EL PAíS › OPINION > ANTE LA VISITA DE MACRI AL VATICANO
› Por Washington Uranga
Mauricio Macri será recibido el sábado 27 de febrero en el Vaticano por el papa Francisco, en el primer encuentro desde que el Presidente asumió. Macri y Bergoglio son viejos conocidos y se cruzaron varias veces en el tiempo en que coincidieron en Buenos Aires, el primero como jefe de Gobierno y el actual pontífice como arzobispo de la capital.
Al anunciar la entrevista la canciller Susana Malcorra fue precisa al definir la relación en términos “protocolares” refiriéndose al Papa como un “jefe de Estado”. La declaración siguió la línea del PRO que busca diferenciarse del gobierno anterior. Cristina Fernández se reunió siete veces con el Papa en poco más de dos años, la última vez en Cuba en septiembre. Todos los encuentros estuvieron rodeados de inocultables gestos mutuos de cercanía. En cambio, se estima que la reunión del sábado transitará por sendas más bien formales aunque no exentas de cordialidad.
Hay antecedentes recientes que avalan esa presunción. En la Casa Rosada todavía se vive con recelo que el Papa no haya saludado con mayor entusiasmo la llegada de Macri al gobierno y las explicaciones protocolares brindadas por la Conferencia Episcopal no resultaron suficientes para calmar el malhumor oficial. Tampoco ayudó que Francisco haya designado al nuncio apostólico en Paraguay, Eliseo Ariotti, para representarlo en los actos de asunción presidencial. En el PRO habrían deseado que el delegado fuese una autoridad más encumbrada.
No obstante, desde la Cancillería se comenzó a trabajar de inmediato en búsqueda de una audiencia oficial. Para entonces la canciller Malcorra seguía esgrimiendo argumentos para explicar las diferencias de trato entre la presidenta saliente y el Presidente entrante. “Con el Papa tenemos una agenda rica en sustancia, no en fotos para las revistas del corazón”, dijo entonces la ministra. En esas ocasiones también se alzaron algunas voces desde el catolicismo para señalar que el Papa “desperdició una oportunidad” de hacer un gesto hacia Macri. Varios de estos ocasionales críticos habían sido hasta entonces firmes defensores de Bergoglio, pero ahora se mostraron decepcionados por lo que consideraron un “desaire” papal hacia el nuevo presidente, optaron por su costado macrista y eligieron el reproche al pontífice.
Mientras tanto, Macri designó en la Secretaría de Culto a Santiago de Estrada, un viejo conocido de la Iglesia, hombre de ideas conservadoras y un pasado emparentado con las dictaduras militares en cuyos gobiernos prestó funciones. Aunque el encargado de las relaciones con la Iglesia en el país no puede catalogarse como una persona cercana al pensamiento que Francisco recita hoy por todo el mundo, fiel a su tarea diplomática la canciller Malcorra siguió diciendo “el Papa fijó una agenda que está muy, muy cercana a la del Presidente” y que, por este motivo, ambos conversarán sobre “pobreza, cambio climático y la crisis de los refugiados”.
Es cierto también que cuando la ministra hizo estas declaraciones Milagro Sala todavía no estaba detenida en Jujuy y el Papa no había producido el significativo gesto de enviarle un rosario bendecido utilizando como mensajero a Enrique Palmeyro, un colaborador próximo al pontífice que trabajó en Scholas Ocurrentes. “Le transmití al Papa el pedido de oración por la situación de Milagro Sala y el saludo del movimiento; y él me entrego el rosario bendecido para ella”, explicó Palmeyro. Para rematar agregó que el Papa “está muy preocupado” por su detención.
Jorge Lozano, el obispo presidente de la Pastoral Social, si bien trató de generar un hecho en la misma línea, se esmeró sin embargo en negar su condición de “mediador” para obtener la libertad de Milagro Sala y en todo momento se presentó apenas como un “facilitador” del diálogo entre el Gobierno y la Tupac Amaru. Lozano, que fue auxiliar de Bergoglio en Buenos Aires, sigue el estilo que el propio Bergoglio tenía en el arzobispado porteño y que sin duda era mucho menos audaz y comprometido que el que ahora tiene Francisco como pontífice.
En los pasillos de la Cancillería se maldecía hasta en latín comentando el regalo papal a Milagro Sala. Como es lógico no hubo desde allí una reacción formal ante el hecho. Pero la vicepresidenta Gabriela Michetti fue la encargada de salir a cruzar a Bergoglio: “Calculo que considera a Sala como una dirigente social que se ha dedicado a trabajar por la gente más humilde. Lo que pasa es que cuando una sabe que está rodeada de sospechas de cuestiones más complicadas, también tiene que pensar que es una cuestión más controvertida”. Elisa Carrió fue más allá: “No voy a Roma”, dijo. Nadie confirmó tampoco que hubiera sido invitada. Y para aclarar su concepto remató diciendo que “creo en los obispos de Argentina ya no en el Papa”. La esperanza de Carrió coincide curiosamente con la opinión que tienen muchos católicos progresistas sobre la jerarquía eclesiástica y que, desde la vereda opuesta, sostienen que los obispos argentinos siguen anclados en el pasado y sin entender lo que hoy está planteando Bergoglio desde Roma.
El obispo Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica Argentina y quizás el vocero oficioso más autorizado de Francisco en la Argentina, criticó desde las páginas de La Nación a quienes “suponen que todo lo que dice o hace el Papa tiene un mensaje meticulosamente pensado para la política argentina”. Señalando que lo anterior “es lo que se manifiesta en las furiosas reacciones ante el gesto del Papa al mandar un rosario a Milagro Sala”. Agrega como explicación que la dirigente jujeña le escribió una carta al Papa y que Francisco, en lugar de responderle, “optó por mandar solo un rosario, que es un instrumento para orar, sin decir más palabras que implicaran emitir una opinión o interferir en un proceso judicial que no deja de ser formalmente dudoso en su gestación”.
En general los obispos se empeñan en señalar que no hacen política. “Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que estas medidas solucionan verdaderamente los problemas”, dijo el Papa desde México después de conocer los dichos de Michetti y de Carrió. Seguramente los intérpretes vaticanos afirmarán que no existe relación alguna entre una cuestión y la otra.
Aunque no se mencione a Sala en la entrevista protocolar entre el Presidente y el jefe de Estado del Vaticano, la situación de la dirigente jujeña estará presente en el ambiente de la reunión. Para colmo Macri decidió politizar el encuentro sumando a su comitiva oficial a Roma a los gobernadores peronistas Juan Urtubey (Salta) y Rosana Bertone (Tierra del Fuego), disidentes ambos del Frente para la Victoria. Los medios hoy oficialistas y ayer opositores habían criticado severamente a la ex presidenta Cristina Fernández por “politizar” sus encuentros con el Papa integrando en su comitiva a funcionarios y militantes de La Cámpora.
La comparación es inevitable. La cordialidad hacia Cristina Fernández y la austeridad formal con Macri saltan a la vista. Desde la Casa Rosada se insiste en la “formalidad protocolar” de la relación, como modo de disimular el malestar que también cala en muchos obispos argentinos que preferirían de Bergoglio un trato más cercano hacia Macri. Es decir, el mismo que ellos le dispensan al Presidente.
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