno sobre su sentencia fundante. No era una propuesta de cierre, un salvavidas que evitaba el naufragio si se pagaba cash “la bicoca” de una millonada de dólares. El efecto cascada estaba al caer, contenido en la decisión pionera clamaban los sabios de la tribu. La pifiaron, otra vez. “Ponerse” hubiera sido arrojar plata de los argentinos a un tonel sin fondo.

Las paritarias son un ejemplo doméstico. El Gobierno se aplicó a “bajar la nominalidad”, a evitar acuerdos que superaran el treinta por ciento de aumentos. En rigor, de incrementos que fueran anunciados así en los titulares de los diarios. Pero como la negociación colectiva existe y las partes intervienen, el objetivo de máxima se negocia, aunque no se verbalice en voz alta.

Si se afina la mira, una costumbre poco expandida, se repara en que los compañeros de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) firmaron por menos pero apelaron a recategorizaciones que mejoran el ingreso de los trabajadores de menores salarios. Los bancarios, que no son K como la UOM y dialogan con patronales que están piponas, se acordaron de la Constitución y agregaron una cláusula de participación en las ganancias.

Las correlaciones de fuerzas existen. Los líderes gremiales rebosan de defectos, pero no mastican vidrio. Tampoco los laburantes, más atentos a lo que les entra en el bolsillo o en la cuenta sueldo que a los divagues de los formadores de opinión.

Como parte del toma y daca inherente a las tratativas democráticas, nadie consigue todo lo que pretende. Mucho menos, todo lo que amaga al comenzar los regateos. No es tan difícil, si se razona sin prejuicios y con data. No está de moda, es verdad.

De nuevo: seamos tacaños con las predicciones electorales. Quedan pendientes incógnitas por develar, tiempo por transcurrir, operaciones de todo tipo.

Se puede augurar que la disputa será más reñida porque habrá más polarización entre dos partidos: la “opo” quedará menos disgregada que en 2007 y 2011. Tampoco es neutra la imposibilidad legal de reelección de Cristina Kirchner.

Es cantado que habrá dispar distribución territorial de los votos. Y que el anclaje clasista de una coalición de derecha y el de una de matriz peronista responderá a los cánones clásicos. El FpV será más fuerte entre los humildes, como todos sus homólogos en la región.

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