EL PAíS › OPINIóN
› Por Mempo Giardinelli
Conozco muy bien el Chaco, mi tierra, que he recorrido desde que siendo niño acompañaba a mi padre, viajante de comercio. Ya adulto, en los últimos veinte años no he dejado punto sin visitar. Está en mis novelas y en mis cuentos. Y además, en la fundación que presido, desde julio de 2002 sostenemos un programa de asistencia a escuelas y comedores escolares desde el que sistemáticamente y año con año se brinda ayuda de todo tipo a maestros, bibliotecarios y niños de las diferentes etnias y en particular las más numerosas, qom y wichís, muchos de los cuales hoy son mis amigos. Y todo sin un centavo del Estado y en base a donaciones que gestionamos y recibimos, todas perfectamente declaradas.
Por eso me indignó el repudiable uso político y mediático de la muerte del niño Oscar Sánchez, de etnia qom. Escribí mi anterior artículo en estas mismas páginas, conmovido porque su agonía se utilizaba en las primeras planas de algunos grandes diarios con el sucio afán de enturbiar las elecciones del próximo 20 de septiembre en mi provincia.
Molesto por el uso violento de fotografías y videos que cínicamente advertían que podían “herir la sensibilidad” del público, repudié el uso electoralista de casos de tuberculosis y desnutrición que en el Chaco son parte de una vieja y nunca bien atendida endemia. Y también escribí que centenares de niños qom, wichís y mocoiq murieron en el Chaco en los últimos años, en iguales condiciones extremas y por causas estructurales desatendidas durante décadas.
Mi comparación partió de artículos anteriores sobre el estado de El Impenetrable, como uno que publiqué también aquí, en 2007, describiendo el horrible cuadro que imperaba en aquellos días. Hoy eso ha cambiado, no totalmente, ni siquiera lo bastante que sería deseable, pero algo ha cambiado y es importante decirlo. Porque esas muertes derivan de causas históricamente negadas, y guste o no apenas en los últimos seis o siete años se encararon tímidas políticas sanitarias, educativas y de infraestructura como nunca antes. Por eso cité algunos datos duros sobre disminución de la mortalidad infantil, obras de infraestructura y modestos avances en la provisión de agua potable y electricidad, que, desde luego, nadie salió a refutar. Y que carecen de importancia para las acomodadas vidas de los torquemadas acusadores que pululan en las redes sociales, pero son fundamentales para decenas de miles de miembros de los pueblos originarios del Chaco que habitan esos montes y parajes.
Es claro que el panorama sigue siendo espantoso y habrá que discutir todavía otras cuestiones que afectan a nuestros hermanos originarios, como un debate que ya se está dando con los compatriotas de la etnia mbya en Misiones, donde hay antropólogos serios que discuten si se debe integrarlos, si hay que ayudarlos a que permanezcan en su estado natural, o si hay que impulsar su “desarrollo”, y todo mientras los mbya siguen arrinconados en sus pedazos de tierra sobreviviendo miserablemente y de hecho extinguiéndose. Se trata de problemáticas ante las cuales es muy difícil tomar decisiones, y seguramente es por eso que los gobiernos no las toman.
Mi artículo recibió muchos comentarios aprobatorios que llegaron en forma de mails y mensajes en todas las redes sociales, incluso las que no frecuento. Fue intensa, además, la reproducción maciza y generalizada de esa nota en medios del interior del país. Pero sobre todo fue desagradable comprobar también una muy fuerte repercusión negativa, particularmente en forma de insultos y andanadas de odio que no dejaron de incluir descalificaciones groseras a mi integridad moral e incluso amenazas a mi integridad física.
Señal patética del estado de parte de nuestra sociedad, lo que para mí resultó más impresionante fue advertir la incapacidad manifiesta de vastos sectores de ciudadanos de entender lo que está escrito. O sea, digo, que leen lo que quieren leer, no lo que está escrito.
Desde esa confusión, tanto hacen acusaciones de “complicidad intelectual” en el “asesinato” de niños aborígenes como creen entender que uno ha escrito que en el Chaco ya no hay miseria porque fue erradicada en los últimos diez años. Y lo más ofensivo: el griterío de los que suponen que uno escribe textos pagados por el poder. Con lo que sólo se ve que ellos sí serían capaces de matar ideas, si las tuvieran, por la paga de cualquier patrón.
Dan ganas de decirles: “Era sólo un artículo condenando la actitud grosera, violenta y utilitaria de los medios dominantes sobre la muerte de un niño, muchachos”. Pero sería inútil. Como es también inútil preguntarse si esos acusadores, justicieros y denunciantes seriales, además de mirar tele en sus comodidades porteñas, tienen algo más que rencor y odio.
A menos que sean demasiado grandes y constantes los trabajos solidarios y de justicia social que llevan a cabo los furibundos torquemadas que pululan en las redes.
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