EL PAíS › 2014
› Por Raúl Dellatorre
Como si fuera una síntesis de los diferentes conflictos que enfrentó a lo largo de doce años, la batalla contra los fondos buitre adquirió para el gobierno, en 2014, un carácter complejo en el que se entrecruzaron factores políticos, económicos y culturales. En junio, Argentina debió enfrentar la postura en contra de la Justicia norteamericana, que inclusive llegó a declarar al país en “default” (a través del mediador nombrado por Thomas Griesa, Dan Pollack), porque el pago a los bonistas que aceptaron el canje (ya depositado por Argentina) había sido bloqueado por el propio tribunal invocando la cláusula pari pasu, con la interpretación de que si no se les pagaba a los buitres no podía cobrar nadie. Al mismo tiempo, Argentina llevó el tema a las Naciones Unidas y logró, con un inédito apoyo, que se acompañara su moción de tratar el tema como una amenaza a la soberanía de los países deudores y se condenara el accionar especulativo de los fondos buitre, apañados por la Justicia norteamericana.
Fueron por lo menos tres batallas a la vez, libradas interna y externamente:
- La económica, de un país que pretendía mantener un modelo de crecimiento e inclusión social en un mundo en crisis y sin acceso al financiamiento internacional, con amenazas de sanción lanzadas desde el principal centro financiero del mundo hacia países y capitales en el mundo, en caso de que colaboraran con Argentina, financieramente o con inversiones.
- La política, contra los factores de poder internos y externos que cuestionaron la actitud argentina de desafiar el fallo de Griesa, de enemistarse con la justicia del país más poderoso del Planeta y con el sistema financiero establecido en el mundo.
- Y también hubo una batalla cultural, en tanto la postura argentina rompió mitos internos (caer en el default se suponía equivalente a caer en el abismo) y externos (pretender llegar a la ONU con un planteo de orden económico, históricamente abordados o derivados al FMI o el Banco Mundial, los otros organismos surgidos del Acuerdo de Bretton Woods). Una actitud que rompió esquemas históricos, como el de la dependencia de políticas y asignaciones presupuestarias de cuánto había que pagar de vencimientos cada año, o el de los condicionamientos impuestos al país en cada renegociación con los organismos internacionales.
La profundización de la pelea a cada paso llevó a las autoridades argentinas a cuestionar la lógica del capital financiero que permite las operaciones especulativas de fondos buitre, la complicidad del sistema judicial estadounidense con esos intereses y el silencio vergonzante de gobiernos que no se atrevieron a alzar la voz (apenas la mano para votar por Argentina en la ONU). Es difícil encontrar otro conflicto en el que la expresión de la denuncia haya llegado a rangos tan altos en todos estos años. Un conflicto que no se cerró, y que sólo podría terminar bien para el país si quienes asumen tomaran este recorrido como pasos dados para seguir adelante en el mismo camino. Y no retroceder a escenarios pasados.
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