Sáb 20.06.2015

EL PAíS  › OPINION

Superhéroes

› Por Julio Maier *

Los americanos del Norte se especializan en la creación de superhéroes y los imponen culturalmente de modo universal, afirmación que rige al menos para la civilización occidental. Denuncio mi edad cuando nombro, a modo de ejemplo, a Superman, a Batman, al Capitán América. Son superhéroes, su origen estadounidense es incuestionable, incluso cuando no nacieron en los EE.UU. y hasta cuando nacieron en planetas extraños a la Tierra. Algunos portan en sus cuerpos los colores y formas de la bandera de los EE.UU.

Sin embargo, no sólo eso debemos reconocerle a ese país, la fuerza cultural y económica para imponer a estas caricaturas de héroes; de ordinario los superhéroes nacen con sus respectivos súper-antihéroes a su lado: el Guasón, el Pingüino, etc.

No creo que estos personajes y sus historias sean producto de algún plagio. Se ha producido, sin embargo, un caso singular días pasados. La figura de un fiscal argentino, sobre cuyo fallecimiento se investiga todavía hoy, aunque ya con algunas conclusiones relativamente firmes, ha tomado cuerpo de superhéroe norteamericano de la mano de la institución de un premio al coraje que lleva su nombre y, más cercanamente, de un artículo periodístico acerca de su muerte (por acción violenta de otro), su persona (sinónimo de valentía) y sobre aquello que su desaparición significa (dictadura política de su país dispuesta a todo) en un diario estadounidense de jerarquía (The Wall Street Journal).

En el país de origen, domicilio y trabajo de la figura del superhéroe norteamericano aquello que se va conociendo objetivamente sobre su vida, sus costumbres y su trabajo, incluso por revelaciones familiares, apunta hacia la segunda de las figuras de historieta, hacia el superantihéroe. No debería interesarnos demasiado la revelación porque, en todo caso, se trata de un héroe extranjero –en varios sentidos–, pues se conoce desde hace tiempo que respondía al interés político de ese Estado extranjero, pero resulta que quien pagaba la licenciosa vida del James Bond argentino era ... el Estado argentino. ¡Indifrundi, indigendi!

* Profesor titular consulto de Derecho Penal y de Procesal Penal de la UBA.

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