EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Ahora que parece haberse movido todo, surgen chorreras de análisis que en su gran mayoría dicen estar atravesados por la sorpresa. ¿Hay tanto lugar para manifestarse descolocados frente a la resolución presidencial? ¿No convendría hacer un repaso por lo que unos y otros sostuvieron –sostuvimos– a lo largo de este tiempo previo al cierre de listas? Quizá se llegue a la conclusión de que el asombro y los cuestionamientos, habidos y por haber, son mucho más un asunto de matices, de estilos, de interpretaciones personales, que una extrañeza política.
En primer término, precisamente, cabría el trabajo de limpiar la maleza de señalamientos, rumores y versiones que, aun cuando fueren ciertos o atendibles, no hacen en ningún caso al fondo de la cuestión. Un aspecto sobresaliente fue marcar lo inverosímil de que haya sido la propuesta de Daniel Scioli, y no el dedo de la Presidenta, lo determinante en encaramar a Carlos Zannini. ¿Cuál es la diferencia entre una cosa y la otra, si de todos modos –y aquí una primera constancia elemental– se sabía y sabe hasta el cansancio que es la jefa quien tiene la última palabra? ¿Qué se pretendía del candidato Scioli o de cualquiera que fuere? ¿Que enfrentara a la prensa y sostuviese que sólo le cabe consentir lo que la Presidenta le impone? ¿Que la idea le pertenece enteramente a ella? ¿Se supone que Zannini debía hacer otro tanto y afirmar en público que el gobernador bonaerense es un convidado de piedra? Por momentos resulta increíble que la hipocresía de algunos relatores de la oposición pretenda disfrazarse con una candidez insultante para el sentido común. Eso habla de que, si es por el campeonato de chicanas baratas y argumentaciones inconcebibles, las vírgenes institucionalistas no se quedan atrás. Van adelante. Fue preferible la reacción de Elisa Carrió: en su enésimo desvarío habló de haberse ratificado la opción entre república y dictadura stalinista, pero no recurrió al desatino de que la forma de comunicarlo tiene un papel fundamental. Y en otro rapto, pero de un sincericido que no le importa, admitió que en el universo PRO-UCR no están jugando a ganador. También obtuvo espacio una presunta pelea a grito pelado y casi algo más entre Eduardo de Pedro y Florencio Randazzo, el lunes, cuando el secretario general de la Presidencia le habría comunicado al ministro que quedaba bajado de la lucha principal. En simultáneo, sobraron las infidencias acerca de qué pasó, en Olivos, durante la media hora en que Cristina y Randazzo estuvieron a solas. Los datos circulantes fueron prácticamente paralelos a esos encuentros, de manera que el hombre o la mujer invisibles estuvieron allí dando cuenta de llantos presidenciales, invocaciones a Néstor para que Randazzo aceptara ir por la gobernación y hasta el ofrecimiento, detallado, de una partida de dinero para el conurbano bonaerense, con la macabra intención de que el futuro gobernador se cortase como mejor le placiera, rescatando su figura, al llegar el momento de incendiar a Scioli. Otra que el Círculo Rojo, informaron y dedujeron los miembros del Círculo Rojo. Si acaso estos secreteos no fueron producto de la imaginación, resta colegir que, tratándose de cónclaves cara a cara, en soledad, solamente pudieron haber sido el propio Randazzo, o fuentes ¿incontrolables? muy allegadas a él, quienes filtraron los pormenores. Eso no hablaría muy bien que digamos de los códigos y la lealtad a sí mismo –y al “proyecto”, agreguemos– glorificados por quienes de la noche a la mañana han descubierto en Randazzo a una víctima que mantuvo sus convicciones.
Como la lista de trascendidos, supuestos y operativos de prensa es apenas un poco menos que interminable, se puede parar acá y preguntar qué de todo eso altera la sustancia de un escenario que todos conocieron de memoria. A saber:
El kirchnerismo tenía serios problemas para ungir a un candidato o fórmula presidencial que lo representase cabalmente.
La alternativa de Scioli fue resistida a pesar de los gestos de fidelidad que el gobernador mostró de modo creciente.
Se dejó correr a varios postulantes, pero la realidad demostró que la multioferta es disgregadora. Cristina pidió entonces el baño de humildad.
Randazzo, junto con la venta de su capacidad de gestión ministerial –que en efecto lo es, primero, gracias a los trazos y apoyo marcados por la Presidenta–, fue la chance más contestataria para cercar a Scioli y, eventualmente, impedir un triunfo de éste en las primarias por margen enorme, capaz de envalentonarlo en demasía.
La apuesta no dio resultado. Se reveló que Scioli ganaría con amplitud en todo el país, con excepción de los votos de la progresía porteña y una relativa paridad en provincia de Buenos Aires. Y se anotó que el sufragio peronista quedaría partido, con el riesgo de que Macri fuese quien más sumara individualmente junto al peligro de una interna crispada y desgastante. Los tiempos legales se terminaban y la jefa jugó fortísimo situando de vice a su funcionario de mayor confianza. Zannini es Cristina derecho viejo y la oposición quedó entre absorta y paralizada por el movimiento de la dama, como si hubiera esperado una media tinta por parte de aquella a quien acusan de ser una autoritaria que jamás duda. Como si tuviesen dificultades para entender que esto es el peronismo y en consecuencia el poder, no una alegre estudiantina testimonial, comentarista, que se divierte con el decentismo y las consignas extremas.
Es probable que Casa Rosada confiase en la aceptación del ministro para ir por la gobernación. Probable pero nada seguro: así como Scioli es mirado con recelos profundos en la tropa K, siempre vieron a Randazzo como un individualista que, aun proveniente del aparato tradicional del PJ, también despertaba prevenciones entre gobernadores, intendentes, punteros varios. Su rechazo al ofrecimiento presidencial (les) confirmó esa visión. Si es correcto que el voto a Scioli será el que proporcione la imagen de Cristina y los logros de su gestión, porque además el gobernador no dispone de grandes estructuras en el mapa nacional, también lo es que Randa- zzo descansó únicamente en su fortaleza mediática. No tejió territorio. No le interesó. No articuló sostenes, por fuera de haber reposado en sentirse –o eso dijo– el preferido de la Presidenta.
Al cabo del repaso, posiblemente incompleto pero significativo, vale insistir con el interrogante de si el fin de la película de los nombres tiene por qué llamar a la sorpresa. O si fue asunto de haber perdido de vista el pragmatismo gubernamental, tan peruca, sin por eso estar obligados a sentir más decepciones progres que las previsibles. Esto interpela al kirchnerismo, cuyas franjas más entusiastas se ven desacomodadas por aquello que en los corrillos, en la militancia, en palacio, se menta hace rato, vamos, como el “sapo Scioli” que habrá que comerse. No es lo que se quería, desde ya, pero el contexto fue implacable siendo que no se quiso, pudo o supo construir una alternativa más potable. Tampoco hace falta fingir contentura. Incluyendo lo que deparó la clausura de las listas, plagadas de kirchneristas “puros” en todos los lugares y nóminas, ocurrió una opción de máxima para intentar alguna garantía de que la continuidad del modelo sufra lo menos posible. Puede llamársele entornismo, cómo no, y habrá que ver. Las experiencias locales e internacionales, de los tiempos que se quieran, van para un lado y para otro a la hora de ejemplificar cómo deriva el conducir desde afuera, o desde adentro pero sin el cargo ejecutivo supremo. Menos que menos puede relativizarse el estado de la oposición, el aprendizaje sobre las fallas propias, las enseñanzas que también deja lo sucedido hasta aquí en varias geografías. Santa Fe es una muestra palmaria. ¿Qué habría ocurrido si Omar Perotti hubiera tenido una pizca más de tiempo, en vez de que hace varios meses el Frente para la Victoria se extraviase ante lo que parecía un triunfo irreversible del cómico Del Sel o de las huestes socialistas? ¿Y qué sucederá con la fórmula radicalizadamente porteña elegida por el PRO para competir en la liga nacional? ¿Y cuánto influirá la distancia que saque el peronismo en octubre, si es cosa de pensar en retrocesos? Porque pareciera que cuenta únicamente el escenario oficialista, como si no interviniera el temblor que hay enfrente, capaz de entregar al cierre del plazo una antología del mamarracho: el PRO con dos candidatos a vice bonaerense excomulgados en doce horas, más Patricia Bullrich encabezando la lista de Diputados...; Sergio Massa con graves dificultades para hallar un compañero de fórmula; Margarita Stolbizer, ídem que el anterior.
Por último, cuidado con la paradoja del estado de resignación o de conformismo a la fuerza que, pese a Zannini y –mucha– compañía mediante, invade a porciones amplias del kirchnerismo (más un problema de la gente politizada del palo que una preocupación de las mayorías populares, que todavía no saben quién es Zannini). En lo electivo, la depresión es comprensible. Quedó Scioli o Macri. No es justamente un canto a la alegría desbordante. Pero en lo ideológico es contradictorio que la sola mención de Scioli genere dar por hecha la marcha atrás, porque significaría que todo lo conseguido en estos doce años puede derrumbarse por la acción de un sospechable. Ergo, ¿de cuánta energía, de cuál épica, de qué liderazgo y relato estaríamos hablando si con eso solo bastaría para derretir al kirchnerismo como a un helado?
Es contradictorio porque eso se llama no confiar en la fuerza propia que deberá haber para impedirlo.
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