EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
El presidente Mauricio Macri habló ante la Asamblea Legislativa durante algo menos de media hora. Leyó casi todo el tiempo, sin ripios y con escasas inflexiones. No se permitió digresiones, ni momentos improvisados ni un solo toque de humor. El tono y el desarrollo se parecieron mucho a su oratoria de campaña, hasta podría decirse que fue el último discurso de ese tramo. Un público fiel lo aplaudió con fervor aunque su justificada buena voluntad no habrá bastado para encenderse con las menciones finales a “Argentina” de Macri, que no entusiasma al auditorio ni maneja los matices de la voz.
Evitó anuncios, no aludió a números o porcentajes ni una vez. Mentó muy pocos nombres propios. Los de sus adversarios en las presidenciales, a quienes saludó cortésmente: Daniel Scioli, Sergio Massa, Nicolás del Caño, Margarita Stolbizer y Adolfo Rodríguez Saá. Y, en tono de alabanza y de identificación, citó una frase del presidente Arturo Frondizi. La frase no es original, sino del tipo de “o lo hacemos entre todos o no lo hace nadie”. Seguramente la pronunciaron muchísimos protagonistas de la historia argentina: presidente, gobernadores, concejales o diputados. Enaltecer a Frondizi, una figura que pocos argentinos recordarán, responde a la idea de colocar en algún linaje al PRO, un partido flamante, nacido en este siglo. El desarrollismo, sobre todo si no se profundiza, es un lugar común de la retórica política, una fantasía amable. El ensayista y periodista José Natanson habla de “una acepción acuosa... como un peronismo benigno o un radicalismo con onda”.
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Organicemos o enlacemos algunos tópicos que se desgranaron. Todo lo positivo se hace en equipo: en Boca, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires... un país es un gran equipo. Todo lo que sea conflictividad o antagonismos es una suerte de defecto, algo que se puede superar debatiendo y llegando a acuerdos. Los liderazgos individuales son cosas del pasado, del siglo XX.
La política agonal o portadora de ideología es cuestionada o dejada de lado en el discurso de Macri. El optimismo reluce. Los cuestionamientos y toma de distancia con el kirchnerismo se atisban si se lee bien pero no son expresados con nombres, apellidos o acciones concretas.
De modo panorámico, hay que hurgar bastante o raspar el fondo de la lata para traducir la pieza de Macri como un discurso clásico de derecha. Los mercados no flamearon, las reservas quedaron sin nombrar, el dólar (en sus diversas tonalidades) quedó para otro momento, tanto como los piquetes.
Según Macri, sus principales afanes estarán orientados a tres líneas políticas: “pobreza cero”, derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos. Más allá de algún debate semántico nadie puede disentir con esos objetivos y nadie quedó sabiendo cómo se procurará llegar al éxito, así sea en los primeros pasos.
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La ideología y los valores no habitaron el discurso. En realidad, la competencia electoral garantizaba que su ganador dejaría de lado toda tentación en ese sentido: Massa y Scioli tampoco resaltan por esa característica.
Discursos con sustancia, con ideas fuerza, enalteciendo valores o jerarquizándolos competen a figuras del siglo XX como pudieron y pueden ser el presidente Raúl Alfonsín, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, Hugo Chávez, José Mujica o, en otro registro, el papa Francisco.
Las palabras de Macri se engarzan como las de un motivador, un coach o un animador cultural que se dirige a un conjunto uniforme de personas con un objetivo único, ya pactado o asumido. Cualquier semejanza de esos colectivos con una sociedad compleja es abuso de fantasía.
El Estado no se menciona, ni menos se describen sus funciones. Resonó de nuevo la palabra “cuidar”, fatigada en la campaña, que puede traducirse como una invocación-consejo a los ciudadanos-espectadores. “Vamos a cuidar a todos”, la frase textual, se deja entender como “no te preocupes, que yo me ocupo”.
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La pobreza cero se conseguirá cuidando (otra vez) a los trabajadores, multiplicando las fuentes de trabajo. Aunque Macri se ha vuelto transversal en sus citas desde hace tiempo, la “desigualdad” no es inventariada como problema ni la justicia social como brújula. La “igualdad de oportunidades” –que en un punto acepta la desigualdad en el reparto de bienes materiales y simbólicos– es una señal sobre la procedencia de derecha, que se tiñe con menciones compasivas.
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Cristina sólo aparece entre bastidores por así decir pero las críticas al kirchnerismo se dejan entrever en la lista negra. “El fanatismo”, “la falta de amor” son puestos en la picota y ya se sabe quién incurre (o vive) en esos desvíos. Los mayores aplausos premian alusiones al kirchnerismo sin nombrarlo. “Seré implacable con la corrupción”, “La ley debe ser respetada”, subraya Macri y arremete a los que “avasallan a las instituciones”.
Todo lo comentado deberá repasarse a la luz de las medidas tangibles que vendrán... para este caso hay una inminente prueba ácida: si Macri intenta derrocar a la procuradora Alejandra Gils Carbó mediante un decreto habrá intentado avasallar a las instituciones... quedará por verse como lo describe.
“La justicia independiente” que se ensalza es un rótulo-autorretrato de una facción del Poder Judicial, la mayoritaria. No va a haber jueces macristas, asegura “Mauricio”. Las cámaras de la transmisión oficial tienen la delicadeza de evitar la imagen del presidente de Boca, Daniel Angelici, que a los ojos de cualquiera, aún de la diputada de Cambiemos Elisa Carrió, es un operador que gestiona decisiones a favor del macrismo. La clasificación de Macri es binaria: “Justicia Legítima” (a la que no nombra) es militante. En cambio, se clasifica como “independientes” a los de- sacreditados desde hace décadas jueces Claudio Bonadio y María Romilda Servini de Cubría que le han sido serviles en las últimas semanas. El cruce entre los hechos ya ocurridos, los inicios fácticos del macrismo en Comodoro Py y las palabras melosas ya esbozan una ofensiva que dudosamente se lleve con la ley en la mano.
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El presidente alteró algo la fórmula constitucional de juramento. Conforme al artículo 93, el ingresante se compromete a desempeñar el cargo con “lealtad y patriotismo”: Macri reemplazó “patriotismo” por “honestidad” por inadvertencia o como mensaje que admite lecturas psicologistas o polisémicas.
Terminada la jura fue en auto descapotable hacia la Casa Rosada. La famosa entrega de los atributos de mando se hizo sin que mediara ninguna catástrofe aunque hubiera sido mejor pactarla de un modo más prolijo.
El presidente de la Corte Ricardo Lorenzetti estaba en el estrado aunque no cumplía ningún rol. Hubiera sido raro ya que la Constitución no lo habilita. El convite de Macri y la irresistible tendencia de Lorenzetti a la figuración explican que se haya colado en la foto. Le robó cámara al presidente judicializado, Federico Pinedo.
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“La presidencia de Pinedo” (informe urgente enviado por el politólogo sueco que hace un posgrado sobre Argentina a su padrino de tesis, el decano de Sociales de Estocolmo).
“El mandato del senador Pinedo fue tan breve como memorable. Debió asumir en una grave crisis de acefalía que exponía al país a los riesgos de un ataque armado de kelpers, jihadistas árabes, alienígenas o comunistas. Tan serio era el problema que la jueza Servini de Cubría modificó la Constitución en una noche de labor y lo designó presidente.
Dos objetivos se había impuesto el estadista: evitar la anomia en ese período trágico y entregar el mando en tiempo y forma. Para eso debía batir el record Guinness de brevedad logrado por ex presidente Adolfo Rodríguez Saá: lo hizo.
El presidente efímero ahorró todo tipo de vanidad y protagonismo. No habló por cadena nacional, no bautizó “Década infame” a ningún centro cultural, ni “Fraude patriótico” a ninguna plaza.
Las estadísticas oficiales siempre son dudosas pero los especialistas en seguridad aseguran que la criminalidad bajó en el período de Pinedo. No se registraron secuestros exprés ni crímenes odiosos. Hasta da la impresión que el narcotráfico se tomó una tregua. Una explicación plausible es que los ejemplos se propagan desde arriba. Un presidente frugal y cauto contagia a los seres más impensados: capos, dealers y sicarios pueden haber reflexionado y adherido a la tregua política.
A diferencia de su jefe político, Mauricio Macri, la era de Pinedo fue poco generosa en materia deportiva: cero partido de fútbol o de rugby, sólo algunos de billar o pool. De nuevo: puede ser azar o un promisorio anuncio de que se termina la etapa de “pan y circo”. El pan aumenta, el circo cesa. La inflación para productos alimenticios durante la presidencia Pinedo rondó los dos puntos porcentuales.
Ajeno a cualquier alharaca, Pinedo se retiró sin fanfarria y sin haber hollado la residencia de Olivos. Tuvo la bonhomía y gratitud de llevarle unos presentes a Servini de Cubría y al fiscal Jorge Di Lello: unas flores para la dama, unos cigarros para el caballero. No alcanzó a plasmarlo porque ambos estaban, en sus sendos despachos, brindando con champagne, otro regalo que les había llegado envuelto en cintas amarillas”.
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Dos actos masivos se sucedieron en la Plaza de Mayo, aquella en la que amaneció el peronismo hace setenta años.
El mismo escenario, dos convocatorias rivales y diversas por demás. Tal vez haya que remontarse a los dos actos en el Obelisco que cerraron las campañas presidenciales radical y peronista en 1983.
Es sencillo marcar diferencias entre las manifestaciones. Las kirchneristas, políticas al mango, sensibles a la identidad y a la historia, ávidas de discursos desafiantes y con mucho contenido. Consignas, cánticos, redoblantes y bombos.
La macrista se centra más en la ciudadanía que quiere ser cuidada. La música remite a la diversión privada, a las reuniones que cualquier uno puede celebrar. Sin trayectoria ni prosapia, el PRO repite en el escenario y en la Plaza, los modos de una reunión de amigos. Macri se descontractura más: no es que baile bien pero lo hace sin timidez. La vicejefa Gabriela Michetti desafina al micrófono. Cero reproche o desdén, se aclara: ese es el modo en que se debe cantar en grupo.
Ni los ritos ni la banda de sonido ambiente son lo esencial. Son las dos jornadas alegres, de participación intensa, voluntaria, mostrando dos estilos, dos pertenencias. Ambas se sucedieron en un contorno tranquilo y sin incidentes. Esa es una parte de la herencia que recibe Macri, con todos los indicadores sociales y laborales mencionados en la columna de ayer.
Fue atinado que el jueves los dueños del espacio público fueran quienes ganaron la elección. Como siempre sucede, correligionario, compañero o vecino más o menos.
Fue llamativo que la presidenta Cristina concitara tamaña adhesión en un trance que, teóricamente, convoca más a la diáspora que a la fiesta. Esta historia continuará.
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La cadena privada del macrismo, 876Clarín y 876La Nación a la cabeza, ensalzará las menciones al diálogo de Macri, sus ondas de amor y paz. Y, muy centralmente todo lo que se diferenció de Cristina Kirchner que encarna a su ver todos los males y casi todas las patologías.
Un orador elige su auditorio. Macri les habló a los suyos, a los periodistas que le hacen de claque y a ciudadanos no alineados, no muy jugados políticamente. Le dijo poco al establishment o a “los mercados” (con quienes dialoga “de tú a tú” por otros conductos). Ese silencio deliberado se llenará de contenido con las primeras acciones de gobierno, que serán su marca cuando su discurso inaugural sea un dato para memoriosos.
Ah... ya que estamos: el discurso de la gobernadora María Eugenia Vidal tuvo más sustancia, más denuncias, más de retrato personal, más encanto que el de- sangelado de Macri. Ambos transitan un limbo de gloria, ya electos y todavía no metidos en el barro de la acción. “Mauricio” optó por arroparse en la campaña, que es tan confortable. “María Eugenia” sorprendió hablando “de política” y saliéndose del libreto ecuatoriano-budista.
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