EL PAíS › OPINIóN
› Por José Pablo Feinmann
Otra vez en el lado incómodo de la realidad. Otra vez en la vereda de enfrente. Aunque nunca estuvimos realmente en ninguna vereda, porque creemos que un verdadero intelectual tiene que caminar siempre sobre la cuerda estrecha y floja de la disidencia, pusimos los pies en el plato del gobierno kirchnerista, con acuerdos y desacuerdos, por el horror que veíamos enfrente. Esto nunca pudo ser comprendido por un periodismo aliado al poder real, beligerante, reduccionista y mal hablado, que redujo la entera realidad a la antinomia K-antiK. Este discurso fue tomado por los trolls de las redes sociales en el modo del agravio, de lo soez, de lo inmediatista, del todo vale, del igual “lo mismo un burro que un gran profesor”. Nadie de los tantos que me agraviaron durante estos años sabe mínimamente quién soy yo, cuál es mi trayectoria en la cultura argentina, los libros que escribí, los cuarenta y pico de libros. Les basta un fragmento malignamente recortado de algún reportaje y ubicado como copete para condenarme. Aquí, en medio de esta batalla de odio, nadie te lee, nadie se pregunta quién sos, qué hiciste, si se proponen insultarte.
Querido Víctor Hugo, sos un valiente. Vi la forma en que te echaron de esa radio. Vi a un tilingo que desconozo con qué derecho te discutía y te enrostraba tu despido, tu expulsión de esa radio que era tuya por prepotencia de trabajo, por usar una expresión del querido Roberto Arlt, que también sufrió el agravio, el desdén de los poderosos, de los que naturalmente se creen los dueños de la Argentina.
Estamos atónitos ante esto. No lo esperábamos. Creíamos que un gobierno de una derecha moderada podía persistir democráticamente en una Argentina. Estábamos, incluso, algo cansados. Con ganas de consagrarnos a los últimos libros (algunos de los mejores, ojalá) que nos quedan por escribir. Aunque todos los escritores sabemos que vamos a morir sin haber escrito nuestro mejor libro.
La gente te quiere. Estás en el corazón del pueblo simple, que te da su amor sin pedir nada. Algo que lo vuelve complejo, único. Ganaste ese corazón cuando cantaste el gol de Maradona contra los ingleses. Sos tan formidable relator, tan bien sabés ver un partido, que vos viste –¡el que más la vio!– la mano de Maradona. Y la relataste. Dijiste: “¡Mano, mano de Diego!”. Y no bien lo viste al Diego correr hacia el centro de la cancha y al árbitro otorgar el gol, dijiste: “Sí, fue mano de Diego. Pero en este partido y contra los ingleses... ¡¡¡gol!!! ¡¡¡gol argentino!!!” Y hubo algo en la pasión, el tono, en la honda certeza con gritaste ¡¡¡gol argentino!!! que te hizo argentino para siempre. Vos sos argentino, Víctor Hugo. Que nadie te quiera callar con eso de que viniste del Uruguay. Uno es de la patria que pasionalmente elige. De la patria que defiende. Y está lleno de mala gente que nació aquí y ha vivido traficando este pobre país. Además, tu destreza para el lenguaje polémico, tu arsenal de conceptos para las polémicas, tu convicción, tu certeza de las cosas verdaderas y de las que no lo son ni serán, barre con cualquier torpe balbuceante que se te ponga enfrente. Si hoy te prohíben –y vos lo sabés– es porque tu inteligencia los cuestiona y los agrede. A mí me llena de orgullo, de alegría. Siempre admiré a los tipos inteligentes. Y si tienen coraje y se la juegan, mucho más. Un abrazo, querido amigo. Suerte. No te caigas. Este país necesita argentinos como vos.
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