EL PAíS › EL RECORRIDO DE MAURICIO MACRI, DE LOS CAPITANES DE LA INDUSTRIA A LA CASA ROSADA
Por primera vez en la historia argentina los grandes grupos económicos, que influyeron en dictaduras y gobiernos civiles, lograron que el voto popular legitimase de manera directa no a uno que desea ser como ellos, sino a uno de ellos. Quién es, qué piensa y cómo se relaciona el presidente electo.
› Por Martín Granovsky
Si es cierto que Franco Macri trataba a su hijo Mauricio de “pelotudo”, el que ayer se recibió de pelotudo fue él. A los 56 años el primogénito de tres varones y dos mujeres demostró que fue capaz de articular un partido de capitanes de la industria en condiciones de ganar por el voto nada menos que la Capital Federal, la provincia de Buenos Aires y la Presidencia de la Nación.
La referencia a los capitanes, ese grupo reducido de industriales que creció gracias a los contratos con el Estado y a la concentración sin límites, o sin límites razonables, es fáctica y no ideológica.
Por tomar sólo tres hechos:
- Mauricio Macri fue desde muy joven directivo de Socma, Sociedades Macri.
- Ayer el presidente de Fiat, Cristiano Ratazzi, quiso dar testimonio de su compromiso personal con Cambiemos y fue fiscal nada menos que en La Matanza, el corazón del peronismo.
- Uno de los ministeriables de Macri, el economista Alfonso Prat-Gay, es el responsable de las cuentas en el exterior de la ya fallecida Amalia Lacroze de Fortabat, una integrante conspicua del grupo de los capitanes desde su cementera Loma Negra.
La novedad con Mauricio Macri presidente no es que los grandes industriales estén cerca del poder. Ni siquiera la novedad consiste en que lo hagan por primera vez en democracia. Las dos cosas ya pasaron. Naturalmente los grandes grupos se beneficiaron de la concentración económica en tiempos de José Alfredo Martínez de Hoz, que no liquidó de plano toda la industria como a veces se cree, sino más bien el mundo industrial constituido durante décadas con sus componentes de pequeñas y medianas empresas, sus sindicatos y sus barrios.
Luego de la dictadura, los capitanes influyeron en el gobierno de Raúl Alfonsín a través de sus relaciones con el sector de la Junta Coordinadora Nacional encabezado por Enrique “Coti” Nosiglia.
Redoblaron su papel de manera notable en los diez años de gobierno de Carlos Menem, entre 1989 y 1999, cuando se transformaron en una pieza clave en la tríada de cada privatización como operadores locales junto con un banco que canjeaban títulos de deuda mediante el Plan Brady y una compañía europea de servicios públicos.
Con el kirchnerismo no salieron de escena aunque aparecieron nuevos grupos con la misma metodología. ¿Transportistas como los Cirigliano cooptaron a los funcionarios de la Secretaría de Transportes de Ricardo Jaime o los funcionarios de Ricardo Jaime cooptaron a los Cirigliano? En todo caso el resultado fue primero el fracaso de una política popular de transportes y luego la evidencia de ese fracaso en la tragedia de Once. De paso, el área de Transporte, como cualquiera que tenga que ver con la logística, es un buen puesto de observación sobre el ida y vuelta de los grupos económicos y sus gerentes. Allí recaló, para reemplazar a Jaime, Juan Pablo Schiavi, que había sido el armador de Compromiso para el Cambio, el partido original de Macri, en nombre del ex intendente y ex gerente de Socma Carlos Grosso. Transportes es uno de los ámbitos del Estado que sufrieron menos transformaciones. Armando Canosa, el secretario durante el menemismo, se convirtió en defensor de Jaime junto con Roberto Marutian, el abogado del dictador Roberto Viola en el Juicio a las Juntas de 1985.
Sería tonto pensar que millones de votantes legitimaron ayer esa historia. Que sufragaron a conciencia por el drenaje de divisas de Amalita con la ayuda de Prat-Gay. Que se preocuparon especialmente por validar la matriz de contratista estatal de primer nivel de los Macri o su carácter de grupo beneficiario de subsidios fiscales.
El voto que consagró presidente a Macri merece y merecerá un detalle mayor y es insuficiente limitar su explicación a la aprobación de la élite dirigente por parte del los votantes. Entre otras cosas porque en un ballottage no existe victoria sin derrota ajena y ayer el Frente para la Victoria sufrió una derrota dura después de 12 años de gobierno.
Sin embargo, los hechos son los hechos. Y uno de los hechos salientes es que el grupo de empresarios que siempre apostó a influir sobre los gobiernos militares y civiles por fin logró con Macri construir una fuerza competitiva electoralmente y en democracia convenció a la mayoría de los argentinos de dos cosas. Una, que es una fuerza mejor para gobernar que el FpV. Otra, que es a la vez un modo eficaz de castigar al kirchnerismo y, según los casos, por ejemplo Hugo Curto en Tres de Febrero o el propio PJ en Berisso, al peronismo adocenado y sin gestión concreta.
Con experiencia en ballottage (perdió uno con Aníbal Ibarra en 2003 y le ganó dos veces a Daniel Filmus en 2007 y 2011), Macri pareció dominar la polarización que en parte se dio de hecho y en parte fue alimentada por el kirchnerismo, que pareció considerarlo en los últimos 12 años como el contrincante ideal por su pensamiento conservador y quizá por lo que creía una opción débil de construcción política. Si fue así, el FpV habrá repetido la misma lectura fallida de 2009, cuando la polarización extrema con Francisco de Narváez terminó agrandando la figura del empresario y consagró la derrota de Néstor Kirchner como cabeza de lista a la Cámara de Diputados. En el caso de Macri, además, el ejercicio polarizador quizá no tuvo en cuenta que con el tiempo Mauricio se fue desprendiendo en público del peso de Franco. “Mauricio, que es Macri”, recordaba Kirchner en 2003 cuando apoyó la reelección de Aníbal Ibarra. Pero los años pasaron, Macri y Jaime Durán Barba pusieron empeño en separar la imagen del hijo de la del padre y el propio transcurrir del tiempo ayudó al olvido. Hoy Franco Macri, que a sus 85 años ni siquiera protagoniza historias en las revistas del corazón, es un desconocido salvo para el establishment y los dirigentes políticos.
Hay una fecha que no olvidarán nunca ni los hinchas de Racing ni los hinchas de Boca, pero tampoco Macri: el 3 de diciembre de 1995. Ese día Racing le ganó a Boca en la Bombonera por 6 a 4 con tres goles del Mago Hugo Capria. El mismo día, hace casi 20 años, Macri fue elegido presidente de Boca Juniors. Era su primera apuesta en una carrera popular electiva y una de las tantas en que desafió a su padre, que no estaba de acuerdo con poner los activos de Socma en juego. Los activos simbólicos, claro.
Habían pasado sólo cuatro años de su secuestro a manos de una banda que luego sería desbaratada por el comisario Carlos Sablich, entonces jefe de Delitos Complejos de la Policía Federal. Sablich es el mismo oficial que en 2014 fue condenado a prisión por haber usado apremios ilegales para esclarecer, justamente, el secuestro del ahora presidente electo. Confiado en los vínculos personales como una vía hacia los cargos institucionales, Macri creyó en la palabra de Sablich para entronizar en 2009 al comisario Jorge “El Fino” Palacios, un amigo de Sablich, como jefe de su recién creada Policía Metropolitana. Palacios había sido desplazado de la Federal por orden del propio presidente Kirchner en 2004. Hoy está procesado en una causa por escuchas ilegales en la que también está procesado Macri, el primer presidente electo a pesar de esa categoría penal en la Argentina, como lo recordó la semana pasada el periodista Darío Villarruel, y en la causa por encubrimiento y falseamiento de pruebas abierta por irregularidades en la investigación del atentado a la AMIA de 1994.
En Boca y en la Ciudad desde que fue elegido por primera vez jefe de Gobierno, en 2007, Macri contó con la incondicionalidad del amigo que negoció con los secuestradores hasta acordar el pago y conseguir su libertad, Nicolás “Nicky” Caputo, su compañero del Colegio Cardenal Newman. Con Caputo y con otro amigo, el omnipresente en los directorios de Socma Leonardo Maffioli, en 1983 fundaron Mirgor, empresa de aire acondicionado para autos. La empresa todavía existe, se expandió hacia los sistemas de aire para viviendas y creció gracias al consumo de los últimos años.
Contratista del Estado y sobre todo del gobierno porteño, Caputo aceptó hacer un relato para El pibe, el libro sobre Macri que escribió la periodista y legisladora kirchnerista Gabriela Cerruti. Caputo, que ve a Macri tres o cuatro veces a la semana y cena por lo menos una vez con él, dijo sobre su amigo: “Lo de la política lo decidió mucho antes de meterse en Boca. A mí me lo decía siempre y no sabía si lo iba a lograr en serio, porque no es lo mismo decir que hacer, pero cuando él se propone algo lo cumple. Hoy lo ayudo desde mil lugares distintos, desde lo estratégico, por ejemplo. En 2003 lo vi triste, pero no desmoronado. Es muy difícil verlo desmoronado a Mauricio, tiene una energía distinta al resto. Se le nota”.
En Mundo Pro. Anatomía de un partido fabricado para ganar, el libro de Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti, quedan claras no sólo las relaciones empresarias, proveedoras también de gerentes convertidos en funcionarios, sino también las fuentes en que abrevó el macrismo.
Una de ellas, los cuadros de la Fundación Sophia, encabezados por Horacio Rodríguez Larreta y que incluyen a María Eugenia Vidal.
Otra fuente, radicales como Hernán Lombardi y dirigentes de Recrear, la agrupación de Ricardo López Murphy con la que Macri realizó la primera alianza.
Y también peronistas con ejercicio de construcción territorial como Cristian Ritondo, que acaba de ser designado ministro de Seguridad bonaerense. Ritondo es la mano derecha de Miguel Angel Toma, dirigente del peronismo porteño con Carlos Grosso, secretario de Seguridad de Carlos Menem y jefe de Inteligencia con Eduardo Duhalde.
Toma, uno de los apoyos políticos de Antonio “Jaime” Stiuso, el recientemente destituido jefe de Operaciones de la ex Secretaría de Inteligencia, suele jactarse de su llegada a los espías de los Estados Unidos, aunque normalmente en la Argentina ese tipo de relaciones tenga más terminales en Miami que en Washington. ¿Qué hará Macri desde el 10 de diciembre con Stiusso? ¿Seguirá reclamando a los Estados Unidos que lo envíe a declarar a la Argentina? ¿Y cómo manejará el nuevo presidente las viejas contradicciones entre Stiusso y Palacios, que disputaban el favor de Miami y competían por seducir a los sectores más duros de Jerusalén?
Sin duda la recomposición de vínculos con los Estados Unidos estaba en la agenda de cualquiera de los dos candidatos. La pregunta es desde dónde recompondrá Macri y si planteará un revival de las relaciones carnales y la alianza extra OTAN construidas por Menem. En el último año manejó con mayor discreción sus relaciones en América y en Europa pero no rompió con ninguno de sus vínculos más permanentes. El primero de ellos es el Partido Popular de José María Aznar y Mariano Rajoy, que se apresta a poner en juego el gobierno de España frente al desafío de los socialistas y de Podemos. El PRO tiene mucho de PP tanto por su relación con el ámbito de las empresas y sus gerentes como por su heterogeneidad de orígenes, por su dirigencia proveniente de las élites sociales y su relación con religiones organizadas, como relatan los autores de Mundo Pro, desde el catolicismo hasta el judaísmo pasando por ramas del mundo cultural protestante.
La Fundación Pensar, que orienta Iván Petrella, realizó actividades conjuntas con la FAES, la Fundación del PP, partido con el que el PRO coincidió en definir la recuperación del control estatal de YPF como “una confiscación”. Uno de sus blancos comunes fue el régimen de Hugo Chávez (al punto en que, igual que en Brasil contra Dilma Rousseff, chavismo quedó como un insulto político), frente al cual estarían, en la otra vereda, Macri en la Argentina, Sebastián Piñera en Chile y el alcalde de Caracas Antonio Ledesma en la misma entraña de Venezuela.
Pensar también es parte de la red internacional de la Fundación Atlas, que toma su nombre de una novela que Macri acostumbra recomendar, La rebelión de Atlas, de Ayn Rand. Trata sobre los males que devastaron a los Estados Unidos en la posguerra, cuando supuestamente aumentó el intervencionismo del Estado.
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