Vie 04.12.2015

EL PAíS  › OPINION

Morel Presidente

› Por Gerardo Adrogué *

Dos libros de la literatura argentina nos ayudan a comprender la situación política actual de la Argentina tras la elección de Mauricio Macri como presidente de la Nación. El Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, y La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.

En el Facundo, Sarmiento crea las reglas de juego de la política argentina. Nos guste o no, su esquema binario y maniqueo es más eficaz para entender nuestra realidad que bibliotecas enteras producidas por la ciencia política. En 1845, el temperamental sanjuanino propuso una mirada para ordenar el caos que abrumaba a sus contemporáneos. En la naciente sociedad argentina luchaban dos fuerzas antagónicas. Las llamó civilización o barbarie, pero también futuro o pasado, ciudad o campo, sangre o cultura, ciudadano o gaucho, Europa o América latina, entre otros. La primera representaba todo lo bueno que éramos y podíamos aspirar a ser, el propio Sarmiento la encarnaba; la segunda representaba todo lo malo que éramos y podíamos ser si el “monstruoso” Juan Manuel de Rosas continuaba en el poder. No satisfecho con la mera descripción, Sarmiento dictaminó la única solución posible al conflicto: la derrota y eliminación de uno de los contendientes, eliminación que no era metafórica. En 1861, le escribe a Bartolomé Mitre, “no trate de economizar sangre de gaucho (...) lo único de humano que tienen estos salvajes”. Los argentinos seguimos su manual de conducta con singular esmero y no solo nos escindimos en unitarios o federales, conservadores o radicales, peronistas o antiperonistas sino que la eliminación física del adversario estuvo a la orden del día. Primera clave de interpretación de la vida política argentina: la división con odio mortal.

En La invención de Morel, Bioy Casares brinda la segunda clave: el atroz eterno retorno. Cabe resumir el argumento para beneficio del lector. Morel es un inventor que crea una máquina capaz de grabar y reproducir la vida humana y su entorno. Su máquina capta las imágenes de las piedras, las plantas, los animales, las personas, de todo lo que la rodea, y luego las proyecta en el tiempo y en el espacio. Estas imágenes corpóreas son tan perfectas que es imposible distinguirlas de la vida real. Claro, hay que pagar un costo. Los seres vivos que graba la maquina mueren irremediablemente. Para colmo, las personas grabadas no tienen conciencia (tampoco alma, nos aclara el autor). Apenas se limitan a repetir eternamente la escena en la que fueron capturadas. Motivado por intereses personalísimos (qué otros podría él tener), Morel se graba a sí mismo y a sus amigos, quienes ignoran lo que sucede (de qué otra manera se entregarían) por el lapso de una semana. Luego les informa: “Viviremos en esta fotografía, siempre”. Un intruso que quiera interactuar con estas imágenes se sentiría un fantasma invisible y fugitivo. Jamás obtendría respuesta alguna de ellas y probablemente llegue a sentir “repudio, casi asco, por esa gente y su incansable actividad repetida”. La novela no trasunta política, pero su argumento nos remite a los ciclos recurrentes en la historia argentina entre gobiernos populares y antipopulares. Hacer y deshacer una y otra vez, argentinos convertidos en meras imágenes sin conciencia, condenados sin saberlo a la eterna repetición.

Atroz eterno retorno y división con odio mortal, éstas son las dos maldiciones de la vida política argentina. De la primera no pudimos escapar. Las sociedades que progresan y se desarrollan son las que construyen su historia, las que lejos de repetirse inventan su porvenir. Son sociedades que no destruyen cíclicamente lo construido. Nuestro problema es que los modelos en pugna son verdaderamente antagónicos. El sentido de sus respectivas acciones (que se expresa en el diseño e implementación de políticas públicas una vez en el gobierno) es tan opuesto en términos de quién se beneficia y quién se perjudica que es casi irremediable que el que gane borre de un plumazo lo que hizo el anterior. Si el que llega al poder es el otro, lo que encuentra simplemente no le sirve para hacer lo que quiere hacer. Y lamentablemente estamos por empezar un nuevo ciclo de devaluaciones, ajustes, aumento de deuda la pública y apertura económica. No serán pocas las instituciones y políticas públicas que pasarán a ser obsoletas durante la gestión de Cambiemos porque Mauricio (que es Morel) ya encendió su máquina.

Pero aún tenemos la oportunidad de superar la división con odio mortal. No hablo del conflicto, de la división en sí misma, sino del odio que le adosaron. El problema de Sarmiento no fue que se dio cuenta de que éramos una sociedad dividida sino que la única solución que imaginó fue degollar a todos los gauchos. La grieta siempre fue entre excluidos y privilegiados. Cuando no se hablo de ella fue porque se la reprimió con fraudes patrióticos, proscripciones, fusilamientos en basurales, campos de concentración y vuelos de la muerte. Lo novedoso es que hoy podemos discutir libremente sobre ella. Esto es posible porque hace 30 años que vivimos en democracia y porque una fuerza nacional y popular gobernó el país por más de una década. El kirchnerismo, con sus aciertos y desaciertos, volvió a colocar sobre la mesa la discusión sobre cómo se reparte la riqueza y el bienestar en la Argentina. Ahora bien, el ballottage, como era previsible, plasmó una sociedad partida al medio. ¿Será el origen de mayores males? No necesariamente. Pero la solución no es la negación de la división y el conflicto. Este es el discurso de los privilegiados para clausurar el verdadero debate político sobre la distribución del bienestar. Tampoco sirven los embrollos que buceen en los pliegues, los grises o las magras avenidas del medio para diluir el conflicto. Este es el discurso de los diletantes que desconocen lo obvio, que nada de lo humano es perfecto. La solución es más simple. El país saldrá fortalecido si los argentinos reconocemos y aceptamos que existen dos fuerzas políticas que defienden modelos antagónicos de país pero, al mismo tiempo, acordamos vivir en paz y tolerarnos mutuamente. Para ello es preciso abandonar los discursos que fomentan el odio mortal al otro, los discursos que anuncian el fin del otro, lo demonizan o suponen su negación. Y, hoy en día, esto involucra muy especialmente a las nuevas autoridades que asumen el próximo 10 de diciembre ¿Respetarán la pluralidad de opiniones en las instituciones de gobiernos, en los medios de comunicación, en la sociedad misma? Debemos dejar que las instituciones de una democracia ya consolidada sublimen las pasiones. De esta manera, el íntimo cuchillo que Borges le hiciera ver a Francisco Narciso de Laprida será apenas un amargo recuerdo.

* Sociólogo y Analista de Opinión Pública.

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