Lun 30.11.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Atendido por sus dueños

› Por Eduardo Aliverti

Por si alguien aterrizó en estos días en un plato volador: los nombramientos del presidente electo confirmaron, con holgura, la orientación ultraliberal que tendrá su gobierno.

La estrechez del resultado en las urnas, que el escrutinio definitivo ratificará en rango de virtual empate, llevó a que algunos fantasearan con un equipo no tan a la derecha. O, al menos, más cubierto. Una mitad del electorado votó a favor de la continuidad del modelo kirchnerista, nada menos que tras doce años de gestión consecutiva, o decididamente en contra de la opción ofrecida como reemplazo. Con tamaña fortaleza en dirección contraria, que no sólo es numérica sino que está nutrida de alta capacidad de protesta y movilización, pudo imaginarse una bajada de cambio. Nada de eso. Excepto por lo curioso de la continuidad de Lino Barañao en Ciencia y Tecnología, susceptible de durar poco en una gestión en la que el Estado no se dedicará precisamente a ser punta de desarrollo científico, prácticamente todo el resto es un canto al manual ortodoxo de cómo se entrega un gobierno a figuras de corporaciones, bancos, sectores empresariales concentrados e intereses de la Embajada y más allá también. Uno de los integrantes más ofensivos de la Mesa de Enlace agropecuaria, al frente de Agricultura. Un ex CEO de Shell en el comando del área energética. La presidenta de General Motors para manejar Aerolíneas. El dueño de una de las empresas concesionarias de automóviles más emblemáticas ocupándose de Transporte. Ni siquiera hace falta detenerse en el extremismo obvio que expresan Alfonso Prat-Gay, Federico Sturzenegger, Carlos Melconian y otros símbolos indubitables de la línea Martínez de Hoz-Cavallo. La información circulante al respecto ya fue demasiado pródiga a lo largo de toda la semana, para quien no quiera taparse los ojos o la nariz, y no parece que sea necesario abundar en descripciones. Los medios ahora oficialistas hablan de un gabinete “técnico”, como repetido chiche semántico.

Si es por sorpresas cabe destacar la designación de Patricia Bullrich en la cartera de Seguridad, no tanto porque quedó afuera Guillermo Montenegro como por el rechazo que despierta, incluso hacia dentro del PRO, quien fue una de las imágenes más explícitas del ajuste aliancista. Francamente raro que Macri o Marcos Peña se hayan decidido justamente en esa área tan sensible por “la piba”, como le decía el Hugo Moyano que hoy rinde tributo a las huestes macristas (aunque tampoco le gustó la designación de Jorge Triacca hijo en Trabajo luego de que se cayera el nombramiento allí del funcionario delasotista Jorge Lawson, hombre con muchas simpatías en el Grupo Arcor que al parecer era demasiado expuesto por sus intereses empresariales...). Los radicales, mientras tanto, recibieron unos huesos de tamaño menor salvo por la designación de Oscar Aguad como ministro de Comunicaciones. No es un ámbito con cartel destacado, pero sí de profundidad estratégica. También cordobés y conocido como “el milico”, por sus relaciones con el genocida Luciano Menéndez, o como “el empleado de Clarín” por su cercanía con esa corporación, la tarea encargada a Aguad es desplazar a las autoridades de Afsca y Aftic (medios audiovisuales y tecnologías de Información/Comunicaciones). Macri quiere desregular ambas áreas para que Clarín no deba desmembrarse, según manda la ley, y pueda dar servicio de telefonía además de lograr frecuencias reservadas para Arsat. Es el negocio del 4G para El Grupo, que ya adquirió Nextel con opción de compra. Pero para eso se deben modificar no una sino tres leyes, y he ahí la misión del milico. En plano análogo, Tristán Bauer tiene estabilidad hasta 2017 como titular de Medios Públicos y otro tanto Martín Sabbatella a la cabeza de Afsca. La lógica de los republicanistas del PRO y los medios de la ex oposición, acerca del tema, es capusottiana. Mentan la ética como requisito renunciativo de esos dos funcionarios, pero resulta que el reclamo político se contradice con lo que marca la ley. ¿Dónde quedaría entonces la urgencia de seguridad jurídica que se gastaron de vociferar, para parecernos a los países serios del mundo? Del mismo modo, Prat-Gay acusó a Alejandro Vanoli por ser “un militante” que no cumple con “la independencia del Banco Central”. ¿El ex broker del JP Morgan no sabe que la Carta Orgánica de la entidad monetaria fue sancionada por ley y que está convocando a violarla? Vaya con la seriedad de este miembro del gabinete técnicamente responsable que designó Macri y que deberá dirigir o representar al Estado argentino en el litigio con los fondos buitre. Con ellos debe negociarse, dijo, sobre la base de que el país debe pagar lo comprometido. ¿Lo comprometido con quién, siendo que el 93 por ciento de los acreedores aceptó ingresar al canje de deuda impulsado por Kirchner? No es otro Prat Gay que el diputado abstencionista al aprobarse la nacionalización de YPF y el estatuto del peón rural, para no insistir con su espanto por la probabilidad de que un oriundo de Santiago del Estero, desconocido, se haga cargo del poder cuando menos se lo piense.

Todo estaba avisado, disculpe el lector la enésima insistencia. Todo. Si algo no podrá facturársele al gobierno de Macri es que careció de sinceridad previa. Por cierto, habrá quien arguya que en lugar de esto prometieron el mundo de globos de colores, con desaparición de conflictos y aquello de que basta con juntarnos para vivir mejor. Pero eso ya sería un problema psico-sociológico de quienes confiaron en el universo Heidi, azuzados por el ¿aburrimiento, digamos? de doce años con la misma receta, los mismos personajes y, como si fuera poco, los errores y horrores de la campaña kirchnerista. A quien firma tampoco le parece que deba persistir con esos aspectos, por entender que bien o mal ya se hurgó en ellos suficientemente y porque ya no tiene mayor sentido que el aprender de esos yerros. A lo sumo, que no es un ingrediente menor, puede caber la pregunta de quién/es dirigirán una oposición capaz de encarnar a la mitad que no quiere lo anunciado y a sobrevenir el 10 de diciembre. Se habla de la reorganización del PJ y de la liga de gobernadores de esa esfera, y no termina de entenderse en qué consiste ese peronismo y esa liga. ¿Urtubey es lo mismo que Capitanich? ¿Insfrán lo mismo que Bordet? ¿Casas que Das Neves? O en otros términos y nombres propios, ¿alguien que no sea Cristina está en condiciones de liderar el espacio de la mitad y un poco o bastante más, ya que en la otra porción se juntó el odio anti K pero también gente que apostó a ver qué pasa con algo diferente sin renegar de las conquistas de todos estos años? La respuesta está en el deseo de Cristina. No en lo que da la observación, probablemente objetiva, de quienes aspiraran a reemplazarla.

A estar por los signos desprendidos de la reunión con Macri en Olivos y de su discurso del día después, la idea es confrontar. Si eso se llama reorganización del PJ bajo la hipótesis genética de que el peronismo apartado del poder se automatiza unificado para volver a tenerlo, o jefatura de quien se va con el índice de popularidad más alto desde la recuperación democrática, es ante todo una especulación que no varía el empuje de los vencidos en las urnas (que no se emparienta con sentirse derrotados). Los tan aludidos tres tercios de la sociedad argentina, aproximadamente, quedaron corroborados. Uno fue a lo K, otro a su rechazo visceral y el restante se dividió entre ir a lo seguro y ver qué pasa con lo vendido como distinto. El cociente favoreció a Macri por una cabeza o dio empate a grandes rasgos, con una franja representativa y una significativa que, más tarde o más temprano, hará que la otra se las vea difíciles apenas concluya el mundo de fantasía que los unos supieron vender y los otros se animaron a comprar. Espera así una Argentina convulsa, muy convulsa, porque al fin y al cabo no pasó otra cosa que eso que ya se sabía. Pasó la obviedad de lo que hace un tiempo alguien denominó grieta, como eufemismo de los dos proyectos de país. El oligárquico y el socialmente inclusivo, el antipopular y el de la herramienta política de los sectores populares –siempre dentro de los marcos de un sistema capitalista local y universal– con más clases en lucha que lucha de clases. Ahora el clima de lo segundo, de lo populista bien entendido, da en retroceso. Para la depresión progre. La victoria macrista, legítima, es además un golpazo que se suma a la decepción por el reflujo a derecha en Brasil –golpismo neoliberal mediante– y muy posiblemente en Venezuela –que lo mismo–. Quien no entendió que toda la historia política, y no sólo la nuestra, está hecha de marchas y contramarchas para las masas populares, dicho con todo respeto no entendió nada.

El interrogante no es si esta etapa, argentina y sudamericana, les viene a esas masas con un filo de serrucho descendente, porque la respuesta es claramente sí. La pregunta es si se advierte que la sierra venía en ascenso, y que el retroceso no es derrota porque el piso conseguido es inédito. Se vuelve a ser oposición, pero en condiciones completamente novedosas. Para el caso argentino, estos doce años fueron anómalos. Pero no improductivos. No se vuelve a la vereda de enfrente con escenarios como los de Alfonsín, Menem o De la Rúa. Hay un liderazgo del espacio que se retira, junto con muchos votos y volumen de efervescencia. Se vuelve a la oposición demostrando que en el ejercicio del poder pueden resolverse las contradicciones con un sentido progresista.

No es momento para ansiosos, en otras palabras. Es de confrontación y reconstrucción de lo ya construido.

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