Mar 12.01.2016

EL PAíS  › “SE ESTá ATACANDO LA LIBERTAD DE EXPRESIóN” > OPINIóN

Tienen libertad para expresar lo que yo quiero

› Por Luis Bruschtein

Cuando alguien critica a otro, no es una brecha, es simplemente que piensa diferente. El que no está acostumbrado a tolerar las críticas es el que piensa que la crítica en sí constituye una brecha. La agenda mediática dominante se estructura sobre esa base: los que no comparten esta agenda, son militantes o están comprados y son corruptos. Es la forma como construye su agenda la derecha cuando jerarquiza la información. Siempre ha sido la agenda dominante en la Argentina y algunos, los más ingenuos, creen que esa agenda está dada por la naturaleza del ser humano, por lo que cuanto menos se la respete, se es menos profesional. No es magia, ni es un secreto, ni es invisible: la agenda mediática es de derecha porque está condicionada por las empresas de medios (cuya propiedad es cada vez más concentrada) y por las pautas de publicidad que tienen criterios esencialmente conservadores.

Se habló mucho de la brecha. El que inventó el término, inventó la brecha. Es lo que pasa con los medios donde lo real se dibuja y desdibuja con lo virtual. La idea de la brecha provino del periodista emblema del Grupo Clarín. Porque la idea de la brecha, esencialmente autoritaria, forma parte de la agenda de la derecha. El periodista que lo inventó es de derecha, no es “independiente”, y el que lo diga no está abriendo una brecha, está diciendo lo que piensa.

La “brecha” no se produce cuando se critica desde una voz diferente, sino cuando se apaga esa voz, cuando se cierra un medio crítico o cuando se despide a un periodista que tiene voz propia, como sucede con Víctor Hugo Morales.

El que inventó la brecha decía que la habían generado los que criticaban al grupo Clarín. Pero los que criticaban en ese momento la existencia del monopolio informático, nunca pidieron que el gobierno kirchnerista cerrara ninguno de los medios del Grupo. Podrán buscar en los archivos de 6,7,8 o del programa de Víctor Hugo Morales o de cualquiera de los programas que los criticaban y van a encontrar muchos argumentos y críticas, pero ni uno solo que pidiera el cierre de ningún medio o el despido de algún periodista.

Lo que se planteó fue que desmonopolizara, que no hubiera posición dominante en el ámbito de la información. En cambio, los que sí están cerrando medios y acallando voces críticas como la de Víctor Hugo Morales son los que defendían al Grupo Clarín, diciendo que lo hacían en defensa de su fuente de trabajo (se concedió una cautelar con esa excusa mentirosa) y de la libertad de expresión. Los mismos que defendieron a una corporación mediática monopólica en nombre de la libertad de expresión, ahora piden y consienten el cierre de programas y el despido de periodistas que critican a esa corporación.

De esta manera, el resguardo de la libertad de expresión estaría en defender al monopolio y echar o callar a quienes los critican, porque la agenda hegemónica no tolera ser criticada. Hay una construcción virtual de la credibilidad que, por su fragilidad, se resquebraja cuando se la cuestiona. En las economías emergentes, con capitalistas primitivos que han llevado a la ruina a sus países, como ya sucedió en la Argentina, la construcción, también primitiva, de la agenda mediática hegemónica se basa en su incuestionabilidad: es seria porque es incuestionable.

El autoritarismo de esa construcción reside en que hasta lo incuestionable se puede cuestionar, por lo cual una agenda incuestionable sólo puede seguir siéndolo acallando a quienes la cuestionan. Es una concepción autoritaria que surge como sucedánea de los paradigmas informáticos más duros que regían durante la dictadura: una autocensura basada en un miedo subterráneo, que descalificaba a cualquiera que hablara sin miedo, criticando a la dictadura, con lo cual ponía a todos en riesgo y desnudaba vergonzosamente sus miedos. Durante la dictadura, la agenda hegemónica se generaba desde el terror. En democracia, los protagonistas son más o menos los mismos y esa agenda se ha construido a partir del poder económico de grupos mediáticos concentrados y el ahogo de las pautas publicitarias a los medios críticos.

En vez de agendas únicas incuestionables, la democracia tiene que apostar por la diversidad. Por lo general, las grandes empresas de medios, además de su poder individual, tienden a expresarse en forma corporativa y por lo tanto ofrecen sólo la mirada de la realidad que les interesa. En esa uniformidad reside su fuerza y vulnerabilidad al mismo tiempo y es lo que explica la embestida del nuevo gobierno conservador contra la ley de medios, la Afsca, los programas que han cerrado y los periodistas que han sido despedidos. Es un ataque desde esa uniformidad contra la diversidad o desde el deseo de imponer una mirada única en contra del pluralismo que representa Víctor Hugo Morales por su discurso disidente.

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