Mar 08.12.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Dicotomías

› Por Martín Granovsky

Dijo Susana Malcorra el sábado 5 que “la verdad, la realidad no es así”. Sugirió “ver cuál es el gris que nos conviene”. Y observó que “una de las cosas que encuentro después de estar 12 años fuera de la Argentina es que casi todo se plantea dicotómicamente”, es decir “bueno o malo”, “blanco o negro”.

Antes del 2003, fecha de comienzo del período de 12 años, ¿no era así? ¿Carlos Menem no fue dicotómico cuando devaluó el vínculo con Brasil, decidió convertir a la Argentina en aliado extra OTAN y estableció una política de relaciones carnales con los Estados Unidos? Y en la ONU, donde fue jefa de gabinete de Ban Ki-moon, ¿el poder de veto en el Consejo de Seguridad no crea situaciones dicotómicas?

Cuando la futura canciller formuló esas declaraciones a Clarín todavía no se habían celebrado las elecciones en Venezuela. El presidente electo, sin embargo, ya había pedido la separación de los venezolanos del Mercosur mediante la aplicación de la cláusula democrática. Mauricio Macri, quizás, incurrió en el pecado de planteo dicotómico.

Ayer Malcorra volvió a mencionar la cuestión venezolana. Dijo a Radio Mitre que en Venezuela “las elecciones han funcionado dentro de lo que el marco democrático establece”. Agregó que por eso “nada indica que haya una razón para la aplicación de la cláusula democrática”. El punto es que la cláusula puede aplicarse cuando hay ruptura del orden constitucional, como sucedió con el golpe parlamentario contra Fernando Lugo en 2012. Más allá del tremendismo verbal de los conservadores, ningún indicio permitía pensar que el presidente Nicolás Maduro desconocería una derrota que asomaba segura y de la que hasta el domingo solo se ignoraba el porcentaje. El propio Hugo Chávez sufrió una derrota en el referéndum del 2007 y no resolvió el tema con un autogolpe. Es más: cinco años antes el golpe se lo habían dado a él porque los empresarios encabezados por Pedro Carmona dicotómicamente asociaban la palabra “Chávez” con la palabra “malo”.

Cuando narró el diálogo entre Macri y el presidente de los Estados Unidos Barack Obama, Malcorra informó que “se habló de dar colaboración en todos los temas relacionados con el narcotráfico, uno de los grandes temas de la agenda latinoamericana”.

Jacobo Timerman prohibía el uso del “se” impersonal porque según él no dejaba comprender quién era el sujeto. Con esa frase ocurre lo mismo. ¿Quién dará colaboración a quién y de qué manera? Si el narcotráfico es uno de los grandes temas de la agenda latinoamericana, ¿es muy dicotómico pensar que no es un gran tema de la agenda norteamericana? Sin pensar blanco o negro ni bueno o malo, la colaboración que habitualmente ofrece la Casa Blanca en materia de narcotráfico es la militarización del problema, idea que por cierto Macri no esgrimió en la campaña electoral como sí lo hizo Sergio Massa. En cambio, ni el Consejo de Seguridad Nacional ni el Departamento de Estado, y menos aún la DEA, suelen hacerse a la idea de que con menos demanda de cocaína o drogas sintéticas en los Estados Unidos los carteles de México y Guatemala se verían en problemas para mantener su rentabilidad.

Es estéril ideologizar al extremo cualquier análisis y despreciar los matices. A veces la ideologización y el exceso de adjetivos pueden impedir lazos realistas, e incluso razonablemente hipócritas entre países y jefes de Estado, que en eso también consiste la convivencia. Pero toda conceptualización sobre cuáles son los intereses nacionales en un caso concreto es algo que o bien surge de una ideología o bien la produce.

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