EL PAíS › OPINION
Ecos del discurso de Macri. La nueva narrativa, lo que replica y lo que propone. El relato oficial, neofrondizismo incluido. Reuniones con mensaje y otras con contenido. La agenda acuciante: aguinaldos y paritarias. Negociaciones con los gobernadores: una clave política en movimiento. En busca de gobernabilidad y a la espera de la devaluación.
› Por Mario Wainfeld
El gobierno del presidente Mauricio Macri comenzó antes de su asunción. Por un lado, las visitas a Brasil y Chile. Por otro, las secuelas inflacionarias de los anuncios prematuros o aviesos de devaluación y baja o eliminación de retenciones. El 10 de diciembre pronunció su primer discurso, que ha dado mucho que hablar. A partir de entonces se sucedieron los juramentos, las primeras reuniones y movidas. Abundan gestos, palabras y comienza la acción.
El 11 de diciembre no fue lo que se esperaba o lo que auguraron los integrantes del gabinete macrista después de la segunda vuelta. Muchas de las importantes medidas que se iban a implementar “de inmediato” o “el 11 mismo” quedaron diferidas a “cuando estén dadas las condiciones” o “cuando sea posible”, que no es lo mismo.
Los pasos iniciales contienen una inevitable dosis de improvisación y de errores: hubo que eyectar un secretario de estado antes de asumir, se notan cortocircuitos entre las distintas áreas del mega equipo económico. Pero lo fundante (valga la expresión) es una direccionalidad racional entre el verbo, las imágenes y las primeras jugadas prácticas. “Racional” no es una valoración positiva; no es sinónimo de “buena” o “deseable”.
El oficialismo insinúa su narrativa que sería insensato ignorar o menospreciar. En política, las palabras y las imágenes son hechos, cuando producen consecuencias observables.
A riesgo de parecer redundantes o quizá pavos, subrayemos que en política, los hechos también son hechos. Y que en caso de conflicto con las palabras, los hechos gravitan más.
Entornado por un esperable séquito de aplaudidores y apologistas, Macri puede de entrada darse ciertos lujos. Una cita del presidente Arturo Frondizi lo convierte en un desarrollista hecho, derecho y comprobado. Parece un exceso, caramba. Las comparaciones retrospectivas son muy difíciles, a más de medio siglo: pongámoslas a un costado. El desarrollismo es un modelo económico capitalista y nacional conducido por un Estado dirigista, orientador o cuanto menos muy regulador. Macri se colocó esa camiseta, es claro. Dictaminar que juega para ese equipo es, como mínimo, prematuro y contradictorio con su propia historia. Tal vez las alusiones expresen con franqueza el afán presidencial, cada cual es libre de creerle o no. Aunque hubiera sinceridad, solo se sabrá cuando se haya recorrido un largo camino en el cual las palabras augurales tengan cierta coherencia con las realizaciones.
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Ondas de amor y paz, sin Congreso: El discurso y la liturgia presidencial ostentan las diferencias con “el régimen saliente”. Macri, parece, es puntual, servicial, oyente atento, jamás levanta la voz, un devoto del diálogo y de la transigencia budista. Cada detalle demarca un cuadro en blanco y negro versus el kirchnerismo. La campaña aleccionó: existe una extendida “fatiga social” con modos y manierismos K. Su rival tiene mucho por ganar mostrándose como esencialmente distinto. Jaime Durán Barba no le resolverá a su jefe los dilemas de la gestión pero todavía asesora mucho y bien.
Es habitual que los dirigentes procuren transformar sus características personales o sus limitaciones en virtudes. La incapacidad oratoria de Macri se propone como un bálsamo frente a la frondosa verba de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Hablar poco va en pos de ser un mérito, decir poco ambiciona embellecerlo.
La lacónica exposición de Macri resaltó la otredad punto a punto. De nuevo, es la lógica traslación de la disputa electoral. Un par de vacíos quedan flotando y habrá que ver cómo se llenan. El fundamental es el ecumenismo del diálogo o de búsqueda de consensos. ¿Las mesas tendidas son para todos o excluyen al kirchnerismo? ¿Las alusiones a los corruptos o a los que “no aman” aluden a un puñado de protagonistas, minoritario por naturaleza? ¿O a una fracción grande de los que votaron en contra? Puesto en cifras: ¿centenares o millones de réprobos excluidos (por propia culpa) de las mieles acuerdistas? No es banal la diferencia.
Hay quienes la pasan de largo, claro. Un panorama paradisíaco se difunde en la cadena privada oficial, hay datos que lo ponen en cuestión. Cuando el jefe de Gobierno Macri es pescado retaceando plata ya comprometida al Hospital Garrahan, los médicos ponen el grito en el cielo. Macri comenta ante micrófonos amigables que los profesionales “son politizados”, lo que a su ver descalifica o anula la validez de las críticas. No los escucha, no dialoga, menos que menos pacta y baja el presupuesto ni bien puede.
Allende el confín porteño, funcionarios nacionales flamantes dan muestras de cómo manejan la puerta de entrada al consenso. La procuradora general Alejandra Gils Carbó es rotulada de “militante” y eso la desprovee de la alta estabilidad que tiene su cargo. El ministro Hernán Lombardi promete que en los medios públicos se escucharán todas las voces menos las que han sido partidistas o agresivas. La vara de medida no la provee el sello IRAM, la Corte de La Haya o un referato neutral: los funcionarios disciernen de modo inconsulto e inapelable lo que estrecha de movida el nivel de la convocatoria.
El presidente no convocará al Congreso a sesiones extraordinarias. Dicho en criollo: gobernará los primeros y fundamentales meses de su mandato mediante Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). La coalición Cambiemos se pasó años quejándose porque el Congreso era “una escribanía”. Se infería que le daría mayor importancia: por ahora lo mantiene cerrada a cal y canto.
Nadie debería poner el grito en el cielo. El sistema democrático tiene mucho de role playing. Todos tratan de optimizar sus recursos y su poder. Un oficialismo minoritario en ambas Cámaras se vale del DNU para ahorrarse polémicas y eventuales derrotas. Sin llegar al cinismo, hay que admitir que el rebusque es práctico. Y evocar que Macri fue, como jefe de Gobierno, un devoto de los decretos y de los vetos. No hace falta ser un as de la profecía para insinuar que en cuatro años dictará muchos más DNU que Cristina en ocho y vetará muchas más leyes. Mientras sean legales no habrá motivos para quejas. Las primeras acciones del gobierno no tranquilizan en ese sentido.
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Gobernabilidad es la palabra: “Todo lo real es posible” decía un filósofo muy agudo, que los hay. Desde ya que lo real no agota el repertorio de lo posible pero tiene un encanto sobre sus alternativas virtuales: está comprobado. Los gobiernos surgidos en 2003 consiguieron durante más de doce años un nivel de gobernabilidad altísimo para los parámetros nacionales, acompañado por un apoyo popular prolongado. Esa gobernabilidad es posible, otros modelos deben ser sometidos a pruebas de supervivencia.
Un dilema de manual asalta a quien venció limpiamente en las elecciones con la bandera de la alternancia y la otredad. ¿Cómo “cambiar” sin poner en riesgo la gobernabilidad? Puesto de otra forma: ¿se puede conseguir relevar al kirchnerismo en el favor popular alterando muchas variables económicas sociales y culturales construidas en la etapa previa? ¿O socavar el piso conlleva el riesgo de la pérdida veloz de legitimidad, de azuzar la protesta social, de la caída de la popularidad? La validación cotidiana de los gobiernos no es un hallazgo criollo ni es ajena al saber de Durán Barba.
Vienen a cuento expresiones como “piso”, “umbral”, “márgenes” o “límites”, todas alusivas a espacios finitos. Son metáforas mínimas cuya virtud es proponer que la sociedad no es taaan elástica, que el reformismo democrático acolcha contra convulsiones brutales. Cinchan en sentido opuesto la ambición de poderosos sectores corporativos, el revanchismo de grupos políticos, la falta de ponderación de funcionarios sesgados ideológicamente que no pulsan bien hasta donde pueden avanzar sin dañar o destruir cosas que no tienen repuesto.
Esos dilemas se sustanciarán y develarán andando el tiempo. Muchos exégetas-apologistas del oficialismo descuentan que se conservarán todos los derechos, puestos de trabajo y perspectivas de consumo. Que lo cambios serán de modales, de eficiencia, de transparencia, del modo en que se equilibran las cuentas fiscales y se atraen inversiones extranjeras.
La inherente conflictividad del mundo real es sub valuada en ese capítulo del relato macrista. No así en la agenda de sus funcionarios. El pago de los medio aguinaldos en provincias, las paritarias docentes locales y nacionales cobran centralidad porque se vienen encima. Es encantador, en cualquier tertulia distinguir entre lo “urgente” y “lo importante”. Para quienes gobiernan, los urgente ranquea muy alto y es de cajón importante. Hablar sobre generalidades o concordar sobre el legado edificante de Frondizi, Perón y Alfonsín es más sencillo que resolver sobre la plata, un bien escaso y, ay, tan necesario
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Conversaciones y registros: Las imágenes no son solo fantasía o una puesta en escena. A menudo conjugan con acciones. Los encuentros de Macri con sus rivales de la primera vuelta tienen un formato aleccionador. Es indebido ningunearlo porque posiblemente complace a muchas personas de a pie: la lectura del voto nacional induce a esa lectura. Que se converse es buen comienzo, si hay continuidad no es ruin per se, ni mucho menos. También es correcta y hasta valiosa la conducta opositora del diputado Nicolás del Caño: sería hipócrita fingir una charla con quien está en “las antípodas” de su ideología.
El primer encuentro entre el presidente y los gobernadores tiene mucha más sustancia y proyección que los paliques con Daniel Scioli, Sergio Massa, Margarita Stolbizer y Adolfo Rodríguez Sáa. La coparticipación es un objetivo de largo plazo sobre el cual puede haber consensos difusos, imprecisos, “cordiales”. Con la plata, ya se dijo, es otro cantar.
La articulación entre nación y provincias es clave para la gobernabilidad y para la reformulación de alianzas políticas. El futuro del peronismo y del kirchnerismo se dirimirá, en buena parte, en espacios institucionales: las provincias, las municipalidades, el Congreso nacional. Los flujos de recursos, aspecto que sigue dominando el poder central, gravitarán mucho más en el futuro político que las sobreactuaciones del gobernador salteño Juan Manuel Urtubey.
PRO gobierna la Ciudad Autónoma y la provincia de Buenos Aires. Es un capital político formidable pero restringido. Potente demográfica, cultural y económicamente... menos sólido en el reparto de bancas parlamentarias.
La vilipendiada caja, los acuerdos regionales o bilaterales, la atención a la gobernabilidad distrito por distrito funcionaron bastante bien desde 2003, lo que explica la supervivencia de la mayoría de los oficialismos provinciales. Otra vez: el gobierno tiene un dilema a resolver: cómo negocia sobre efectividades conducentes con el peronismo con poder territorial o parlamentario. Si lo ataca en bloque, se expone a padecer reveses. Si articula y concede acaso puede fomentar divisiones de modo más sutil y, sin paradoja, más duradero.
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Flexibilidades de ayer y hoy: La expresión “flexibilidad” evoca políticas devastadoras de otras derechas del pasado reciente. Puede valer también para pensar cuán adaptable será el elenco gubernamental macrista al contexto democrático y social. Hay en el gabinete figuras dedicadas al diálogo y “la política”: El jefe de Gabinete Marcos Peña y el ministro del Interior Rogelio Frigerio, por ejemplo. Hay otros personajes, dentro o fuera del estado, que conocen las astucias, las roscas, “el derpo” y los negocios más o menos sanctos: Cristian Ritondo, Nicolás Caputo, Daniel Angelici, solo para empezar.
Y hay un núcleo sólido, de derecha social e ideológica, que vertebra el gabinete económico. Alfonso Prat-Gay, Federico Sturzenegger, Carlos Melconian, Ricardo Buryaile, Juan José Aranguren y siguen las firmas. Los matices lo dan las pertenencias corporativas, no las posiciones, Lo suyo no ha sido, hasta el 10 de diciembre la ductilidad, sino la fijeza de sus convicciones y la coherencia con que las defendieron. Sunnitas del pensamiento de derecha afrontan un reto formidable, que es aceptar los matices y condicionamientos de una sociedad pluralista y celosa de sus derechos. Habrá que si lo asumen. Y, en su caso, si dan la talla.
El mandato de Macri empezó el 10 de diciembre, aunque hubo sucesos anteriores impactantes. De cualquier forma, un hecho central e inexorable quedó diferido: la devaluación, gradual o brutal. Todo indica que el gobierno recalculó su fecha. Por ahí recapacitó considerando la inminencia de las fiestas, la hipótesis siempre latente de protestas sociales. Funcionarios ligados a los ministerios sociales de Nación y Buenos Aires dialogaron con referentes de movimientos sociales, procurando que haya “paz social” en esos días.
Una mirada sensata lleva a pensar que la devaluación no fungiría como bálsamo sino como combustible, muy inflamable. Por eso es verosímil que se posponga hasta enero, aunque nada es seguro porque las corporaciones aliadas piden su tajada ya. Tal vez sea más oportuno hacerlo cuando haya muchos argentinos de vacaciones y haya transcurrido el lapso emocional de las fiestas. Oportuno, que no indoloro. Calcular las repercusiones, ventajas y daños es potestad del gobierno que maneja la iniciativa pero, como se quiso expresar en toda esta nota, no puede manejar una sociedad compleja a su antojo.
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