Mar 21.06.2016

EL PAíS  › OPINIóN

Tesoro perdido

› Por Diego Tatián *

Aunque la escribió durante la Guerra, Camus publicó La peste en 1947. Relato alegórico pero esquivo a lecturas lineales, renueva su sentido siempre que se abaten sobre los pueblos situaciones de adversidad colectiva. Releer La peste en estos días aciagos de raro invierno se impone. En el menudeo de los seres por las horas oscuras, la epidemia revela siempre quién es quién. Libro de advertencia, por extraño sortilegio es evocado por la comprensión del mundo una vez más a destiempo, cuando lo que nunca dejó de estar ahí a la espera de su oportunidad irrumpe otra vez en las vidas para desquiciarlas. Cuando así sucede, la memoria indica el rumbo con símbolos que atesoró y resguardó como frutos exóticos de mundos extintos.

El rostro diáfano y sereno de una persona honesta en el sentido más hondo que pueda serle adjudicado a esta palabra creo haberlo visto, al menos en esa hondura, solo una vez, hace cuatro años, en un sencillo departamento de Caballito. Allí mismo acaba de morir don Ricardo Obregón Cano con 99 años de edad, dejándonos por tarea su tranquilo, ininterrumpido y lúcido anhelo de justicia. Una reseña de su intensa vida política importa ahora menos que la responsabilidad de una herencia: la confianza en la política como instrumento de transformación al servicio de los sectores populares. Y también una sabiduría de la adversidad, que hace posible la confianza en la acción colectiva.

Extraordinario orador, los discursos de Obregón se cuentan entre las grandes piezas oratorias de la política argentina; el que pronunció ante la legislatura el 25 de mayo de 1973 al asumir como gobernador de la provincia estuvo acompañado por la memoria de viejas luchas sociales, ahora confluyentes, del peronismo revolucionario y el sindicalismo combativo, y por el espectro de Trelew: “contemplo en este recinto el rostro de muchos combatientes de la causa popular… pero no puedo ocultar que muchas ausencias me llenan de honda congoja”.

Seguramente, Obregón Cano se lleva consigo para siempre un secreto cuya revelación no supimos obtener; nos queda su símbolo, como ofrenda de la historia derrotada a las generaciones por venir. Su obra política es nuestro tesoro perdido, que sin haber casi entrevisto más que por un instante breve, continuamos buscando en el desierto. Ojalá seamos finalmente capaces de ser tocados por el fulgor repentino de esos 9 meses misteriosos para Córdoba –se interrumpieron con un golpe policial el 27 de febrero de 1974 y comenzaba, otra vez, la peste–, aún por desentrañar.

* Doctor en Filosofía, Universidad Nacional de Córdoba.

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