EL PAíS › OPINIóN
› Por Mempo Giardinelli
Escribo esta nota en base al siguiente razonamiento: nunca me consideré kirchnerista, pero acompañé y celebré la mayoría de las grandes decisiones nacionales y populares de los últimos doce años. Consecuentemente, ahora me encuentro en cierto modo forzado a votar a un candidato que promete una continuidad atemperada, acaso poco creíble, y me sobran resistencias.
Esta duda es común a muchos compatriotas que el 25 de octubre van a votar, posible, casi seguramente, por la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini. Pero además, a quienes no tenemos por qué tragar sapos y jamás lo hicimos, esa duda nos coloca en una posición incómoda, crítica y hasta desagradable.
Los candidatos del kirchnerismo, ciertamente, ya están fuera de discusión. Están instalados, muchas encuestas los dan triunfadores en las urnas, y por el bien del país uno espera que sea efectivamente así. La paz de la república y la necesidad de frenar el bestiario desaforado que representa una oposición ciega y conducida desde diarios y sistemas comunicacionales corruptos y antinacionales, hacen pensar que lo mejor es que triunfen y ojalá que el triunfo sea holgado, no haya ballottage y la pesadilla que significaría el Sr. Macri como presidente sea sólo eso: una pesadilla que se disuelve el 25 de octubre.
Uno tiene que hacer oídos sordos, entonces, cuando ve videos como un compacto de YouTube en el que Daniel Scioli habla del menemismo en los años 90. Aún sin mala leche ni adjetivaciones, habla por sí solo.
Claro que es un hecho que prácticamente toda la dirigencia kirchnerista también pasó, con diferentes gradaciones, por el menemismo, y aplaudió y consintió aquel desastre neoliberal que nos condujo al horrible 2001. No es para que se rasguen ahora las vestiduras, pero la verdad es que casi ningún dirigente saldría indemne de un archivazo de ese tipo. Y no sólo kirchneristas, vamos. Que si se aplican esas varas para macristas, massistas, radicales y socialistas, y aún para cierta izquierda loca que tenemos, el resultado es para llorar. Youtube es implacable, en este sentido.
Por eso me parece válido pensar, en estos días, que muchos, muchísimos de los que somos “voto cantado” y vamos a votar Scioli-Zannini estamos, acaso, verdadera y prácticamente entrampados. No nos convence el candidato porque no transmite confianza política; porque en la provincia no hizo un gobierno inolvidable; porque su estilo amiguero lo hace demasiado moderado y es de temer que clarines, naciones, la tele y el empresariado feroz se lo van comer crudo y rápido.
Entrampados, o sea, pero claro, uno mira alrededor y ve que la oposición presagia todo lo peor. Denuncian corrupción los que fueron corruptos y no hay pecado kirchnerista que ellos, los que prometen “cambiar”, no hayan cometido. Y cometen a diario en los espacios que gobiernan. Están podridos moralmente, y si la inmensa mayoría de los argentinos no lo ve, no lo quiere o no puede verlo, es porque son manipulados por el aparato comunicacional más extraordinario que hayamos visto. Por eso la oposición tiene el descaro de quejarse de las “cadenas” que bien hace en utilizar la Presidenta, forzada casi a diario a denunciar la mentira de los grandes medios.
Así, claro, los muchísimos ciudadanos/as llenos de dudas realmente no podemos no votar Scioli-Zannini.
Pero no por eso tenemos que hacer un voto manso, me parece. Personalmente prefiero, y sé que no estoy solo, un voto positivo pero también de protesta porque el kirchnerismo, y empezando por la Presidenta, la pifió en este punto. Esta columna lo sostuvo en todo momento: a las PASO se debía ir con varios candidatos y entonces nosotros, millones de votantes, hubiésemos tomado la decisión. Más democrática, ni se diga, pero además sin esta sensación de que nos impusieron un candidato que no enamora, que no tiene brillo, que no garantiza continuidad de lo mejor que se hizo estos 12 años y cuya perspectiva presidencial puede ser –y ojalá estemos errados– un salto al vacío. Que es decir al precipicio.
Y no se piense que es una hipótesis apocalíptica. Basta pensar en el muy barajado, posible equipo ministerial que acompañaría a Scioli-Zannini. Desde las hipótesis más interesadamente astutas de La Nación y Clarín, hasta las más resignadamente kirchneristas, se especula así: jefe de Gabinete, lógicamente, Alberto Pérez; Jorge Telerman en Cultura y el gobernador entrerriano Sergio Urribarri en Interior. Acaso Julián Domínguez en Agricultura, y el ex gobernador mendocino Sr. Pérez en Cancillería. Y si eso no te inquieta, agarrate Catalina con los nombres y carteras que siguen y hacen pensar en una especie de aterrador Gabinete del Dr. Caligari criollo: el sanjuanino Sr. José Luis Gioja podría ir a Medio Ambiente... El Sr. Alejandro Granados a Defensa... El Sr. Maurice Closs a Turismo... y el Sr. Ricardo Casal, hombre cercanísimo a Scioli, no necesariamente iría al Ministerio de Justicia como todo mundo cree, sino quizás a la Suprema Corte. Donde seguramente habrá también un ministro radical (acaso el Sr. Ernesto Sanz) y algún par de esperpentos de la tradicional y conservadora “familia judicial”.
Súmesele que la economía parece que dejará de depender de la política –como hasta ahora y como se debe– y es casi seguro que se dividirá en áreas a cargo de por lo menos tres B: los señores Bein, Blejer y Batakis (única mujer en danza, por cierto, lo que no deja de ser escandaloso en las apuestas). Nada hace pensar entonces que no habrá conflictos y tironeos, y es una verdadera incógnita cómo se enfrentará a los fondos buitres de afuera y a sus primos los cuervos locales.
Los lectores advierten, seguro, que este artículo no tiene más intención que la de declarar que quien firma es voto cantado, sí, pero en todo caso de canción de protesta.
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