EL PAíS › 2006
› Por Alfredo Zaiat
El jueves 15 de diciembre de 2005, Néstor Kirchner anunció en el Salón Blanco de la Casa Rosada que Argentina cancelaría con reservas de libre disponibilidad del Banco Central la deuda con el FMI por un total de 9510 millones de dólares, desembolso que se efectivizó el 3 de enero de 2006.
Ese inmenso esfuerzo de la sociedad de destinar esos miles de millones de dólares sirvió para retirar de la escena local al auditor de los intereses de los acreedores, cuya única receta es el ajuste ortodoxo. Kirchner había afirmado que la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario permitiría “ganar grados de libertad para la decisión nacional” puesto que a partir de esa medida “el país será otro: tendrá soberanía política e independencia económica”. Fue la iniciativa que terminó de parir la política económica del kirchnerismo.
Hasta esa instancia venía de la inercia de la megadevaluación y brutal transferencia regresiva de ingresos de la gestión de Eduardo Duhalde, con un tipo de cambio muy alto y licuación del gasto público en moneda doméstica que facilitaba la contabilización de superávit gemelos (fiscal y comercial). Era un escenario insostenible si el objetivo era mejorar la distribución de la riqueza, recuperar el empleo e impulsar la industrialización con inclusión social. Para lograrlo resultaba imprescindible ampliar los estrechos márgenes de autonomía de la política económica, que con el FMI como auditor trimestral de la economía iba a ser imposible.
Esa tecnoburocracia de Washington especializada en acumular fracasos en términos de equidad social hubiese ejercido una presión insoportable, amplificada por su red local de economistas de la city y grandes medios de comunicación, para obstruir cualquier estrategia económica alejada de la ortodoxia recesiva. La misión del FMI siempre ha sido la misma: garantizar mediante planes de ajuste el repago de pasivos sin importar el crecimiento del país deudor. El Fondo no hubiese aceptado la sucesión de iniciativas heterodoxas del kirchnerismo que impulsaron un sostenido crecimiento del Producto Interno Bruto, una fuerte caída de la tasa de desempleo y una ampliación histórica de la cobertura previsional y de derechos sociales y laborales.
Las misiones del FMI habrían interrumpido la refinanciación de sus préstamos, generando perturbaciones financieras en la plaza local, porque se hubiese opuesto a la ley que puso fin a la estafa a los trabajadores de las AFJP, a las moratorias previsionales, a las estatizaciones de empresas de servicios públicos privatizadas, a la administración del comercio exterior para proteger a la industria nacional, a la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, al fomento de las paritarias y ampliación de derechos laborales.
Sacarse la bota del FMI de la cabeza de la economía argentina fue el nacimiento de la política económica del kirchnerismo. Quedó así demostrado que existe la posibilidad de transitar un sendero de crecimiento e inclusión social, con evidentes dificultades y tropiezos, pudiendo eludir los condicionamientos de la ortodoxia regresivos que castigan a los sectores vulnerables de la sociedad.
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