EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Debería resultar curioso que a menos de un mes de las elecciones presidenciales se perciba cierto clima de apatía general. Es entre poco y nada lo que sacude la modorra. No siempre fue así y puede resultar interesante adentrarse en los motivos, reales o presuntos.
Yendo de abajo hacia arriba en orden de importancia causal, los avisos de campaña que se largaron en estos días encierran alguna explicación. Primero, hay consideraciones formales que son reiterativas. La frecuencia de los spots es insoportable, pero más insólito todavía es que –precisamente por ese vértigo repetitivo– ni en los equipos dirigenciales ni en sus agencias de publicidad se hayan tomado el mínimo trabajo de variar slogans y realizaciones. El andamiaje creativo es inexistente, y más parece tratarse de cumplir una obligación que de ofrecer ideas. Va en cada quien si resuelve creerle a Scioli cuando intenta dar imagen de liderazgo, a Macri hablando de pobreza cero, a Massa erigido como el sheriff contra el narcotráfico o a Del Caño en su promesa de millones de nuevas viviendas financiadas con impuestos a las grandes fortunas. Pero no costaría nada que alguno rompa el libreto, se salga de los convencionalismos de escuela primaria y exprese, en las mismas dos o tres oraciones que emplean para estar a favor del progreso y la felicidad colectivos, una sola explicación política y técnica acerca de con cuáles recursos sostendrán sus propuestas. Objetivamente, al margen de si su figura es creíble, el que más se acerca es el gobernador bonaerense porque dispone de un modelo de ya doce años y puede mostrar gestión amparada en una fuerza de orden nacional. Si tiene la convicción de seguir por ese camino es el interrogante de propios y ajenos. Sin embargo, esa cuota de muy relativa confiabilidad es lo que se avaló en las PASO y lo que parece otorgarle una ventaja determinante en octubre. Del resto se escucha hablar en abstracto de los valores de la República, de que “la fuerza sos vos” en un país con todos los climas y capacidad alimentaria posible o de que la toma del Palacio de Invierno está a la vuelta de la esquina. Y de los demás con esperanzas de competencia real por puestos expectables, se contempla que todo es posible de sólo enunciarlo con una ensalada multifacética: poner la cotización del dólar al arbitrio del mercado, acabar con el ausentismo docente, eliminar las retenciones agropecuarias, usar militares contra la droga, lanzar créditos hipotecarios a rolete, acabar con la corrupción estatal dejando el combate contra los hombres de negocios con el Estado para otro momento, convertir a los medios de comunicación públicos en un impoluto modelo noruego, reinsertarnos en el mundo y lloverán las inversiones. Un universo Heidi que liquidará la grieta. Así de sencillo.
Es probable que esa falta de sustancia de las promesas electorales se deba a que las cartas están echadas y, entonces, ya no sea factible, en el tiempo que resta, provocar acentuaciones o giros convincentes. Macri lo intentó y no semeja que le haya ido muy bien que digamos, al cabo de pseudo kirchnerizarse de la noche a la mañana. Tan fue así que, al menos según cualquier relevamiento que se tome, Massa estaría entre achicar la pelea por el segundo puesto y acercarse al cabeza a cabeza del mismo rango, cuando hasta hace apenas meses sufría un escape inédito de sus tránsfugas. Exageraciones encuestológicas, seguramente, pero algo pasó y es verosímil que el Niembrogate, aunque no tenga influencia decisiva ni nada que se le parezca, haya pegado en esos puntitos que se disputan segundos y terceros. Son meras especulaciones, pero desnudan las dificultades para construir un discurso sólido capaz de mostrar a una oposición mejor que lo conocido en estos años. De hecho, el taladro de los medios que le son afines, o que directamente comandan su agenda, no encuentra el hueco por donde colarse. Fluctúan. Saltan de sumarios primordiales en los géneros policial y sociedad, siempre ligados con aspectos pesimistas, a mandobles sobre el ajuste que se viene y alarmas de devaluación. Tampoco les salieron bien sus maniobras al respecto. Se les cayó en pocas horas la opereta respecto del contado con liqui. Y el pago del Boden 2015 se cumplirá sin mayores sobresaltos a más de un nuevo acuerdo financiero con los chinos, que estabiliza el nivel de las reservas monetarias. Desde ya, redujeron a ignorancia supina unas buenas noticias, aunque no de impacto masivo, como el lanzamiento del segundo satélite de producción nacional. Con un escenario de este tipo suena lógico que persista una agenda basada en asuntos de orden secundario si se los ve desde la gran política, y no a partir del valor de comentarios de café. Insustanciales denuncias de fraude, tiempo y forma de las declaraciones de bienes de los candidatos, borocoteadas de personajes ignotos, internas judiciales, etcétera. En otras palabras, podría decirse que si no hay mucho para decir, en lo estructural, significa que casi todo está dicho. Dos modelos diferentes en cuanto a la orientación distributiva y la relación de fuerza con los factores del poder económico-financiero, con grandes dudas sobre las capacidades de liderazgo político del uno y el otro.
En el caso de Scioli, la incógnita es su fortaleza ideológica para afrontar las tensiones y enfrentamientos que el kirchnerismo supo asumir, y administrar, con un sentido de centroizquierda que tuvo en Néstor y Cristina una jefatura popular enorme. No es un candidato enamorante. No despierta pasiones ni a favor ni en contra. Pero los demás sufren lo mismo. Esa puede ser otra de las explicaciones para interpretar lo frío, o muy tibio, de las campañas. Todo lo que es movilizador, para amarla o repudiarla, lo ejerce Cristina. Su discurso ante la Asamblea General de la ONU volvió a indicar que es la única en condiciones de mover el tablero. El resto corre a muchos kilómetros de distancia. Demasiados. Y al no competir ella, queda una vara muy alta para quienes pujan por sucederla. El verbo, pujar, visto en política, es más bien otro convencionalismo que merece ser puesto en análisis. ¿Pujar por obtener la victoria, o por plantar una inercia oposicionista no totalmente convencida de que esta sea la mejor instancia para afrontar el máximo cargo ejecutivo? Si se lo mira desde querer cambio pero con líneas de continuidad, está Scioli. Pero si de veras se pretende un cambio total, de retorno noventista, claro que con el peronismo enfrente y no en el ejercicio del poder, ¿es Macri el hombre indicado y tendría el macrismo la territorialidad y el despliegue parlamentario para gobernar?
Hace más de dos meses (Página/12, domingo 30 de agosto), el colega Sebastian Abrevaya sacó la cuenta, proyectado el resultado de las primarias, de que Macri sería el presidente más débil desde el regreso democrático. Vaya si Kirchner asumió igualmente con un muy minoritario porcentaje de votantes, pero con la pequeña diferencia de orbitar en el peronismo. La proyección de las PASO, junto con la definición de 10 de las 11 elecciones provinciales que ya se votaron de manera desdoblada, da que el PRO tendría entre 32 y 36 diputados, apenas 4 senadores nacionales y un solo gobernador (el jefe de gobierno porteño). Aun si se contaran sus aliados radicales, de la Coalición Cívica y otras fuerzas menores, Macri estaría en franca minoría no solamente en el Congreso sino a lo largo de toda la presencia territorial. En la Cámara baja y siendo optimistas, Cambiemos dispondría de un 34 por ciento del cuerpo: muy lejos de los 129 diputados necesarios para el quórum propio. En la Cámara alta es peor, porque llegaría a 15 senadores sobre un total de 72. Todo lo contrario, el Frente para la Victoria, sin contar un incremento respecto de las primarias, tendrá alrededor de 101 diputados y 40 senadores. Pero además, a diferencia de la Alianza que dominaba la UCR, el PRO estará en minoría dentro de su propio frente, porque lo hegemonizan los radicales. O lo que de ellos queda. Por último, y si acaso se cree que lo central no pasa por el Congreso sino a través de la relación con los gobernadores, el PRO cuenta con sólo dos que son de la UCR, que podrían convertirse en cuatro si gana en Jujuy y Santa Cruz como distritos donde les cabe sostener confianza. Significa que, aun en la hipótesis más favorable, quedarán 15 gobernadores encuadrados en el peronismo; dos “disidentes” (Córdoba y San Luis) y dos provinciales de buenas relaciones con el FpV (Santa Fe y Neuquén). Todo esto sin citar la cantidad y calidad de funcionarios de alto rango que Macri heredaría en organismos como el Banco Central, Afsca y Procuración General. Cualquier politólogo que se consulte, o sencillamente cualquier ciudadano con dosis elementales de sentido común, coincidirá en que una administración así necesitaría para gobernar de una muñeca, equipos y aparatos inéditos. ¿Tiene eso el macrismo? No estamos hablando de justiprecio ideológico, ni de moral republicana, ni de aspiraciones otrora caceroleantes. Hablamos de gobernar. De la estabilidad que tanto les gusta mentar en democraciolandia. De los conflictos inherentes a la implementación del poder, que no al comentarismo y a los spots de campaña.
Siempre como hipótesis, es veraz o verosímil que algo o mucho de estas anotaciones estén jugando fuerte a la hora de explicar lo aburrido, cansador, sistemático, de las empresas políticas y propagandísticas en boga. Se trataría de que los candidatos lo divisan. Y el pueblo también.
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