Lun 14.09.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Ver o mirar

› Por Eduardo Aliverti

Es necesario discurrir nuevamente –y lo bien que hace– sobre operaciones y artimañas mediáticas. Hay pocos aspectos más ejemplares que ése acerca de las cosas mayores que hay en disputa.

En términos de repugnancia, gana por varios cuerpos la miserabilidad de instalar el caso del chico indígena muerto por desnutrición en Chaco. No se privaron de nada, en cantidad y obscenidad informativa. Eso incluye haber relativizado por completo las declaraciones del director de Políticas Materno-Infantiles de la provincia, Gabriel Lezcano: “Este niño nació con una discapacidad, una hidrocefalia no evolutiva y una parálisis cerebral que le generaron retraso madurativo y psicomotriz severo. Esto le produjo una malnutrición de todos los alimentos. Se trataba de un paciente identificado por el sistema sanitario, controlado y monitoreado en forma permanente (...) La familia recibe asistencia alimentaria del Estado y el joven estaba bajo los tratamientos indicados”. En una de las tantas coberturas repelentes que se hicieron sobre la noticia, llegó a titularse que cada diez horas hay una muerte por desnutrición en el país. El copete de la nota (Clarín, jueves pasado) afirmó que son datos del Ministerio de Salud nacional, pero en el cuerpo central se aclara que el 70 por ciento de las personas fallecidas eran mayores de 75 años. Es decir, casos obviamente relacionados con factores ya no congénitos sino atinentes a otros problemas de salud. Y recién hacia el cierre del artículo se cita el informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), según el cual Argentina alcanzó la categoría de “hambre cero” porque el porcentaje de la población subalimentada ya está por debajo del 5. De remate, empero, se cuestiona ese informe internacional ya que “médicos y ONGs” denuncian que “la FAO toma estadísticas del Gobierno que no son confiables”. Desde ya, no se informa quiénes son esos “médicos” ni cuáles las ONGs. Indignado, el escritor Mempo Giardinelli, chaqueño él, escribió (Página/12, también el jueves) que “hay que ser muy canallas para fingir sentimientos que no se tienen, y que jamás han tenido estos carroñeros de la política que vienen a ‘descubrir’ lo que (en Chaco) cualquiera sabe: que decenas, centenares de niños qom, wichís y mocoiq murieron aquí, en iguales condiciones extremas, en lo últimos 10, 20, 50 y 100 años”. Giardinelli advierte que la actual gestión provincial tampoco solucionó las causas ancestrales, pero que al menos sí se encararon políticas sanitarias, educativas y de infraestructura como en etapa alguna se había hecho. Menciona que estos buitres de la comunicación habían empezado la semana anterior, diciendo que el Hospital Pediátrico de Resistencia –inaugurado hace muy poco– tenía fallas, estructurales, al igual que los flamantes centros asistenciales de Villa Río Bermejito y Juan José Castelli. Nunca existió un hospital decente en esos extensos parajes, recuerda Mempo, y entonces irrita que habiendo ahora tres, grandes y con dotaciones médicas nunca vistas, vengan a demolerlos mediáticamente. Y a ignorar que en 2007, de cada mil nacidos vivos, en Chaco, morían 22 mientras que ahora el índice se redujo a 11,8.

No hay de qué extrañarse, aunque lo burdo de la maniobra mediática sugiera lo contrario. Indignación sí, pero asombro no. El próximo domingo son las elecciones chaqueñas y todo indica que el oficialismo ratificará la ventaja que obtuvo en las primarias, con cerca del 60 por ciento de los votos y unos 20 puntos de diferencia sobre el “frente” respaldado por todo el arco nacional anti K. Si es por la problemática indígena y para no ir más lejos, durante la gestión del gobernador radical Roy Nikisch, en 2006/2007, hubo una huelga de hambre de 33 días de doce aborígenes, en el primer piso de la Casa de Gobierno, y un acampe de tres meses en la plaza principal de Resistencia. El 22 de agosto de 2007, el mismo Nikisch denunciaba que la difusión, por la prensa nacional, de los casos de desnutrición y muerte de indígenas en Chaco, se debía a “una campaña sucia perfectamente orquestada”. El mandatario radical agregaba que, “por su propia cultura e idiosincrasia”, muchos indígenas no dejan que el Estado los atienda correctamente, “no hacen uso de los medicamentos y rechazan los tratamientos”. A juzgar por lo que sostuvo un columnista de la oposición, entre tantos otros, es incierto que la terrible imagen del adolescente qom provoque impacto de sufragio entre millones de compatriotas que en las urnas son llevados de las narices por las estructuras clientelares. En otras palabras, una manga de vagos y dependientes del asistencialismo estatal que ni vota ni piensa por cuenta propia, ni compara con cómo les fue cuando gobernaron los que hoy denuncian la corrupción y desidia oficialista, ni nada que se asemeje a cosa que no fuere un ejército de autómatas extorsionados. Y a la primera de cambio que ofrezca hueco para colarse, denunciar fraude generalizado. Es lo que la gente que los sigue quiere escuchar, para asentarse en su odio de clase. Porque es eso, no hay que cansarse de remarcarlo, apenas se levante una vista objetiva sobre la bronca infinita de aquellos a quienes en estos años les fue mejor que nunca. Es que el de abajo no suba, no que el de arriba se mantenga. Y lo significativo es cómo adhieren a esa lógica sectores de las clases medias urbanas, que en buena parte son las más beneficiadas por los índices de estabilidad de empleo y consumo, siendo que entre (varios de) los grandes dueños de la torta no ven con tanto desagrado la continuidad del modelo.

Debería resultar igualmente obvio que la canallada mediática acerca del chico qom, a más de empalmarse con la próxima elección chaqueña, hilvane con el Niembrogate. “El choripán más caro de la historia”, dijo Cristina entre ironía, cinismo y cuchillo a hueso, poniéndolos en el mismo sitio de corruptos o corrompibles que los republicanistas escolares le endilgan al kirchnerismo. De última somos parecidos o hay procederes que nos emparientan, fue el metamensaje de la Presidenta para que enfrente no sepan o no puedan contestar. Peor aún, se negaron a debatir en el recinto deliberante porque dicen que no están dadas las condiciones. ¿Cuáles condiciones? ¿Las del juego sucio de campaña? Con ese criterio no se puede discutir institucionalmente nada de nada, cuando lo que está en danza son acusaciones precisas respecto de las que el imputado, y sus socios ideológicos, no dan respuesta convincente alguna. O, en realidad, ninguna respuesta. En la propia oposición, incluyendo la mediática y excepto Carrió, quien afirma que no se enteró de nada porque estaba fuera del país, surgieron voces que le reclaman al macrismo hacerse cargo. ¿Tiene cómo, o ya es tarde? Se reitera el valor de la experiencia, sin embargo. Estos affaires pueden perjudicar individualmente, pero no en las grandes decisiones colectivas de manera decisoria salvo, claro, que el asunto adquiera proporciones impensadas. Lo que en forma prioritaria influye en la voluntad popular –para el caso, elecciones presidenciales en las que hay casi nula incidencia del corte de boleta– es una visión mucho más global y, a la par, precisa, sencilla o menos contaminada. A los convencidos de un lado y otro no les mueve un pelo el factor corruptela puntual; y en el resto –el dichoso tercio fluctuante, entre nosotros– a la hora de decidir voto cuentan la coyuntura y el horizonte económicos. Según la mayoría de la oposición en sus afirmaciones públicas, ese es un problema porque planes y choripanes tienen un peso determinante. Un análisis menos cavernícola sugiere que el tema es un tanto más complejo, hasta el punto de que, de otro modo, no se explicaría por qué el principal referente opositor resolvió cambiar su discurso para hablar de que no se tocarán las conquistas de estos años.

Encerrada en ese dilema discursivo y, para peor, con la Asamblea General de la ONU aprobando por abrumadora mayoría la propuesta argentina de limitar el accionar de los fondos buitre en la reestructuración de deudas soberanas, además de la ruin explotación periodística del episodio chaqueño se intentó volver a cargar con el caso Nisman. La excusa fue una pericia sobre ausencia de restos de pólvora en el arma empleada en el hecho, que disiente con la casi totalidad de los peritajes efectuados. Se indujo así a reinstalar la hipótesis del asesinato, pero justo cuando los mismos actuantes de la querella indican que, así se haya tratado de homicidio, cabe contemplar el lavado de dinero en que habría incurrido el fiscal como uno de los móviles del crimen. Entonces, el ardid no tenía aire suficiente y jugaron la horrible carta del chico qom que, a su vez, tampoco les dio para monotematizar y cedió paso a reintroducir la presunción de fraude tucumano, en simultáneo con un escrutinio definitivo que –como siempre se supo y como reconoció el perdedor en la madrugada del provisorio– da ganador al oficialismo. Leer y escuchar que se menta fraude entre los polos conservadores que lo inauguraron y profundizaron, para no hablar de los golpes militares y de mercado a que recurrieron cuando les fue menester, sí que debería ser un auténtico escándalo moral. En reemplazo de esa honestidad intelectual, los mandobles mediáticos pasaron en estos días por la instalación de perspectiva de fraude nacional a como dé lugar, la preocupación de la industria turística por la escasez de dólares, el caos en el microcentro porteño por un piquete de combis, el avance de la droga en el país de acuerdo con un instituto estadounidense o, claro está, el contraste de la preocupación presidencial sobre el niño sirio ahogado en las costas turcas y el adolescente qom proveniente del Impenetrable.

Tan impenetrable como esa gente que ve lo que quiere mirar.

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