EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
El gobernador Daniel Scioli lo anunció en una entrevista televisiva, en su medio tono característico. No concedió precisiones ni datos circunstanciales, salvo el de aseverar que la propuesta fue suya.
La información corrió como un reguero de pólvora. Las primeras llamadas a protagonistas cercanos a Olivos o a La Plata arrojaban respuestas similares. “Sé tanto como usted”, “estoy preparándome para ver el partido” “¿sabés que hará Randazzo?”.
La jugada se decidió con sigilo, lo que no es novedad: la etapa kirchnerista es refractaria a las “carpas”, a los plenarios informales, a todo lo que no sea secretismo. Y sorpresa, que casi siempre se rebusca para conseguir.
La potencia del hecho garantiza la primera conclusión, la ecuménica. El análisis inicial es una commodity. Puesto en consigna: Carlos Zannini “es” Cristina. Como pocos dirigentes, posiblemente más que cualquier otro.
Integra la apodada mesa chica, cada vez más pequeña: como mucho tienen sillas dos contertulios más. Es kirchnerista de la primera hora, desde los buenos tiempos de Santa Cruz.
El actual gobierno ha durado más de doce años. Hay varios funcionarios de su elenco que batieron records de permanencia en la historia argentina. Julio de Vido y Carlos Tomada son ministros desde que asumió el presidente Néstor Kirchner. Alicia Kirchner estuvo a cargo de Desarrollo Social desde los inicios, con una leve pausa intermedia. Zannini es secretario Legal y Técnico desde el 25 de mayo de 2003. Recordman también él, con una salvedad que es geográfica en muchos sentidos y distingue su rol. Su despacho está en la Casa Rosada, a pasos de los del presidente o la presidenta. Cerca para la función específica y para “la política”.
Fue un consejero siempre, es un agudo observador, redactor o corrector de leyes fundamentales. Seguramente la imaginería mediática hará de él un “monje negro”, una “eminencia gris” solo para empezar. Bien mirado, es un colaborador indispensable, un confidente desde el vamos, un hombre de confianza como hay pocos. Entre otros motivos porque jamás aspiró a ser más (nada menos) que eso.
Los años pasan, los recuerdos se diluyen en el fragor de la crónica cotidiana. Los memoriosos evocan que Zannini sonó como potencial compañero de fórmula de Cristina en 2011, sitio que tenía el bonus latente de la posible candidatura presidencial ahora. No se concretó, jamás se revelaron los motivos pero es sensato pensar que era insustituible en el puesto que ocupó desde el inicio.
“Chino” lo apodan propios y extraños, no tanto por su rostro o sus ojos cuanto por su militancia de izquierda radicalizada en los setenta. Estuvo preso durante la dictadura, un timbre de honor en la cultura setentista propia del kirchnerismo. Su apariencia actual y sus modos no denuncian a un “trosko” o a un político de “todo o nada”. Es cordial en el trato, sonríe con facilidad, puede ironizar o bromear.
Opineitors de toda laya que conocen poco de política y casi nada de peronismo opinan que corporiza una suerte de enclave de izquierda en el gobierno. Aseguran que la dirigencia peronista lo rechaza o lo clasifica como a un extraño. El peronómetro es un instrumento de dudosa precisión. Ello asumido, el cronista pone en funcionamiento el suyo: el aparato le da otra medición. Como es tecnología de última generación, explica su dictamen. El peronismo no es genético, excluyente ni expulsivo. Es inverosímil que quien militó con los Kirchner durante tres décadas, ocupó a su vera su cargo actual y otros en el Poder Legislativo y el Judicial de Santa Cruz no piense como peronista o desconozca la vasta alameda del justicialismo. Así marca el aparato.
Lo evidente es, de vez en cuando, innegable. Zannini es posiblemente el protagonista con piné más cercano a Cristina, desde que falleció el presidente Kirchner.
Las versiones de la Rosada y La Plata concuerdan en señalar que ayer Scioli se reunió con la Presidenta, en la Casa de Gobierno. El gobernador, ya se destacó, insiste en que la idea original fue suya. Será difícil corroborarlo plenamente.
Lo cierto es que cedió terreno sin resistir en todas las candidaturas a cargos nacionales y a gobernador de su provincia. Y que, si la presidenta optó por ponerlo en la circunstancia de mover ficha él, era casi clavado que el gobernador sobreactuaría su adhesión. En el fondo, cederle la iniciativa era garantizarlo.
Las especulaciones forman parte del menú del momento. Se describirá al “Chino” como un prospecto de comisario político, alguien que marcará de cerca a “Daniel” jugando en el mismo equipo.
Los sciolistas replican poco de momento porque su jefe les ordenó callar o, para ser más precisos, repetir textualmente sus lacónicas declaraciones. Cuando comiencen a hablar, podrían rememorar que el vicegobernador Gabriel Mariotto amaneció como un contrapeso interno, un cancerbero impiadoso y terminó siendo un aliado fiel.
En cuanto a la idea de condicionar al candidato para que no se aparte de las líneas fundantes del kirchnerismo si llega a la presidencia, el mayor control o contrapeso está fuera de la fórmula presidencial. Ya se proclamó y ya se sabe. Cristina Kirchner comandará ese control que también ejercerán la militancia K y en general los sectores populares que el oficialismo moviliza.
Los bloques de diputados y senadores nacionales serán otros custodios. Ya se mentó líneas arriba: Scioli dejó hacer en esos armados con el estilo zen que es una de sus características más conspicuas e inexplicables. Son varias, desde ya.
Solo falta redondear la oferta con la aceptación y queda por verse cómo manejará el gobierno ese lapso, breve por definición porque la presentación de listas cierra el sábado a la noche. Conociendo el paño, es lógico suponer que ya hay varios encuestadores de postín haciendo sondeos ambiciosos y express.
El resto se irá develando... no hay por qué apurarse cuando son otros los que manejan las decisiones y la sorpresa. Lo cierto es que la movida dejó reducida a la nada el anuncio de la fórmula PRO en Buenos Aires. Cristian Ritondo acompañará a María Eugenia Vidal, un binomio amarillo puro y porteño hasta la médula como la fórmula presidencial macrista.
Lo que no perdió atractivo ni audiencia en el mundillo político fue el clásico que disputó la Selección. Los celulares ardieron, la tele quedó encendida. Argentina ganó, tiene la cantada clasificación en el bolsillo. Es un equipazo de mitad de la cancha para adelante pero padeció de lo lindo con Uruguay. Las actividades competitivas son así: nunca se puede festejar hasta que suene la pitada final. O hasta que se compute el último voto, si volvemos al tema central de una historia que cobra ritmo vertiginoso y que continuará.
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