EL PAíS › EL VOTO EN LA VILLA 31 DE RETIRO Y EN UNA ESCUELA DE LA RECOLETA
En la Escuela 25 Bandera Argentina votan casi todos los vecinos de la Villa 31 de Retiro. Allí siempre se impuso el FpV, aun cuando perdió en el resto de la Ciudad. En la escuela de El Pilar, frente al cementerio de la Recoleta, Macri ganó todas las elecciones.
› Por Alejandra Dandan
“¡Un voto es un voto!”, saludó la chica, renguera de por medio, recién salida del hospital. Atrás dejaba su voto en la Escuela 25, Bandera Argentina, donde vota el 90 por ciento de la Villa 31 de Retiro. “¡Estoy convencido de que si gana Macri, nos pone una bomba!”, lanzó Daniel, uno de los militantes de La Cámpora que pasó el día entre el bunker del Frente para la Victoria del barrio y la escuela. “¡Tristísima terminé el 25!”, dice Griselda Domínguez, que después de ese día se puso a hablar con sus compañeras de la Escuela Nacional de Danzas para tratar de que entendieran eso de los “ticket sociales” de 2001 “cuando mi mamá tuvo que cerrar el bar que tenía en el barrio porque no lo podía sostener y estaban los trueques de los domingos, donde ¡ay, qué garrón, sacrifiqué mis peluches por un poco de comida!” Si gana Scioli, dijo al final, lloro de alegría, chicos, lo juro.
La Escuela de Retiro tiene tanta tradición kirchnerista, que el FpV gana aun cuando pierde en toda la Ciudad. Ganó todas las elecciones, aun con el traqueteo de votos pagos que intentan meter algunos punteros del macrismo adentro del barrio. Ganó Mariano Recalde, luego Martín Lousteau mientras la misma Griselda decía, ese día, “voté al menos amarillo que pude”. Ganó Scioli el 25. Ganó ayer por 70 a 30. En el barrio viven parte de los trabajadores que en la crisis de 2001 salieron a organizarse como cartoneros. Viven viejos peronistas que vuelven a generar tradición peronista entre quienes lo van repoblando.
“Las diferencias se dan acá porque la villa conserva algo único –dice Dani, también hijo de la 31–: el voto. Más allá de los poderes económicos, de la política y de todo, la gente está consciente de que el voto es un poder. Es un instrumento y la gente lo sabe muy bien. Algunos más metidos con ideología política, otros menos, pero por el simple hecho de la vida que vivieron, hoy los hace elegir proyectos que acompañan a las personas.”
“¡Estoy nerviosísima!”, dice una vecina que se acerca. Son casi las tres de la tarde. Vereda de la escuela. Clima de feria de domingo. Sombrillas y puestos de gaseosas y algo de comida. La vecina, que acaba de convencer a su hijo, dice que Macri apunta a la gente que tiene plata. “Fue a pueblos más pobres como Jujuy, pero son lugares más cerrados donde no lo conocen, y a los lugares a los que tenía que ir, no fue.”
Una señora llega con dos hijas, una bolsa cargada con la vida. Viene de la casa de unos parientes, saluda, le pregunta a Dani, para “quién está”. Dani comenta algo de Scioli. La señora, entonces, conversa. Entra a la escuela justo cuando viene de salida Carlos Acosta, de 62 años, empleado del KDT, que pasó la vida entre la 31 y Mar del Plata. “Hoy acá se juegan dos proyectos de país”, dice el hombre. “El neoliberalismo con el libre comercio y la dependencia económica y cultural, en ese sentido yo coincido con lo que dice la Presidenta.” Carlos votó por primera vez en el 73, con la fórmula de Cámpora-Solano Lima, un momento que le hace acordar a éste, pero sí, dice, ahora “sin violencia física”. “Ahora estamos así porque ¿querés que te diga? La gente vota con la panza llena. No está votando a Macri, vota contra el gobierno nacional y ahí hay racismo, porque lo que no quieren es a los negritos.”
Una de las referentes de Miles del barrio está muy enojada. Muestra la fachada de la escuela, una estructura alargada con techos de chapa. “Acá donde estudian los chicos quieren traer la morgue. Macri hizo muchas cosas malas. Puso el sistema de inscripción online, y a los chicos que no son de acá los devuelve a la provincia.”
Los continuos proyectos de urbanización del gobierno de la ciudad de Buenos Aires para la villa 31 volvieron a estar presentes como fantasmas estos días dentro las calles del barrio. Después del 25 de octubre, la Mesa de urbanización logró congregar a todas las organizaciones, una situación “histórica”, dicen acá, para pedir el voto a Scioli. Dani dice lo de la bomba. Pero otros vecinos hablan de un traslado a Lanús. O de la construcción de colmenas. Entre el recuento, enumeran: Macri cerró la escuela de música donde los pibes tomaban clases de guitarra, piano, violín y violencello. Del jardín de infantes, sólo funcionan dos aulas.
En ese contexto, la cosa de convencer se activó en los últimos días. Griselda en Danzas. Donde las chicas no le entendían ni el trueque ni los tickets con los pudieron al menos alimentarse. Daniel caminó el barrio. Pedía “voten a Scioli”, y le respondían: ¡Vamos Scioli, todavía!” Armó una cena para cuatro amigos no-K: puré con milanesas. Eran dos macristas y dos votaron a Sergio Massa. “Convencí a los cuatro”, se agranda él. “Dicen que nosotros somos uno de los barrios vulnerables, sin embargo acá hay más conciencia que en otros lados de no volver al pasado: eso se vio en esta escuela, en cómo vota la gente.”
A veinte cuadras de distancia, frente al cementerio de La Recoleta está la escuela de El Pilar, donde Mauricio Macri ganó todas las elecciones. El fiscal general comenta que los ancianos y los votantes de edad más avanzada son los primeros que llegaron. Tres mesas de votaciones, a partir del piso tercero. Una cruz y una virgen hacen esquina en un aula. Agua mineral, botella de limonada y bolsa de caramelos sostienen el trajín de las autoridades de una mesa. “¿Querés un caramelo?”, ofrece una de las autoridades a una niña que llega con su madre. “¿Y, chicos? –pregunta la madre– ¿Les gustó la experiencia?” “¡Yo ya vine la otra vez, ma!”, responde la niña.
Una señora de trajecito estampado pasa por la mesa del crucifijo. Sigue de largo. Pero antes de bajar, pasa por la mesa y dice casi desesperada: ¡Ya voté, pero si querés voto de nuevo!”
Las dos opciones por mesa hizo más fluida la espera. Casi no hubo colas. Hubo quien llevó a sus seres queridos, de entre 90 y más de 100 años, para sumar lo que fuera. El tiempo muerto con veda mediante se aprovechó en El Pilar para todo tipo de debates. Decían que el 25, la elección pasó de 10 a 8 horas reales por el partido. Que ahora el “partido era distinto”. Alguien recordó a Raúl Alfonsín. Secretarias y hasta alguna modista. Y luego estuvieron con temas de “palomas” y “cotorras”.
–¿Vos sabés que la gente siente odio por las palomas? –dijo uno.
–¡No sabés el terror que les tengo yo! –confesó una de las mujeres–: ¡Terror les tengo! ¡Alergia! El otro día estaba en el living y empecé a ver que una se me venía una encima.
–El problema del campo, en realidad, son las cotorras –aportó el primero–. A una especie parecida, en Barcelona le dicen “cotorritas argentinas” porque se reproducen como locas.
Entre dato y dato, llegó una votante. Las autoridades dejaron de hablar. Tomaron el documento. Y escucharon:
–¡Yo te puedo dar una solución! –les dijo la votante.
–¿Ah, sí? –dijo el de las cotorras– ¡Dígame cuál es, por favor!
–El otro día fui a la veterinaria y me dieron un líquido anti-paloma.
–¡Ah! ¿Pero para palomas?
–Sí. Se llama “Volar”: es para las palomas y me lo dieron porque en la oficina no puedo ni abrir las ventanas.
–¡Yo no las puedo ver! –insistía la autoridad de la mesa–. Siempre están comiendo de la basura. ¡Me dan alergia! Las únicas que aguanto son el plumero y los almohadones de pluma.
Afuera, en plaza Francia, un caniche con collar rosa paseaba en brazos de sus dueños. Mucha charla en inglés. Remeras de by happy. Barcitos en las veredas con promociones de “carnes argentinas”. Libros de tango en una disquería. Un hombre ofrece sombreros panameños a 220 pesos la unidad. Un bandoneonista bajo la sombra toca lindo aunque se puso una nariz de payaso. Una señora sin rezar pasea con un larguísimo rosario.
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