EL PAíS › OPINION
El sistema político, las reglas y los comportamientos populares. La participación y los marcos institucionales. Los partidos, en crisis pero no del todo. Resquicios para los chicos o para candidatos con caudal propio. Un politólogo recién llegado y las leyendas urbanas en boga. Un repaso de sucesos anunciados, jamás hechos realidad.
› Por Mario Wainfeld
Tratemos de estilizar sin distorsionar. Un sistema político combina las reglas institucionales con las conductas de la ciudadanía, tanto al elegir autoridades como al participar en la sociedad civil.
El sistema argentino se funda en las normas de la Constitución nacional y las provinciales, ya que es federal. Las constituciones no son pétreas porque pueden reformarse, pero sí son rígidas porque cambiarlas en todo o en parte se supedita a mayorías legislativas y populares muy exigentes.
Las leyes electorales se pueden retocar con menos requisitos y, por ende, con más asiduidad.
La combinación del poder nacional y provincial se expresa en el cronograma electoral. Las autoridades provinciales y aún muchas municipales pueden “desdoblar” los comicios locales. Ejercitan ese derecho con entusiasmo y prodigalidad.
La regla de oro del régimen argentino, su mayor pilar, es el sufragio universal y obligatorio.
El pueblo soberano le da vida a esa anatomía. Se moviliza intensamente, por fuera y más allá del calendario electoral. Participa masivamente cuando vota, con cifras que no son las primeras en el mundo, pero sí muy elevadas en términos comparados.
Sus pronunciamientos reflejan o rediseñan la diversidad geográfica y política. Las compulsas nacionales y distritales arrojan resultados muy disímiles. La comparación entre lo que va sucediendo en los distritos que eligen gobernador y las presidenciales seguramente lo demostrarán. No será la primera vez, propende a ser la regla.
Se conocen en 2015 veredictos surtidos. Algunos son definitivos, otros están insinuados en las primeras vueltas o en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). En ellos hay trazas de continuidad, pero no son estáticos.
Neuquén, Salta, Santa Fe y Río Negro revalidaron a sus gobiernos. Hay dos provincias en las que perdió el oficialismo. La primera fue Mendoza y hoy se agregará Tierra del Fuego, con cualquier resultado.
Si esta columna tuviera una tesis sería: el sistema político tiene su container de defectos, pero es representativo (en alta medida), federal (bastante) y republicano (en dosis pasable). Es mejorable, más vale pero cumple sus cometidos básicos. Su vitalidad deriva de la intensa intervención popular. El pueblo es protagonista, demandante y celoso de sus conquistas o derechos. Tanto en el cuarto oscuro cuanto en calles, rutas y plazas.
Si esta columna expresara (apenas) una opinión agregaría que es muy valioso que sea así. Y no diría “por suerte” porque no es la fortuna la que moldea nuestro presente y nuestro futuro: es una construcción colectiva y tensamente democrática. En el dialecto del cronista “tensamente democrática” no es un oxímoron, para nada. Casi al contrario.
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PASO a los partidos: Las PASO organizan un régimen signado por un debilitamiento de los partidos políticos tradicionales, que es palpable y que está de moda exagerar.
Los partidos congregan menos adhesiones firmes o afiliaciones reales que treinta años atrás. Han sufrido un desgaste que se vincula entre otros factores a sus desempeños. Esa causal de alejamiento es una prueba de la sagacidad ciudadana, aunque se pregone lo contrario.
Se postula que los partidos no existen y se lamenta el deceso. No se observa mucho qué ocurre en otras latitudes lo que sería aleccionador porque en muchas también se cuecen habas.
Pero volvamos a nuestra querencia borroneando observaciones para un politólogo islandés recién llegado a la Argentina y ganoso de no arrastrarse por prejuicios. No hablamos de nuestro amigo, el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre este país, que vive acá hace rato y no come vidrio.
Licenciado Olaf de Islandia: sospeche de las verdades reveladas de la Vulgata dominante y mire con sus propios ojos. Le contarán que los partidos no existen más y llorarán lágrimas de cocodrilo. No crea nada o, mejor, no crea todo. Observe, por favor.
El oficialismo nacional es la fuerza más poderosa, la que gestiona más distritos. Créase o no, el Frente para la Victoria (FpV) es el partido más grande, el que congrega más adhesiones y es competitivo en casi todos los territorios. Tiene primera minoría en ambas Cámaras del Congreso.
La Unión Cívica Radical atraviesa una etapa no gloriosa pero es el segundo partido. Tiene presencia en todo el territorio nacional. Posee la segunda minoría en Diputados y Senadores. No es segurísimo pero le apuesto un asado: cuando termine la ronda de elecciones a gobernador será el segundo partido que gestiona más provincias, detrás del FpV.
El PRO es un partido dominante en la Ciudad Autónoma. Le ha costado expandirse más allá, pero algo consiguió. Ha formado cuadros, crece su representación parlamentaria nacional. Es el principal challenger del kirchnerismo en las elecciones de octubre. Como su estructura de cuadros y fiscales es acotada, se alió con los radicales, en un ejercicio de racionalidad instrumental similar al que tentó el Frepaso a partir de 1997 cuando se armó la Alianza.
Si se focaliza en las provincias hay partidos distritales que gravitan, incluso con proyección nacional. El Movimiento Popular Neuquino es añejo y clásico, mantiene presencia decisiva en el Congreso desde 1983.
El socialismo santafesino amagó serlo, ahora parece que ha quedado confinado en su frontera.
Desde 1983 hay varios partidos que accedieron a gobernaciones por primera vez: el Frente Grande en Capital, el socialismo, el PRO, el de la gobernadora fueguina Fabiana Ríos que hoy comienza a sellar la retirada.
El mapa de los últimos años en las provincias matiza el (monó) tono bicolor de los inicios de la recuperación democrática.
Se habla de alternancia y diversidad, como virtudes. Lo son, a condición de que el pueblo las decida. Pronunciarse por la continuidad es uno de los tantos derechos ciudadanos que minorías estrechas de miras subvaloran, en aras de un ideal abstracto.
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Resquicios y oportunidades: El método proporcional D’Hondt arropa el voto a las fuerzas minoritarias y propicia una presencia variopinta en la Cámara de Diputados nacional o en las provincias con población numerosa. De nuevo: cotejando con la experiencia internacional esa representación es alta. Democracias instaladas y alabadas no otorgan posibilidades similares, ni por asomo. Son ejemplos drásticos Estados Unidos, Gran Bretaña y Chile (que ahora trata de mejorar su sistema). Abundan otros casos algo menos sectarios que se ahorran en homenaje a la claridad y la síntesis.
Parlamentos con representación multicolor, en las proporciones que el soberano demarca... he ahí otra virtud.
Tal vez no lo sean los alicientes que la práctica parlamentaria concede para la subdivisión de las bancadas y la proliferación de mini bloques o bloques unipersonales. Saben ser concesiones al individualismo en una proporción alta de casos, que nunca llega a la unanimidad.
La labilidad de los límites partidarios, la eventual anuencia de los votantes y los requisitos amigables para armar nuevos partidos potencian las perspectivas de dirigentes con capacidad de crecer. Pueden no tener bandería, querer mudarla o ser tránsfugas, hay de todo en las viñas del Señor.
El sistema funcionando cataliza la emergencia de candidatos taquilleros con camisetas flamantes o algo así. El diputado Francisco de Narváez en 2009, su colega Sergio Massa en 2013 produjeron batacazos en “la provincia” pescando dentro del amplio acuario justicialista. Los votantes los validaron, por razones contingentes y en ejercicio de sus derechos, que incluyen el de “equivocarse”. Se subrayan las comillas, claro.
El santafesino Miguel del Sel, quien perdió por el canto de una uña la oportunidad de ser gobernador, es otro caso. Se podrá aducir que vestía la camiseta amarilla de PRO pero, si se mira bien, se notará que en la joint venture (que seguramente tocó a su fin) el hombre hacía de locomotora y el macrismo de furgón.
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El cierre con simetrías: El cierre de listas del sábado pasado combinó trenzas, zancadillas, acuerdos contrarreloj. En promedio fue prolijo sin desbordes ni sorpresas.
El afán entusiasta de minimizar todo hecho político y de indignarse ante “casi todo” dificulta la observación y el costumbrismo. Si se los ejercita, pueden advertirse simetrías entre las tácticas del FpV y la UCR en la conformación de las boletas de diputados y senadores. Las diferencias entrambas son conocidas y difíciles de exagerar pero hay semejanzas de objetivos. El básico es tratar de conservar las bancas que se arriesgan, dentro del marco de lo factible. Los radicales lo hicieron pulsando con los correlig... perdón con los vecinos de PRO o yendo por su lado, cuando les convino o donde no pudieron evitarlo.
El FpV privilegió las candidaturas de los integrantes de La Cámpora, por directiva expresa de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es racionalidad pura contar con bancadas fieles por convicciones, en un contexto que facilita las deserciones. Los (relativamente) jóvenes militantes o dirigentes obtuvieron espacios importantes y vistosos. Pero no los lanzó a candidaturas fantasiosas o desproporcionales a su potencial. Irán al Congreso, tal vez tengan un bloque que exprese algo así como la décima parte de los diputados. Deberán foguearse, laburar y remar para defender posiciones, ganar reputación y aspirar a ser competitivos en instancias futuras.
El oficialismo trata de apuntalar posiciones, lo que es punto uno de la bolilla uno de la política democrática. El politólogo finlandés nos regaña por gastar espacio en señalarle tamaña obviedad: es un graduado en universidades de excelencia y conoce el paño.
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Qué hizo y qué dejó de lado: Sin embargo, caro Olaf, usted se quedó pegado a la tele hasta la medianoche del sábado 20. Se comió el amague de los zócalos de TN que mantenían un imaginario suspenso sobre la candidatura de Cristina. Ya se conocían las boletas, ya estaba escrito pero la jugada se sostenía. El politólogo sueco, más acriollado, se fue a pasear por el Conurbano con su más que amiga pero no novia, la colorada progre. La pelirroja solo le acepta analizar el pedido de casamiento si el FpV gana en primera vuelta. Así que nuestro científico milita un poco, sin privarse de otras diversiones más personales.
Los medios dominantes y demasiados dirigentes que le hacen coro profetizaron y cuestionaron que la presidenta se postularía para ir al Parlasur, en pos de conseguir fueros. No hubo tal, los augurios se desmintieron por enésima vez.
Durante años blandieron el espantajo de la reforma constitucional y la re-re-re. A veces maquinaron un camino ilegal, parlamentario, chavista. No sucedió.
En este año se dio por hecha la ampliación del número de miembros de la Corte Suprema. A siete, a nueve ¿quién da más? Era medio rarón porque el kirchnerismo no tiene quórum para sumar el cortesano que falta según las leyes vigentes. Podría cambiar el número hipotético de supremos, mediante una ley nueva pero jamás podría llenar las vacantes.
Estamos frisando julio, no viene pasando.
Una lectora o un lector suspicaz podrían argüir que no se hizo porque no se contó con las mayorías institucionales requeridas. El cronista opina que la presidenta jamás quiso forzar la reelección ni ampliar la Corte, pero eso es solo un parecer subjetivo. Más cierto es que la legalidad demarca límites que no se franquearon, porque la institucionalidad existe a niveles altísimos para la tradición nativa.
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El candidato y la líder: La candidatura del gobernador Daniel Scioli es un dato ineludible. Seguro que mide mejor en las encuestas de preferencia ciudadana que en “el disco duro K”, si eso existe. Factiblemente, la presidenta hubiera querido otro desenlace pero se acomodó a lo que marca el tablero.
Llega al final de su segundo mandato en mejores condiciones que los presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Menem. El líder radical debió apañarse con la candidatura de Eduardo Angeloz, que pertenecía a otra línea y profesaba otra ideología partidaria. Incluso el alfonsinismo lo acompañó en una interna muy despareja. Angeloz fue cruel con el mandatario en apuros: hasta forzó la renuncia del ministro de Economía Juan Vital Sourrouille, un favorito de Alfonsín.
Menem intentó llegar a la re-re-re y enfrentar al delfín que le marcaba el tablero: el gobernador Eduardo Duhalde. Este debió torcerle el brazo con el concurso de los compañeros gobernadores peronistas. Se dice que la mala onda de Menem determinó la victoria de la Alianza. Por ahí se simplifica de más, como es habitual: el avance de la Alianza parecía incontenible ya en 1997 cuando el líder riojano todavía confiaba en perpetuarse.
Cristina Kirchner terminará su mandato en un contexto de estabilidad y sustentabilidad mucho mayor. Su imagen pública es incomparablemente más elevada que la de los presidentes aludidos. Es aventurado imaginar cómo se llevaría con Scioli si este llegara a la Casa Rosada. La falta de antecedentes históricos entorpece imaginar horizontes o escenarios.
Lo cierto es que el FpV propone un candidato corrido más al centro (o centro derecha) que su ideal porque las circunstancias políticas lo determinaron. Y que fortalece espacios con dirigentes más del “palo” para contrapesar, custodiar o debatir. Es un modelo de sucesión prolijo, no clásicamente populista porque las preferencias ciudadanas marcan territorio.
Olaf insiste: “¿Entonces Cristina no quiere perder? ¿No quiere dejar un terreno minado, las arcas fiscales devastadas, la ingobernabilidad clavada desde el 11 de diciembre?”. Y calla.
El mismo se rectifica, recordando el punto uno de la bolilla uno. No pregunta qué pasará en el futuro porque, ilustrado como es, conoce la módica y sensata repuesta: habrá que ver.
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