EL PAíS › 2011
› Por Luis Bruschtein
Podría llamarse Renacimiento, esa foto del 54 por ciento. Pero para que sea renacimiento primero tiene que haber muerte. Al peronismo lo diagnosticaron así muchas veces y muchas veces volvió a renacer. En realidad ninguna de esas veces había muerto. Los adversarios del peronismo tendrían que saberlo.
En todo caso, esta fotografía es buena para recordarlo. Nunca hay que apurarse a diagnosticar la desaparición de una fuerza popular con esa historia. Los que se incorporaron durante el menemismo dicen que es nada más que una franquicia para ganar elecciones. Estos diagnósticos dejan mucho espacio para las sorpresas. Si de algo sabe esta fuerza popular en Argentina es del llano. Ha estado en el llano, ha sido perseguida y ha sido traicionada y ha encontrado siempre la forma de resurgir. Esta foto es la del 54 por ciento. Un 54 por ciento que llegó después de perder en el Congreso por la 125 y después de que Néstor Kirchner perdiera en la provincia de Buenos Aires frente a un ignoto empresario volcado a la política.
Y fue el 54 por ciento en primera vuelta. No hubo votos prestados. Al revés: muchos de esos votos se los sacó a la oposición. Habían estado del otro lado en las elecciones legislativas de medio término. Y se volcaron masivamente al kirchnerismo cuando parecía que su historia había terminado. Esa marca también se alcanzó después de ocho años de gobierno. No tiene antecedentes. Es un record histórico de la política.
La del peronismo es una historia con sobresaltos. Tiene picos bajos y los más altos, con grandes dirigentes y con los más nefastos. No hay un recorrido lineal, pero la del 54 por ciento en primera vuelta después de ocho años de gobierno es una de sus marcas más altas y con seguridad una de las más altas en la historia política del país en general.
Allí está Cristina, llegando desde abajo, subiendo una cuesta de las más empinadas. No solamente es ella, es también el legado de Néstor Kirchner que antes de morir había cumplido por lo menos dos tareas mitológicas. Su vellocino de oro había sido la deuda externa y sacarse el dominio del Fondo Monetario. Su hydra de siete cabezas los juicios a los represores. Y se podría seguir enumerando tareas de ese volumen, como la única Corte Suprema independiente. Antes del 2003, todo eso parecía imposible y Néstor lo hizo después de perder la primera vuelta de la presidencial con Menem y de haber perdido en el distrito bonaerense con Francisco De Narváez. Ganó peleas imposibles, perdió dos elecciones y se murió. Había alcanzado a ver el repunte durante los festejos del Bicentenario. Cuando se murió sabía que Cristina llegaba. El peronismo y el kirchnerismo están forjados en ese crisol. Han perdido y han vuelto a ganar. Ahí está la foto de ese 54 por ciento, si no, para recordarlo.
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