Sáb 21.11.2015

EL PAíS  › OPINION

Recuerdos del Medioevo

› Por María Moreno

Imagen: Carolina Camps.

Y el verdadero debate fueron los comentarios sobre el debate, pulsiones semiológicas ante una mezcla de Odol pregunta con La justa del saber, aquellos viejos programas de tele para jugadores de palabras cruzadas, pasando (obvio) por ShowMatch (los destacados de Scioli repicaron luego en los últimos actos de campaña). Y aunque las estrategias político-espectaculares parecieran estar bajo la influencia de Domingo Faustino Sarmiento cuando dijo “Seamos los EE.UU.”, para mí estábamos en el Medioevo. No, no es una frase apocalíptica, tiene cierta precisión vigente. Michel Foucault cuenta en la tercera conferencia de su libro La verdad y sus formas jurídicas cómo en el derecho feudal, cuando alguien era acusado de algún delito, el litigio se reglamentaba por el sistema de la prueba (épreuve). Una de ellas era verbal: el acusado debía responder a la acusación con cierto tipo de fórmulas. Un error de gramática o un cambio de palabras podían hacerlo perder por invalidar las fórmulas y no por haber sido hallado culpable del delito del que se lo acusaba. Como si le hubieran dicho al Petiso Orejudo que podía quedar en libertad si recitaba correctamente “Hay chicas chachareras que chacotean con chicos chazos. Y un chico mete al chillón de la chepa un chichón por chirrichote”. Y algo de eso hubo en el debate del 15 de noviembre, de acuerdo con el texto denominado Manual de Estilo de Argentina Debate, en la restricción de responder cuando se quería hacerlo, en la imposibilidad de diálogos de ida y vuelta, de retomar temas e hilar fino cuestiones donde el formato pautado parecía favorecer la intervención aforismo de poster o la repetición en espejo del cargo de mentir al igual que en esas peleas conyugales que empiezan con y siguen con “¡y vos...!”, “¡y vos...!”. El Manual de Estilo de Argentina Debate tuvo como función principal, como se vio, impedir el debate. En las horas siguientes, ya en la última seguidilla de actos de la campaña, Daniel Scioli subió y templó la voz como si soltarla en la calle la dejara más en forma y, entonces, aguzó su lenguaje realista en un concretismo vehemente, llegó a improvisar una injuria popular al llamar a Macri “un creído de Barrio Parque” y, ya en la noche del jueves, durante el programa de Baby Etchecopar se asentó en un inventario de lo hecho en sus diversas gestiones como legado de lo por venir, a la manera de una heráldica fáctica, recurso bien diferente del de su rival, que en oposición al axioma peronista “mejor que prometer es realizar” pareció creer a través de todos sus dichos que nombrar es realizar.

De carismas y de símbolos

¿Qué se puede esperar de un candidato cuyo cotillón publicitario asume la estética del cumpleaños infantil, se hace el zonzo con el hecho de que “globo” quiere decir mentira y cuyos puestos de promoción callejera se asemejan a los de Cablevisión? Si la silla de ruedas de la candidata a la presidencia por Cambiemos, como ya escribí en otra ocasión, transmite la imagen ejemplar de alguien que se ha sobrepuesto al infortunio personal y exige el respeto de la corrección política para las personas con distintas capacidades, deslizando una cadena de asociaciones por las cuales a ella se la vería como aliada natural de diversos grupos discriminados y evocando la potencialidad de milagro –ese levántate y anda jugado en las puestas en escena evangelistas de curación por la fe–, el brazo ortopédico de Daniel Scioli no parece tener la misma fuerza semiótica –amén de haber despertado las desdichadas bromas de los compadres políticos que suelen alternar sus agudezas retóricas con lapsus a lo bestia del archivo popular barrriobajero–, ya que cierto resentimiento medio pelo lo asocia al error bravucón del deportista banana y a su prótesis con el privilegio tecnológico, y no al desafío de alguien con un sino trágico popular como, por ejemplo, fue el caso de René Lavand, de mano única pero maga. En cuanto a puestas en escenas, entre la hinchada macrista habría un cierto consenso sobre que el ejercicio del poder exige una soltura tranquila, esa cara de póquer, indicio de que el control empieza por casa: con el autocontrol (de Hitler a Fidel pasando por Ubaldini, las pasiones han sido archivadas). Y de Daniel Scioli se criticó su nerviosismo agresivo, su sobrepasarse en el tiempo de las preguntas o exposiciones, es decir su desobediencia al manual de estilo y aunque repitiera varias veces que no iba a responder por un gobierno que iba a terminar el 10 de diciembre, mostró un linaje kirchnerista en no poder fingir politesse, calentándose sin disimulo y mostrando en el tuteo con la audiencia representada por la cámara (un hallazgo teatral electoral adjudicado a John Fitzgerald Kennedy), la misma incomodidad que debe sentir el paciente de un terapeuta gestáltico cuando en su primera sesión debe hablarle a un almohadón, llorarle, abrazarlo y hasta golpearlo, haciendo de cuenta de que es su padre o su madre.

Ningún arte de la injuria se ejercitó en el modelo Medioevo-ShowMatch y estuvo claro que ninguno de los dos competidores era seguidor de Quintiliano, siquiera Tato Bores o Fidel Pintos salvo eso de “si todavía no pudiste resolver el problema de los trapitos, ¿en serio creés que la gente va a creer que vos podés solucionar el problema del narcotráfico?” y “Daniel: ¿en qué te has transformado? ¿O en qué te han transformado? Parecés un panelista de 6, 7, 8”. Pero sonó muy democrático que Daniel Scioli dijera en un momento “conmigo no, Mauricio” citando, al parecer involuntariamente, a una adversaria (¿te imaginabas, Beatriz, que una frase tuya llegaría a formar parte de las frases hechas del archivo popular nac y pop?).

El cuestionario a Mauricio Macri y Daniel Scioli publicado el 19 de noviembre en Clarín arrastra en su edición, por sobre un supuesto efecto de subjetividad, ciertos procedimientos insidiosos. A pesar de que un par de epígrafes informan que las entrevistas se han hecho por separado, la dirigida a Macri en una oficina del Gobierno de la Ciudad y la dirigida a Scioli en el hotel NH City, la nota general está editada como una sola entrevista en donde el nombre de Macri siempre encabeza cada respuesta: en buen cayetano el lector lee a lo largo de varias páginas, muchas veces, el nombre de Macri encima del de Scioli como si se tratara de una performance del pizarrón electoral.

Intervalo

Y para poner un poco de humor en estas horas en donde, como dijo magistralmente la catadora de tendencias Kiwi Sainz, muchos nos sentimos como cuando esperamos los resultados de una biopsia, aviso: ¡ojo al mensaje subliminal de los ojos de Mauri! Ese celeste tano evoca el color del ojo imperial y de raza blanca, por algo los ojos claros figuran en la línea más alta de la tablilla exhibida en el Museo Etnográfico como el rasgo más alto en la escala civilizatoria. En este mientras tanto podemos también evadirnos un poco inventando slogans como éste que se me ocurrió una noche de insomnio y plagia un poco al de los evangelistas “Pare de sufrir: tome an(scioli)ticos” o “Mejor Scioli que mal acompañado” como el que difundió por Facebook el artista y sociólogo Roberto Jacoby o el chascarrillo interpretativo de la música Paula Trama: “Cuenta la leyenda que si tu apellido está a una letra de diferencia de la palabra ‘social’ vas a ser mejor presidente que si tu apellido está a una letra de la palabra ‘marca’.”

Aunque más divertido sería someter toda intervención pública de Mauricio Macri a una comisión integrada por afásicos. Me explico: una vez el finado Oliver Sacks escuchó unas carcajadas convulsivas que provenían de la sala de afásicos del hospital donde trabajaba. Al entrar descubrió que la reacción se estaba produciendo ante el discurso del presidente –Sacks no dice cuál, aunque se puede sospechar que se trataba de Ronald Reagan–. Según su diagnóstico, cierto tipo de afásicos no pueden comprender el significado de las palabras y sí, con una peculiar precisión, la expresión que las acompaña, es decir la teatralidad. Su conclusión es que a un afásico no se le puede mentir.

No mirar: leer

Pensar que una imagen vale más que mil palabras depende de qué imagen y de qué mil palabras. Las palabras pensadas, calculadas, medidas en sus alcances fuera de las tasaciones del otro, la síntesis con la mediación del análisis desplaza la cuestión del formato torneo y ShowMatch. A las palabras no hace falta buscarlas muy lejos, se las puede buscar y elegir en el popurrí de las redes sociales, allí donde se escapen a las regulaciones taimadas y a la lógica de la cinchada. Por ejemplo en la carta dirigida al abogado Gustavo Cosacov, y multiplicada por la red, del filósofo Oscar del Barco, quien realiza una pedagogía de urgencia y cierto uso proselitista de la repetición al señalar cómo el proyecto del macrismo es dejar el control de la economía al mercado en tiempos en que capitalismo de libre competencia ha sido absorbido/destruido por el capitalismo monopolista mientras que el proyecto “kirchnerista” sostiene con fuerza el papel del Estado como freno y control de los monopolios: “No hay alternativas. Esto es lo que ocultan los bailecitos, el papel picado y las cantinelas vacuas y las sonrisitas de circunstancias... ¡como si de eso se tratara! Se está en favor del capital monopólico imperialista o se está por un Estado que defienda al obrero, al campesino, a la mediana empresa, a los pequeños comerciantes, a los jubilados, a las amas de casa, a los chicos, a los viejos... No hay término medio, o, el término medio, que es el voto en blanco o la abstención, es el juego de las ‘bellas almas’ intelectuales clase medieras, bien comidas, bien vestidas, con sus autos último modelo, sus vacaciones en el extranjero, ah, ¡y los cacerolazos!”(Tomá). O en las palabras que pronunció Horacio González durante el Festival Crece desde el pie organizado en toda la manzana que junta la Biblioteca Nacional con el Museo del Libro y de la Lengua, poco antes del debate, palabras que parecieron conciliar antiguas divergencias a través de una concertación involuntaria (“quiero decir que a este nombre (Daniel Scioli), al que llegamos después de muchas vicisitudes –ustedes lo saben–, le estamos entregando un mandato y una gran responsabilidad. La responsabilidad es que escuche estos actos. Que escuche los actos que se hicieron dentro y fuera de la campaña. Que se escuche a las voces autónomas. Que se escuche a las voces independientes. Que se escuche a las voces que se sumaron ante el momento de riesgo. Que escuche las voces que antes no se escucharon. Es la tarea de la sapiencia del político, y del ser humano en general. Lo que no supimos escuchar antes, que se escuche ahora. Por eso este voto, al candidato que vamos a votar, no es un voto sin más: se le entrega a él una gran responsabilidad. Se le entrega un mandato de escucha, un mandato de sensibilidad, un mandato de construcción, un mandato de autorreflexión”. Y ese domingo de “debate” Daniel Scioli pareció encarnar con su no disimulada dificultad para caretear, la angustia por una responsabilidad futura, aún por conseguir.

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