Dom 13.12.2015

EL PAíS  › EL PRESIDENTE MAURIZIO MACRÌ: DEL DISCURSO A LA REALIDAD

El arte del Nomeacuerdo

El discurso inaugural alerta contra la tentación de subestimar a Macrì. No sólo construyó un partido nuevo y sostuvo los liderazgos que le permitieron controlar el Poder Ejecutivo nacional, bonaerense y porteño. También se presenta como deportista y adalid de la honestidad, dejando en las sombras su carácter de hombre de negocios dudosos con el Estado, que les costó la carrera a varios de sus socios, desde Rousselot hasta Boggiano. Su viaje a Brasil, para reactivar los negocios de la famiglia.

› Por Horacio Verbitsky

El primer olvido del presidente Maurizio Macrì fue la Patria, en la fórmula de su juramento, limitado a Dios, la honestidad y los libros sagrados. En correspondencia, se pronunció ante la Asamblea Legislativa por “un nacionalismo más sano”, frase trunca por la falta del término de comparación. ¿Más sano que cuál? La misma discreción tuvo su promesa de sostener “todos nuestros reclamos soberanos”, que tampoco especificó, “sin que eso impida un normal relacionamiento con todos los países del mundo”. No parece el estilo de Susana Malcorra enviar ositos a los kelpers, pero es obvio que las Malvinas se perderán en las últimas páginas de la agenda, en línea con la célebre declaración de Macrì a este diario, cuando dijo que un país tan grande no necesita sumar el déficit adicional que implicaría la recuperación de las islas. El mal de la Argentina es la extensión, como decía Sarmiento y ridiculizaba Jauretche. Tampoco parece quedar espacio para la reivindicación contra las deformidades del sistema financiero internacional sobre la que giró la política exterior argentina en los últimos años. De hecho, el master Daniel Pollack ya recibió a un enviado oficial para discutir cómo se cumplirá el inaceptable fallo del juez de Wall Street Thomas Griesa. Peor aún, en su diálogo telefónico con Barack Obama, Macrì compró completo el breviario estadounidense para las relaciones con Subamérica: colaboración contra “el extremismo violento”, el narcotráfico, que según Malcorra sería “uno de los grandes temas de la agenda latinoamericana”, el cambio climático y “la agenda comercial y económica”. Mientras en todo el mundo se hace evidente que los bombardeos aéreos lejos de acabar con el terrorismo fundamentalista son su mejor cartilla de reclutamiento, incluso entre europeos y estadounidenses nativos, el gobierno de PRO se dispone a poner de nuevo al país en esa mira tremenda, como ya ocurrió dos décadas atrás.

Al dirigirse a los presidentes vecinos que lo escuchaban en la Asamblea Legislativa, el presidente dijo que creía “en la unidad y la cooperación de América Latina y del mundo”, colocando todas las relaciones en un mismo plano. No basta un picado con Evo para compensar tal indiferenciación, sobre todo cuando su ministra de Relaciones Exteriores comienza por decir que “el ALCA no es mala palabra” y Macrì acuerda con los empresarios paulistas apurar el tratado de libre comercio Mercosur-Unión Europea. Lo mismo que en su anunciado “apoyo a la justicia independiente”, en esas definiciones estaba implícita la referencia al gobierno que había concluido doce horas antes. Con la misma intención, sus voceros habían anunciado que el discurso inaugural no insumiría más de media hora, cuando el último de CFK ante la misma audiencia institucional, en marzo de este año, duró seis veces más.

Galería de espejos

Esa interpretación contrastante se multiplicó como en una galería de espejos en los análisis políticos de los medios que celebran el cambio como una cuestión de interés propio. Para eso son las columnas de opinión. Lo objetable está en los espacios informativos, que escamotearon la realidad de los hechos, con tal de despedir con abucheos adjetivos a la ex presidente. Pasaron por alto que al salir de la reunión posterior a la segunda vuelta, Macrì dijo que había acordado en forma cordial con Cristina los detalles de la transmisión del mando que sería, “como corresponde”, en el Congreso. Pero en la quincena transcurrida desde ese 25 de noviembre, cambió de idea, en buena medida por recomendación de un amigo peronista de toda la vida y de los aliados radicales, explicitada en la frase de su nuevo jefe, el intendente santafesino José Corral, de “no ceder a los caprichos de Cristina”. Se trataba de hacer una demostración de fuerza, que en realidad es de aprensión.

Como en los años de la guerra fría, cuando las dos superpotencias presentaban en forma caricaturesca al adversario y luego actuaban como si esa deformidad fuera un retrato hiperrealista, el nuevo presidente temía un abucheo, de La Cámpora en los palcos del Congreso y de una multitud kirchnerista en el trayecto a la casa de gobierno. El prejuicio, como la neurosis, es inmune a los datos de la realidad. Que el gobierno saliente cediera todas las entradas para la Asamblea Legislativa, que acordara lugares separados para cada fuerza en las calles y que ofreciera dejar el bastón y la banda en el Congreso no fue suficiente. Sin siquiera previo aviso Macrì recurrió a la Justicia para obturar el consenso y el diálogo que pondera de palabra. Lo hizo patrocinado por su amigo de toda la vida José Torello y por el abogado del Grupo Clarín y responsable de la fuerza de choque de la UCEP para el desalojo de indigentes del espacio público porteño, Fabián Rodríguez Simón. El disparate resultante refleja el desquicio que se instaló en estos años, a partir de la caprichosa relectura constitucional de Ricardo Lorenzetti, el primer presidente de la Corte Suprema en advertir que la división de poderes podía violarse también en el sentido opuesto al tradicional si antes se robustecía la autoconciencia corporativa del poder teóricamente más débil, sin bolsa y sin espada, según el anacronismo tradicional. Por si la medida cautelar no llegaba a tiempo, el Poder Ejecutivo había acordado con Lorenzetti que el presidente de la Corte encabezaría la ceremonia en el Salón Blanco. Primero Jorge Di Lello y luego la jueza María Servini supusieron que los constituyentes fueron tan estultos como para disponer en cada traspaso doce horas de aplicación de la ley de acefalía y decidieron sustituirlos, creando un asombroso frangollo institucional. Con funcionarios así, ¿quién necesita jueces o fiscales macristas?

Este episodio no pareció de 2015 sino de 2001/2002, y el recordatorio fue completo con la presencia frente al estrado de cuatro de los seudopresidentes de aquellos días amargos: Fernando de la Rúa y los senadores Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. Para que comenzara a oírse la música de fondo de entonces, que comenzaba con el estribillo “Que se vayan todos”, sólo faltaban los más astutos Carlos Menem y Eduardo Camaño. Quedó más que claro por qué CFK no tenía nada que hacer en ese rancio revoltijo. Otro que estaba fuera de lugar era Lorenzetti, pero no se daba cuenta. La insondable vanidad le dibujaba una incontenible sonrisa en los labios, prólogo del beso y el abrazo con el nuevo presidente, como si fuera uno más del gabinete de los CEO que juraría más tarde entre chanzas de estudiantina en el bellísimo Museo del Bicentenario, otro de los legados de una década impar. La imagen de neutralidad que conviene a Lorenzetti no se beneficia con el nombramiento del secretario letrado de la Corte, Gonzalo Cané, como secretario de Cooperación con el Poder Judicial de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Es curioso que el forcejeo protocolar no haya sido analizado más allá de su costado risueño, que se tornó desopilante con la aparición de un segundo y de un tercer bastón, la pugna entre los plateros Pallarols padre e hijo y la amenaza de depositar las insignias al pie del ícono lujanero. El empecinamiento oficialista por eludir al Congreso, donde su representación es parva, y llevar la ceremonia al fuerte gubernativo, bajo la mirada aprobatoria de Lorenzetti, transmite un mensaje simbólico: ése será el eje sobre el que girará el gobierno cuando concluyan los fandangos y rigodones con los ex candidatos presidenciales. La primera demostración fue el decreto de necesidad y urgencia para modificar la ley más debatida y con mayor respaldo social de la historia argentina, que regula los servicios de comunicación audiovisual, y la de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.

Del rosa al amarillo

Después de escuchar a Macrì se comprende la brevedad: el sentido de sus políticas nunca estará cifrado en las palabras, que utiliza para velar y no para traslucir actos e intenciones: un océano de buenas intenciones y generalidades con las que nadie puede disentir y ni una palabra sobre las políticas concretas que conducirían a ese reiterado vivir mejor, como si bastara con desearlo. Si algo debe reconocerse al flamante jefe supremo de la Confederación Argentina es la congruencia entre su primer mensaje y las consignas de la campaña que lo llevó a esa posición: nada por aquí, nada por allí. Después de tantos años en los que el Poder Ejecutivo explicaba en detalle el sentido y las consecuencias de cada medida de gobierno, no hay dudas de que existe ahora “una visión nueva de la política”. El contraste fue patente en la media jornada transcurrida desde que Cristina se convirtió en calabaza y Macrì y Michetti mostraron el uso no convencional que su gobierno puede darle al balcón de Perón y de Evita, al que nunca osaron asomarse Kirchner ni su esposa. Nunca antes en la historia argentina un gobernante fue despedido por semejante muchedumbre. Las cifras son siempre discutibles, pero hay que remontarse muchas décadas hacia atrás para encontrar una concentración al mismo tiempo tan abigarrada y tan extensa, más propia de una inauguración que de una clausura y tan poblada de jóvenes. La desconcentración insumió más de una hora desde los fuegos artificiales y el saludo final de la ex presidente. Al día siguiente, sólo un tercio de plaza bien tupida, con mayoría racial, recibió a Macrì. El discurso de Cristina fue un repaso circunstanciado de las transformaciones que realizó su gobierno y un mensaje nítido para quien la sucede: están todas las condiciones dadas para que lo haga mejor aún. Lo reconoció incluso el nuevo ministro de Hacienda y Finanzas, Adolfo de Prat Gay, quien dijo que “la Argentina está en buenas condiciones”, sin urgencias. “Nos dejan una herencia complicada pero no se compara con otros momentos del país”. CFK dijo que podía mirar a los ojos a los 42 millones de argentinos y los instó que cada uno “tome su bandera y sepa que él es el dirigente de su destino y el constructor de su vida, que esto es lo más grande que le he dado al pueblo argentino: el empoderamiento popular, el empoderamiento ciudadano, el empoderamiento de las libertades, el empoderamiento de los derechos”. Un mensaje político e ideológico.

Macrì planteó “tres ideas centrales: pobreza cero, derrotar el narcotráfico y unir a los argentinos”. Agregó luego una “intención básica: combatir la corrupción” y “otro pilar de su gobierno”: revolucionar la educación pública. Esa es la agenda que reitera sin pausa el Papa Bergoglio, con quien Macrì intenta mejorar la relación. A eso apuntó también la ceremonia religiosa que pidió al cardenal Mario Poli al iniciar su mandato y la designación en la Sedronar del ex subsecretario de Salud Mental y Abordaje de las Adicciones de La Pampa, Roberto Moro. Según el diario pampeano La Arena, quien lo propuso fue Poli, quien entre 2008 y 2013 estuvo al frente de la diócesis de Santa Rosa. Este nombramiento no fue consultado con el Frente Pampeano que integró PRO. Uno de sus dirigentes, el diputado provincial socialista Luis Solana, se quejó por la designación de quien integró “el peor equipo de salud que tuvo La Pampa”, lo cual “demuestra que a veces el rango no está en función del mérito”. Si Moro fuera sólo inepto, sería un alivio ante la candidatura que no prosperó del ex vocero de Eduardo Duhalde, Eduardo Amadeo.

Además Macrì prometió decir siempre la verdad y universalizar la protección social a todos los chicos. Como este es uno de los saldos menos discutibles de la gestión anterior, la mera afirmación quebranta la promesa que la precede. Otro punto que intentó enfatizar fue que el país “no está dividido” y que pasadas las elecciones “todos debemos unirnos”. También se comprometió a cuidar desde el Estado a los que menos tienen y convocó “al arte del acuerdo”. Sólo le faltó decir que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino, como el Perón del 73. Pero aquel presidente volvía después de 18 años de proscripción y exilio forzoso a un país devastado por las dictaduras. Regresó a la presidencia con el mayor porcentaje de votos de la historia nacional y estaba dispuesto a sacrificar muchos puntos de su programa histórico en aras de una concordia tan necesaria como improbable. Macrì obtuvo apenas unas décimas por encima de los dos puntos porcentuales de ventaja sobre un gobierno de doce años, que no pudo presentar por restricciones constitucionales su candidatura natural y que le deja la mejor situación socioeconómica que haya recibido cualquier presidente de la democracia argenta. Pese a ello ha constituido un gabinete económico fundamentalista y corporativo, cuyas políticas conducen a la confrontación que el discurso rechaza. Si los hechos también tienen algo que decir, durante su administración porteña no mostró inclinación por el arte del acuerdo: Macrì fue el gobernador que más leyes vetó en el país y Cristina la presidente que menos vetos y decretos de necesidad y urgencia firmó. Es imaginable el asombro de las generaciones futuras y la dificultad que tendrán para entender cómo una presidente tan respetuosa de los límites políticos e institucionales de su poder pudo ser vilipendiada como autoritaria y caprichosa en los términos soeces que se hicieron comunes en estos años. Tampoco es un hecho menor que Macrì haya sido el primer presidente que asume el cargo con una grave cuenta pendiente, en la causa por las escuchas ilegales en la que está procesado por el juez Sebastián Casanello, y que tratará de saldar con ayuda del ahora denominado fiscal independiente Jorge Di Lello.

Un exceso de retórica

Subestimar a Macrì sería un error grave. Pese a su torpeza expresiva y a la chatura conceptual de sus mensajes, ha sido capaz de construir una carrera política que lo llevó en pocos años desde la empresa familiar a la presidencia. Para ello creó un partido político nuevo, que reclutó su personal en las universidades privadas, las empresas y las ONG y reemplazó los modos de la militancia y la comunicación. La Universidad Católica se jactó de que Macrì y de sus principales colaboradores son egresados de sus carreras (Ricardo Buryaile, Ricardo Negri, Alfonso de Prat Gay, Pedro Lacoste, Germán Garavano, Santiago Otamendi, Andrés Ibarra, Guillermo Dietrich, María Eugenia Vidal, Ramiro Tagliaferro y Javier Ortiz Batalla). “Y después dicen que la Universidad Torcuato Di Tella copó el gobierno”, dice un profesor de la UTDT.

En el último año Macrì mostró además un carácter que no se le conocía, cuando se jugó a todo o nada detrás de Horacio Rodríguez Larreta en la interna porteña y de María Eugenia Vidal en la elección general bonaerense, claves de su éxito en la contienda presidencial. No subestimarlo pero tampoco tomar al pie de la letra sus palabras. Su primera ciudadanía es la del país del no me acuerdo. En su discurso ante el Congreso, dijo que tanto “en el deporte” como en el gobierno porteño había formado buenos equipos, pero con notable prudencia, omitió cualquier mención a su actividad principal, como hombre de negocios dudosos con el Estado.

Su anunciado programa Pobreza Cero es en primer lugar un exceso de retórica. Pobreza Cero no hay en ningún lugar del mundo y nadie siquiera se la propone. El cotejo con lo sucedido durante su gobierno porteño es elocuente. La pobreza se redujo en todo el país, pero en la Ciudad Autónoma en menor proporción, pese a que es la más rica del país. Según el Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz, entre 2003 y 2014, en el Área Metropolitana de Buenos Aires salieron de la pobreza 27 de cada 100 habitantes y de la indigencia 15 de cada 100. Pero este promedio se descompone entre los datos de la Ciudad Autónoma y los de los partidos del Gran Buenos Aires que integran el AMBA, y ahí se aprecian las diferencias. Mientras dejaron de ser pobres 32 de cada 100 bonaerenses del conurbano, en la Capital esta buena noticia sólo alcanzó a 13 de cada 100. Respecto de la indigencia, la reducción en el Gran Buenos Aires benefició a 15 de cada 100, y en la Ciudad a 4 de cada 100. El desempleo en la Ciudad también es más elevado que el promedio nacional y la cantidad de población en villas de emergencia se incrementó un 50 por ciento. La revolución educativa que se produjo en estos años en la CABA consistió en la subejecución del presupuesto votado por la Legislatura y la derivación de recursos de la educación pública a la privada. También se incrementó la mortalidad infantil, mientras descendía en el resto del país.

Bromas de mal gusto

Tanto el alegado combate contra la corrupción como las promesas de honestidad y sinceridad parecen una broma de mal gusto. Durante la campaña electoral, Macrì dijo que le había pedido a su amigo y socio Nicolás Caputo que no licitara una sola obra en la Ciudad y que las que terminó eran las licitadas cuando el jefe de gobierno era Jorge Telerman. Es un deliberado engaño: no ganó licitaciones Caputo S.A. pero sí SES SA, en la que el testigo de boda de Macrì tiene la mitad de las acciones y cuyos contratos con el gobierno porteño se multiplicaron por diez. El ex diputado bonaerense de la Coalición Cívica Libertadora, Walter Martello, reprodujo una frase significativa del balance del Grupo Caputo: “Se aguarda para el 2015 una solución rápida del conflicto con los holdouts que permita revertir la actual tendencia negativa en el nivel de actividad”. Martello sostiene que Caputo le aconsejó a Macrì pagar a los fondos buitre todo lo que ordenara Griesa porque tenía entonces en ejecución una cartera de obras para la Ciudad y la Nación por 1500 millones de pesos. Desde que asumió en 2007, el gobierno de Macrì en la CABA acumuló más de doscientas denuncias por delitos tan variados como estafa, asociación ilícita, abuso de autoridad, violación de deberes de funcionario público, enriquecimiento ilícito, falsificación de documentos públicos, amenazas, abandono de personas, omisión maliciosa y falsedad ideológica en su declaración jurada patrimonial ante la Oficina Anticorrupción, lavado de activos y peculado.

Así como Sebastián Piñera aprovechaba cada contacto bilateral con CFK para plantear los reclamos de la línea aérea LAN en la Argentina, Macrì utilizó su primer encuentro con Dilma Rousseff para solicitar que se reviviera el crédito del banco brasileño de desarrollo para el soterramiento del Ferrocarril Sarmiento. Piñera era el principal accionista de LAN y aunque había colocado esas acciones en un fideicomiso, seguía gestionando a favor de la compañía chileno-estadounidense. Del mismo modo, Macrì tiene interés directo en las obras del Sarmiento, que están a cargo de un consorcio integrado por la constructora brasileña Odebrecht, la española Comsa, la italiana Ghella y la argentina Iecsa. Las dos últimas forman parte del grupo que conduce el nuevo jefe de la famiglia Macrì, el primo Angelo Calcaterra, hijo de la hermana de Franco y Tonino Macrì, María Pía.

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