EL PAíS › UN PRESIDENTE, DOS PAíSES > OPINIóN
› Por Washington Uranga
Los que trabajaron para lograr que Mauricio Macri llegue a la Presidencia comenzaron a pasar sus facturas y a exigirle rápidamente al presidente electo que retribuya los favores. Ayer lo dejó en claro uno de los “patrocinadores” de Macri, el diario La Nación, en un editorial titulado “No más venganza” y en el que señala que “ha llegado la hora de poner las cosas en su lugar”.
Para el editorialista de La Nación “poner las cosas en su lugar” se traduce, entre otros temas, en resolver de forma “urgente” el “vergonzoso padecimiento” de ancianos condenados por delitos “cometidos durante los años de la represión subversiva” y la “persecución” (entendiendo por eso la continuidad de los procesos judiciales) por “acusaciones sobre supuestos delitos de lesa humanidad”.
El editorial basa su argumentación en la teoría de “los dos demonios” y “la verdad completa”, argumentos reiteradamente utilizados por la derecha para justificar el terrorismo de Estado (al que no obstante La Nación califica de “aberrante”). Agrega que “la cultura de la venganza ha sido predicada en medios de difusión del Estado y en las escuelas habituadas a seguir las pautas históricas nada confiables del kirchnerismo”.
No tiene sentido discutir con los argumentos de La Nación. Son los mismos o similares a los que se han venido escuchando desde que Raúl Alfonsín decidió iniciar el juicio a los militares genocidas que comandaron el golpe de Estado de 1976. Con mayor o menor energía, con más o menos énfasis según el poder que les ofreciera la coyuntura política, la derecha y sus voceros mediáticos han reclamado la “reivindicación” de la “lucha contra la subversión”. Incluso se llega a equiparar aquella realidad con la “guerra” que se libra actualmente en Europa contra los “grupos terroristas” que actuaron en París la semana anterior.
Lo importante es tomar en cuenta que La Nación no ha perdido ni un instante para marcarles el rumbo “a los políticos responsables (N. de R.: entendiendo por ello a los gobernantes electos), ni a los jueces compenetrados con su misión, de actuar en consonancia con la verdad histórica y los principios básicos del derecho penal”. Están advertidos, señores. No faltó tampoco la apelación a una frase del papa Francisco para terminar de justificar el reclamo y cerrar la arenga con un tono religioso también propio del estilo del medio.
Como quedó en evidencia en su primera conferencia de prensa como presidente electo, Mauricio Macri se mantiene en la misma tesitura de la mayoría de sus discursos de campaña, insistiendo en la “revolución de la alegría” y hablando de esperanza, amor y paz con un estilo liviano propio de ciertos predicadores efectistas. Sus asesores entienden que eso es lo que hoy quiere “la gente”, y las urnas les dieron la razón, porque le sirvió al todavía jefe de Gobierno porteño para ganar las elecciones por estrecho margen. Fue la forma de contrarrestar el discurso disruptivo y confrontador que llegaba desde el oficialismo. En eso tuvo el acompañamiento de sus aliados mediáticos, que también le brindaron protección y hasta inmunidad ante las críticas. Pero esos mismos socios son los que ahora van por lo que creen que les pertenece, exigiendo como retribución que se “restablezca” el orden perdido, que se vuelva atrás con derechos conquistados y con la justicia aplicada a genocidas. No debería extrañar que en algún momento no muy lejano se vuelva a insistir en la idea de un indulto vendido en medio de globos de colores y como signo de “reconciliación” y “paz”. O en la validación de mecanismos más sutiles para frenar futuros juicios, promover la prisión domiciliaria para los condenados o canjear el aporte de información por atenuación de las penas. Será ineludible recordar (y si es necesario redoblar la lucha para garantizar) que sin memoria y sin justicia no habrá nunca paz. Y que la reconciliación (para quienes lo pregonan desde convicciones religiosas) pasa ine- vitablemente por la aplicación de la justicia, el reconocimiento de la culpa y la reparación del daño causado.
Solo a modo de hipótesis. No es ilógico pensar que otros socios que hicieron posible el triunfo de Cambiemos le reclamen lo que a cada uno de ellos les interesa. Y en ese camino habrá que ver la suerte que puede correr la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que molesta al Grupo Clarín, entre otros temas no menos importantes. También cómo hará el nuevo presidente para dejar satisfechos a los grandes productores rurales que lo sostienen y cuya acumulación de ganancias y concentración de riquezas ha sido históricamente contradictoria con el bienestar de los sectores populares a quienes les ha prometido “estar con vos”.
La derecha sabe que con Macri accedió al gobierno. “Así sea por un voto, vale”, dijeron desde Cambiemos, desestimando lo que el resultado del ballottage implica como correlación de fuerzas. Para esa derecha eclipsada pero no derrotada en la última década, éste es el instante de restaurar y recuperar el espacio perdido. En la economía, en la Justicia, en los derechos humanos. Los grupos de presión saben también que éste es el momento para exigir y marcarle la cancha al nuevo presidente, trazándole lineamientos a los que debe ajustarse. A pagar, entonces, las deudas contraídas.
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