EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Esta nota se redactó más de un día después del cierre de las mesas electorales en Tucumán. A ese momento, el escrutinio provisorio computaba (y quedaba clavado en) el 81,55 por ciento de los votos. Con esos datos, que serán revisados en el escrutinio definitivo, puede darse por hecho que la provincia seguirá siendo gobernada por el Frente para la Victoria (FpV). El ex ministro de Salud Juan Manzur sucederá al actual mandatario José Alperovich. La diferencia de la lista ganadora respecto de la alianza Acuerdo para el Bicentenario (AB) es de casi 14 puntos porcentuales, una tendencia irreversible. La oposición se quedó con la intendencia de San Miguel y la del rico municipio de Yerbabuena, entre otros.
Muchos de los cargos locales están aún sin definir porque el enrevesado sistema electoral tucumano incluye galimatías como los llamados “acoples” que exigen un recuento completo y minucioso, amén de una revisión legal en el futuro. La proliferación de partidos, listas y boletas es clásica en Tucumán: lleva décadas.
Se produjeron hechos de violencia y vandalismo, que entristecieron la jornada. Hubo quemas de urnas, algo que lastima al sistema democrático y que remite en la memoria a los momentos más horrorosos de la historia argentina. En varias mesas y algunas localidades se debió suspender la votación. El impacto de esos hechos no se debe medir solamente por su incidencia en los guarismos finales, que es ínfima. La cuestión es cualitativa y más elevada su gravedad. La realización de comicios complementarios es imperiosa aunque no reparadora del todo.
El combo arroja una elección con ganadores claros en los cargos más relevantes, un grado de participación aceptable y la peor jornada vivida en la maratón electoral de este año.
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El peronismo llevaba ganadas siete de las ocho elecciones para gobernador disputadas desde 1983. La mayoría de las encuestas auguraban la victoria del FpV. Los, más certeros, guarismos de las PASO para presidente y senadores nacionales del 9 de agosto se resolvieron con amplias ventajas a favor de Daniel Scioli y José Alperovich, respectivamente. Manzur era el favorito: lo marcaban la tradición, los años recientes, los sondeos y las Primarias.
La oposición llegó menos dispersa que en las últimas disputas. Conformó una coalición más amplia que las nacionales Cambiemos y UNA. También más pluripartidista que las de otras provincias. Básicamente no se resignó al criterio de la “pureza étnica” fomentada por el macrismo. Ni les cerró el paso a peronistas como decidió la Convención de la Unión Cívica Radical (UCR) en Gualeguaychú. El Acuerdo para el Bicentenario llevó como primer candidato al diputado radical José Cano. Tiene como compañero de fórmula a un dirigente peronista, aliado hasta “apenas ayer” de Alperovich: el intendente de San Miguel Domingo Amaya. Este protagonizó un traspaso curioso: se enfadó con el gobernador porque no lo ungió como su posible sucesor, rompió con su partido, se pasó al bando rival y aceptó ir como postulante a la vice gobernación.
La boleta opositora congregó, pues, a justicialistas con votos y a todo el abanico opositor: radicales como puntal, macristas y ma- ssistas.
Tomando en cuenta que su contrincante es Manzur y no Alperovich, los challengers se tenían fe que acicatearon las primeras encuestas, meses atrás.
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Los márgenes estuvieron dentro de lo esperado. Manzur superó holgadamente la mitad de los votos en una contienda que puede ganarse por uno de diferencia, sin segunda vuelta. Eso sí, quedó alejado de las cifras astronómicas que consiguió Alperovich en 2011 y 2015: 78 por ciento y 69,89 por ciento. La distancia con la oposición se acortó sensiblemente, sin dejar de ser rotunda.
Hay quien predica que hay república cuando existe alternancia y que falta cuando el favorito golea. Es uno de los argumentos “republicanos” para desmerecer de rondón al voto popular. Si hay goleada o perduración, alegan, no hay democracia. No aplican esa regla a Chile ni a la actual etapa en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o en Santa Fe.
El ejemplo tucumano sugiere que avanzar en pos de la paridad relativa no es imposible (aunque sí más difícil de lograr) en determinados territorios. Se puede arrimar el bochín si se “hace política”, se presentan candidatos con arrastre y se articulan coaliciones competitivas. Tucumán es un bastión peronista y así seguirá por cuatro años. Río Negro fue feudo radical desde 1983 hasta 2011, cuando fue desplazado por el FpV, representado por el fallecido Carlos Soria. En 2015 se alzó con la gobernación Alberto Weretilneck, por un partido provincial. No hay distritos imposibles aunque sí muy distintos grados de paridad o de alternancia. El Conurbano bonaerense viene atravesando desde hace años una renovación parcial, trabajosa, minoritaria en el total pero no menos ostensible ni sugestiva.
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Al modo de muchas provincias, las preferencias populares de los tucumanos se expresan de modo diferente según las regiones. La capital San Miguel fue, conforme se suponía, el núcleo fuerte de la oposición que prevaleció allí por casi veinte puntos porcentuales. El interior acompañó al oficialismo provincial: en el Oeste las proporciones fueron inversas a San Miguel y en el Este la distancia fue gigantesca: 71 por ciento a 25, números redondos. Todos las cifras son incompletas pero con una proporción muy alta escrutada.
La polarización atrajo a cerca del 95 por ciento del padrón. El nutrido pelotón de otras listas quedó minimizado. Fuerza Republicana (FR) quedó tercera y apenas superaba el 3 por ciento. Es el partido del represor Antonio Domingo Bussi, cuyo predicamento electoral motivó al ex presidente Carlos Menem a sacar de la galera a Ramón Ortega para darle pelea. Palito batió al genocida en 1991 pero sólo difirió su llegada hasta 1995. En la elección de 1999 FR estuvo a un pelito de continuar con el ejecutivo, en este caso ejercido por Ricardo Bussi, hijo del ex dictador y ex gobernador democrático. “Ricardito” fue cabeza de lista ayer acompañado en la fórmula por Raúl Topa, ex vicegobernador de Bussi. Quién te ha visto y quién te ve, enhorabuena.
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Alperovich fue la figura política central de Tucumán durante toda la etapa kirchnerista. Se va al Senado seguramente con expectativas de participar en el gobierno nacional si Scioli recala en la Casa Rosada.
Es un arquetípico gobernador peronista, un conservador popular con legitimidad en rodeo propio y magro (re)conocimiento en pago ajeno. Lo llamativo es que a principios de siglo nada indicaba ese itinerario: el hombre ni siquiera era justicialista. Dos decadencias lo impulsaron a ser afiliado y candidato del peronismo. La del radicalismo, al que estaba afiliado, en 2001. Y la del peronismo local, tras las gobernaciones de Palito y la de Julio Miranda.
Debió pugnar en Tribunales para ser candidato en 2003. La Constitución local, modificada por el bussismo, estipulaba que los mandatarios provinciales debían ser católicos. Alperovich impugnó judicialmente esa cláusula, los tribunales reconocieron su derecho. Llegó al mando en 2003 siendo reelecto en 2007 y 2011: un ciclo único en la historia de Tucumán. Es uno de los cinco gobernadores judíos de toda la historia nacional y sin duda el más exitoso, el único revalidado en las urnas.
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Alperovich anunció elecciones complementarias donde la violencia las frustró. Añadió que avalará la apertura de urnas durante el escrutinio definitivo, si lo decide la Justicia electoral. Ese escrutinio es el último tramo de un sistema escalonado de controles. Cuando hay normalidad, puede reducirse a recontar las actas, si hay impugnaciones o dudas puedendeben reabrirse las urnas. El recuento es farragoso en tiempo y despliegue aunque también simple para realizar y accesible a cualquier ciudadano que sepa contar. Las vicisitudes de anteayer, entiende este cronista, justifican que se cuenten los votos de a uno y de nuevo.
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Quien esto escribe no es partidario de dar por resueltos delitos o faltas o tropelías recién cometidos a través de la primera información periodística o judicial. Esas conductas deben investigarse y no darse por sabidas en base a un testimonio o una captura de imagen.
Tampoco es infalible preguntarse a quien convenían los desquicios. La interpretación favorita de Hércules Poirot (el necio detective privado inventado por Agatha Christie) dista de ser infalible. Por lo pronto, hay distintos personajes en acción, de diversos niveles. Y cualquiera de los competidores da con una lectura que culpa al otro. En Tucumán, los oficialistas pueden alegar que, a sabiendas de la derrota, la oposición apeló a malas artes. Esta puede aducir que el oficialismo quiso meter miedo. Con todas las diferencias del caso vale la pena refrescar el ejemplo del gas pimienta en Boca donde una parcialidad perjudicó sus propios intereses. Mejor es no condenar antes de que lo hagan las autoridades competentes y precaver para la próxima vez, que está cercana.
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Otro oficialismo ganó, una constante tendencial que se combina en general con gaps menores que en otros años. Chaco será la última provincia que elija sus autoridades antes de las elecciones nacionales de octubre.
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