EL PAíS › OPINION
Comienza la campaña regulada. Algunas virtudes, poco impacto visible. La política en el sistema real de medios: una presencia constante. Variaciones en la intención de voto: la realidad y los termómetros. Un juez incompetente y las reacciones. Y una paritaria que amplía derechos.
› Por Mario Wainfeld
Se largó la faz formal y regulada de las campañas. La publicidad pautada se divulga en las radios y en la tele. Las reglas relativamente igualitarias obran efectos valiosos como hacer conocer a los candidatos de fuerzas menos renombradas, menos dotadas de recursos económicos.
Los spots proliferan a repetición. La impresión predominante es que su impacto en la intención de voto (transitorio, ojo) es entre nulo y escaso. “La gente” sigue en la suya, comentan o se resignan protagonistas de todas las pertenencias, periodistas o consultores.
Nunca es saludable engolosinarse con los diagnósticos extremos. Conviene advertir que el sistema real existente de medios audiovisuales abunda en programas políticos “todo el tiempo”. Hay magazines radiales o programas de tevé con esos platos en su menú para todos los gustos durante los 365 días de los años no bisiestos.
En la radio en especial se segmentan bastante por preferencias: los oyentes se identifican con la línea política del programa o su conductor. Hasta se mimetizan con el estilo oratorio, los tópicos o el modo de hablar cuando se comunican intensamente llamando al contestador automático o escribiendo a Facebook o mediante SMS o guasaps. El consumo político es cotidiano con fuerte marca de identidad política.
Los presidenciables, los compañeros de lista relevantes o ignotos tienen micrófono y cámara desde hace meses.
El cambio de escenario, entonces, dista de ser tan drástico como en países donde son otros (menos politizados al menos en la epidermis) el esquema comunicacional y los ritos de los dirigentes.
Todo modo, las publicidades no atraen la atención salvo la de los obsesionados o profesionales. Por ahí tanta ingesta de política empalaga o “satura” por ponerlo más en jerga.
Los principales presidenciables, opina este cronista comparten límites para la comunicación diaria, que el público atiende “part time”: mientras trabaja, maneja o viaja, almuerza, se clava una colación, cena o charla en familia. Los candidatos son solícitos para los reportajes pero no taaan atractivos mediáticamente. Mauricio Macri, Sergio Massa y Daniel Scioli no se destacan por ser ocurrentes, elocuentes, menos que menos graciosos, no repentizan, se reiteran a menudo. Juegan sobre seguro, no arriesgan como táctica general aunque quien va tercero es más lanzado por pura lógica instrumental.
Se debate mucho sobre la capacidad de los medios de “instalar agenda”. Sin internarnos de lleno en tan jugosa polémica digamos que quienes creen en esa potencialidad son los editores de los medios que juegan con las tapas o las notas centrales, los títulos, las páginas pares o impares, los video graphs capciosos o reiterados.
A su turno, los políticos creen en el teorema de Baglini. Por eso Massa es más punzante que Macri y éste que Scioli. Quieras que no, las costillas se contaron en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Cada uno tiene su capital, la primera consigna táctica es cuidarlo. Hasta ahora les ha ido bien en ese aspecto y les viene costando crecer según la mayoría de las encuestas que constituyen su compartido sentido común.
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Los cajones de Herminio: Cuarenta, treinta, veinte por ciento concuerdan los encuestadores que divergen en matices o mediciones. Cada cual puede tenerles confianza o recelar. El diagnóstico se completa con un dato que disgusta a jefes de campaña, periodistas promotores de escándalos o devotos del minuto a minuto. Es factible que las posiciones de las PASO se hayan mantenido sin grandes vicisitudes en los casi dos meses transcurridos desde el 9 de agosto.
Es atractivo el mito del “cajón de Herminio Iglesias”. Este escriba cree que jamás tuvo las consecuencias que le atribuye la leyenda urbana. Que una elección ganada por mucha diferencia a nivel nacional tras una campaña única se define mucho antes por motivos más sólidos y menos anecdóticos. Pero la creencia compartida genera consecuencias sociales. Una es el afán de descubrir covers novedosos del episodio. O de “colárselos” al rival porque el cajón deseado o temido no tiene por qué ser un gol en contra como el de Herminio. También puede ser un golazo de media cancha o una chilena salvadora del rival.
Claro que hay quienes miden la competencia como la fiebre de un paciente semi engripado. O como la presión de un hipertenso en una semana en la que padeció sinsabores en el trabajo, vivió pasiones en la vida personal y vio un Boca-River en la cancha. El holter o el termómetro minuto a minuto suministran cifras que por puntillosas son inexactas.
Mirado más de cerca: es dudoso que hayan conmovido al sismógrafo las denuncias contra el ministro Aníbal Fernández o el relator Fernando Niembro, las inundaciones bonaerenses o el viaje a Europa del gobernador Scioli. Difícil es calibrarlas, forzado negarles cierta implicancia. La percepción de quien esto firma es qué –salvo en el momento de fiebre alta o de gol en el superclásico– el 40-30-20 tendencial se sostuvo sin oscilaciones contundentes.
Restan tres semanas de órdago que, seguramente, gravitarán más que las ocho ya corridas. La intuición promedio se inclina por suponer que pulularán (o polularán) nuevas denuncias o giros de tuerca sobre las existentes, corridas contra el dólar, acusaciones a voz en cuello. Habrá que ver su punch y su resultado.
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Que no decaiga y que crezca: Si las encuestas no pifian feo Scioli retiene su caudal con la pole position holgada. Los pronósticos deportivos le asignan más chances de ganar por diez puntos con más del 40 por ciento que de llegar al 45 por ciento o que decaer.
La regla constitucional es discutible, herencia de los tan añorados tiempos del bipartidismo. La pautaron los presidentes Carlos Menem y Raúl Alfonsín para amurallar las posiciones de sus respectivos partidos, cerrando el paso a la alternancia fuera de sus fronteras. Esa historia y herencia reales son soslayadas en esta etapa en la que se añora una “república perdida” que este cronista jamás vivió. Le tocó reseñar la regresión neoliberal, la convertibilidad, la entrega a los organismos financieros internacionales y el Congreso que validaba todas esas regresiones, arrasamiento de derechos sociales incluido. La escribanía entreguista de la que pocos sabihondos hablan mientras construyen su capciosa remembranza. Volvamos al núcleo ya que no son estos momentos de digresiones.
Los celebérrimos dos o tres puntos que “le faltan” a Scioli son peliagudos para conseguir. El candidato oficialista ha construido una imagen en el camino. Nadie cree seriamente que cederá el doble comando. Gobernadores, empresarios, sindicalistas, punteros leen que formará su propio gabinete sin ceder “la lapicera”. Y se mueven en consecuencia. Ya ni se volantean rumores o versiones en contrario.
Es un modo de construir poder propio. Ese afán delinea en gran dosis la campaña que abunda en cónclaves, encuentros con dirigentes o actos. Hay poco “territorio” o cuerpo a cuerpo en el movimiento del aspirante kirchnerista, una opción no tan previsible que acaso tribute a su idiosincrasia personal o a cálculos de especialistas. En cualquier supuesto, llama la atención.
Si Scioli bascula en torno de dos o tres puntos que pueden “cambiar la historia” el jefe de Gobierno Macri acaricia una hazaña relativa. Está a punto de ser el candidato de derecha o centro derecha con más votos en elecciones nacionales desde 1983. Sería un record que sabría a gloria si hay segunda vuelta o a acíbar si el kirchnerismo llegara a la Rosada el 25 de octubre.
Para medir la marca se deja de lado la comparación con Menem, opinando que el ex presidente reelecto a fuer de peronista jamás fue un hombre de derecha “puro”. No se trata de una visión esencialista sino de una lectura de sus apoyos sociales. El riojano siempre contó con un número significativo de votos de sectores humildes. Ese era su crédito aún en 2003. Lo que indujo al entonces presidente Eduardo Duhalde a urdir los neolemas para gambetear una interna peronista en la que Menem sería favorito.
Las clases medias y altas son el piso de Macri que ofrece el albur de ser un techo. Tan porteño, tan rico, tan Palermo Chico... las provincias y la clase trabajadora podrían serle esquivas. Los focus groups de encuestadores, aún de los que él paga, muestran que predominan quienes creen que favorecerá a los empresarios o a los ricos. Algunos lo votarían, porque lo son. Otros porque creen en teorías del derrame o del crecimiento secuencial. O por bronca a los “negros”, quién sabe. O como alternativa polarizadora al kirchnerismo, la hipótesis más sistémica. Hasta ahora el PRO no consiguió instalar sólidamente esa perspectiva como argumento eficaz para succionar votos a otros aspirantes de la oposición.
El diputado Massa la obtura bien, hasta acá. Su “tercera posición”, discutible en lo ideológico, es funcional en el reparto de preferencias. Lo diga o no (no lo dirá, más vale) el tigrense conserva una apuesta a placé o a futuro más satisfactoria que sus contrincantes. Su perfil peronista, su discurso anti garantista podrían proyectarse después de 2016, si perdiera. Para Scioli o Macri, sin territorio propio y con contrincantes internos que los tienen, el porvenir imaginable sería más melancólico.
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El licenciado Durán Pasarella: El decano de la facultad de Sociales de Estocolmo le pide un informe minucioso a su discípulo díscolo, el politólogo sueco que hace su tesis de post grado sobre la Argentina. Apela a giros literarios, acaso ingeniosos acaso berretas. “¿Por quién doblan las campañas, profesor? ¿Qué cambia en el horizonte, quién ganará que eso es lo que importa?” El politólogo, envuelto en querellas menudas con la pelirroja cristinista que intenta creer en Scioli, responde en igual tono: “Como enunció el estudioso Jaime Durán Pasarella, las campañas no doblan. Es difícil meter goles así”. Garabatea cifras menores, consabidas. Se va en pos de la pelirroja que fatiga “la provincia” con denuedo y llega cansada por la noche.
La fiebre política se mantuvo normal y estable durante la semana que pasó. Las críticas al clientelismo provinieron de un juez que no paga impuestos y se arroga saberes de los que carece (ver recuadro aparte). Poca cosa comparada con Tucumán, que pierde centralidad y centimil.
El cruce del Rubicón de la candidata Mónica López excita apenas a los iniciados. Una mirada costumbrista induce a pensar que los cambios de camiseta entre el Frente Renovador y el Frente para la Victoria aburren de tan remanidos. El ir y venir de lxs tránsfugas habla de su poca fidelidad y su oportunismo. Los partidos antagonistas no acatan la máxima “Roma no paga traidores”: reciben a los oportunistas seriales o los vituperan cuando se lanzan a la otra orilla. Nada que sacuda la aguja.
La City siempre acecha y juega fuerte. Macri realiza promesas generosas (hipotecas por doquier, duplicación de la Asignación Universal por Hijo) incompatibles con el cuadro de situación que describe, se abraza con el titular de la CGT opositora Hugo Moyano. Se mueve un cachito, descontando la fidelidad del voto propio.
La ciudadanía no se excita tal vez porque se mantuvo politizada durante años y ya se pronunció en las PASO. Puede que medie apatía o desapasionamiento... o que no esté atemorizada con en otras coyunturas electorales. Se sabrá cuando se expida.
Hace una semana se votó en Cataluña, en un contexto polarizado y antagónico por demás. La grieta no es un invento argentino, joder. Se celebró una participación del orden del 75 por ciento. En un país sureño, con voto obligatorio, secreto y universal ese porcentaje es habitual, nada asombroso. Un detalle entre tantos, en las vísperas de una decisión que unos cuantos orejean y palpitan. Falta poco, lo mejor es tener paciencia y propagar calma tratando de cooperar para que el pueblo decida en paz y conforme a sus propias premisas.
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