EL PAíS › OPINIóN
› Por Sergio Zabalza *
Hace pocos días, en el marco del festival Time Warp de música electrónica celebrado en costa Salguero, cinco jóvenes perdieron la vida mientras que otros, en grave estado, permanecen internados en diferentes hospitales de esta ciudad. Se dice que la causa de los decesos se debió a la ingesta de pastillas, la falta de agua, el calor producido por el hacinamiento y la escasez de aire. Un análisis apenas más ambicioso bien podría agregar la negligencia de las autoridades para controlar el normal suministro de agua; una política en salud y seguridad tan ineficaz como perversa; y un mandato social refractario a los más elementales hábitos de autopreservación y cuidado de sí.
Las denominadas drogas de diseño forman parte del paisaje propio de las fiestas de música tecno, en general frecuentadas por jóvenes de un nivel medio para arriba. Esto es: no se trata de una población afectada por la marginación económica sino por una muy diferente amenaza de exclusión impuesta por la exigencia de rendimiento, éxito y felicidad que distingue a nuestra época. Un imperativo cuya violencia hace que algunos chicos, tras relatar durante su sesión alguna situación frustrante en el trabajo o en el estudio, digan para aliviarse: “Pero este finde me voy a una fiesta con mis amigos y me pienso drogar todo lo que se me dé la gana”. De esta manera se hace presente una paradoja, se consume droga para aliviar la exigencia de estar siempre bien. De hecho: ¡Vamos a descontrolar!, exclaman los jóvenes y la pregunta sería: ¿Qué es lo que está tan controlado que necesitamos una sustancia para aliviarnos?
El consumo de drogas deriva del cruel y exigente imperativo propio del “Uno solo”1 que Jacques Alain Miller menciona para hacer referencia al goce radicalmente autoerótico. De hecho, la propuesta estética de la música tecno: ese pum, pum, uno, uno, que golpea en el cuerpo como un mantra a lo largo de la noche, conforma un ritmo que invita a centrarse en la propia percepción. Una suerte de éxtasis cuyo efecto de empatía con el entorno no hace más que acallar la diferencia y el límite que encarnan tanto el semejante como las posibilidades del propio cuerpo. Se trata de un fenómeno de iteración percusiva que no establece lazo; es decir: si la repetición convoca al estribillo en que cantan los nosotros, aquí cada Uno se basta a sí mismo, apoyado en la Uniformización que borra al Otro. Así: no hay historia. Como dice el filósofo ByungChul Han, se trata del tiempo atomizado, en el que “No hay nada que ligue los acontecimientos entre ellos generando una relación”2.
Cruel condición de nuestra época: el plus de goce tecno –sumado a un estado ausente– te arrebatan los más caros elementos que necesita el cuerpo: en este caso no sólo el agua y el aire, sino también el tiempo histórico. En efecto, la exigencia sin sentido de satisfacción inmediata puede borrar el tiempo subjetivo y también terminar con la vida de las personas.
* Psicoanalista.
1 Jacques Alain Miller, contratapa de Jacques Lacan, El Seminario: Libro 19 “, ...ou pire”, Buenos Aires Paidós. 2012.
2 ByungChul Han, “El aroma del tiempo”, Buenos Aires, Herder, 2015, p. 37.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux