EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Hay algo que ya no requiere de comprobación en torno de ciertas consecuencias del caso López, porque las pruebas quedarían tan a la vista como la plata que intentó ocultar. Vayamos por partes de menor a mayor.
Sigue en duda cuáles serán los efectos políticos concretos de lo que Edgardo Mocca bien definió, entre otros señalamientos, como corrupción más show. En el kirchnerismo, dirigencial y parlamentariamente expresado, se profundizan unas deserciones que en realidad venían asomando antes de las andanzas en el monasterio. La historia peronista abunda en ejemplos reveladores de que la potencia de ese movimiento tiene serios problemas para funcionar sin una jefatura contundente, porque en esencia se trata de una máquina habituada al ejercicio del poder y éste, ya se sabe, es impracticable o defectuoso si hay carencia del liderazgo firme. En todo caso pueden suceder críticas internas, discurridas en voz baja; o producción de fugas que, si es por el peronismo, nunca terminaron en final feliz. Kirchner y Cristina podrán haber sido una anomalía inesperada tras la crisis de comienzos de siglo, pero ni sacaron los pies del plato territorial peronista ni quienes en él se atragantaron con ambos fueron capaces de cuestionar su soberanía. Durante el segundo mandato de ella, y en particular desde 2013, arreciaron los cuestionamientos intestinos por las formas de gobernar. Sin embargo, fieles al estilo de no ir jamás al choque contra la punta de la pirámide, nada salió a la superficie explícita. Acontecida la derrota electoral, sobrevino un pase de facturas cuya intensidad preanunció lo que hoy ocurre. Y es que, fundamentalmente en el tramo entre primera y segunda vuelta, cuando la militancia de abajo y la energía de tanta gente suelta resultó conmovedora, quedó (o pareció quedar) claro que era una elección ganable para el kirchnerismo; que fueron más los errores propios que las virtudes ajenas; que unos ajustes sobre la marcha hubieran alcanzado para evitar el triunfo macrista, así fuera por el mismo pelito con que ganó la derecha. Es probable que ese convencimiento o esa presunción jueguen un papel importante en los pases de cuentas que hoy se observan, sumado a que Cristina no reasume formalmente la dirección del sector y a que la ofensiva mediático-judicial es tremenda. Cabe hacer diferencias, aunque no sea lo sustancial. Los diputados del Movimiento Evita que se fueron del bloque no lo hicieron precisamente en el momento más adecuado, y renuevan el debate acerca de si las bancas pertenecen a las personas o las fuerzas por las cuales llegaron a ocuparlas. Pero quienes fugaron no son lo mismo que José Alperovich y otros tantos que, alegre y hasta despectivamente, dicen hoy que el kirchnerismo se terminó, sacando un pecho que bien se guardaron cuando las papas no quemaban. Aquéllos representantes abandonaron el Frente para la Victoria por entender que, aun cuando no se tenga nada contra Julio de Vido, las cosas no están –López mediante– para entrar en polémica parlamentaria sobre protección de fueros. Y eso es tan cierto como que el ejemplo es aleatorio. Lo que pretende significarse es que hay gente yéndose del kirchnerismo, y alguna muy valiosa, que no se iría si hubiera conducción política. No hay nadie que la contenga, más allá del juicio que merezcan sus actitudes.
Con el FpV en esa catarsis que lo arrincona, defendiéndose mal del enseñoreo macrista, la alianza Cambiemos tampoco las tiene todas consigo aunque parezca lo contrario. Observado otrora como alguien incapaz de construir a largo plazo una fuerza con volumen de disputa por el poder, Sergio Massa afloraría hoy como el tributario de un kirchnerismo en retirada y de un Gobierno que más se basa en la impresión popular por la corrupción K –con López como ícono– que en función de la confianza despertada por sus medidas. En un aspecto, eso le gusta poco al macrismo gubernativo. Les gusta a sus agentes mediáticos, que representan el interés de que toda la dirigencia política sea estimada como una basura incorregible para, de vuelta, otra vez de vuelta, confiar en el paradigma del gran empresariado. Los gobiernos pasan pero los negocios quedan. Así, una cosa es la patronal en cuyo nombre de clase se gobierna y, otra, el hedonismo del Mundo PRO, que necesita convencer políticamente para conservar el poder, no pasar papelones, demostrar que son gerentes sensibles y eficaces para mejorarle la vida a la gente. Y eso es lo que está lejos de pasar. Lo que pasa es López, no que la economía está bárbara o con buenas expectativas: ni en lo macro, ni en el andar cotidiano de lo que sale ir a la verdulería o el miedo a perder el trabajo. La síntesis de esa contradicción, por definirlo de alguna manera, es un escenario político de salida indescifrable (o ése podría ser el adjetivo más apto). El kirchnerismo está groggy como representación política, pero se supone que sus conquistas materiales continúan latentes por aquello de que López no reemplaza a que las mayorías vivían mejor hasta diciembre del año pasado. El macrismo –ese “ismo” merece ser puesto en interrogante grave porque, como cuando Menem, a nadie le gusta ser identificado con semejante falta de épica– cuenta con lo que le falta a los demás mucho antes que con lo que le sobra. Y los demás, como Massa, van mordiendo de lo que resulta de esa decepción e incertidumbre masivas, pero no pintan como edificadores de algo convocante o meramente superador de las elecciones de medio término en 2017. Es un galimatías despejar el horizonte, como no sea que, a río revuelto por la crisis de representatividad política, ganancia de los pescadores que después terminan en los Trump, los Macri, los Brexit, las xenofobias, los Capitán América del libre mercado, los supuestos outsiders que inevitablemente acaban jugando para los sistemas de exclusión social.
También sigue en duda hasta dónde llegará esta pretendida mani pulite que por ahora va en una única dirección y que en algunos sectores del Gobierno abre signos interrogativos sobre sus efectos finales. De hecho, los efluvios del caso Báez, conocidos como la ruta del dinero K, venían sufriendo merma periodística al advertirse que el trayecto podía y puede picar muy cerca del elenco gubernamental. Pero lo de López rehabilitó la sed de venganza y ya no transcurre día, como ocurrió la semana pasada, sin que se produzca alguna arremetida judicial, sea técnicamente seria o más bien ridícula. Los medios andan de festín y de paso relegan que no hay ni lluvia de inversiones, ni despegue económico paulatino ni nada que se le parezca. Ningún índice se presenta alentador, porque incluso el retroceso inflacionario tiene su causa en la recesión a que dio lugar la pérdida masiva del poder adquisitivo. Lo único que mejoró fue el intercambio comercial de mayo, de la mano de los precios agrícolas pero reflejando un proceso reprimarizador de las ventas externas porque caen a su vez las exportaciones industriales. Sólo crece el agro, dicho en otros términos, por obra de las desregulaciones. Con eso no alcanza. El informe del Instituto de Trabajo y Economía (ITE), de la Fundación Germán Abdala, repara en que ese impulso del agro tenderá a extinguirse hacia el segundo semestre y que el consumo asalariado podría presentar una tenue recuperación hacia fin de año, vinculada a mayores ingresos por paritarias y una desacelaración de las tasas inflacionarias. Pero será difícil, como señala el documento, que en este nuevo esquema económico el poder adquisitivo de los trabajadores recupere los valores que presentaba a mediados del año pasado. También se conocieron los datos del Indec, que contabilizan una suba de más de 16 mil millones de dólares de la deuda externa, sólo entre enero y marzo últimos, pero sin contar la emisión de bonos por otros 16.500 millones para pagarles a los buitres. Este nuevo ciclo de endeudamiento masivo es posible porque Cambiemos recibió al país en muy buenas condiciones del frente externo de su economía, con el pequeño detalle de que ahora se reinicia la lógica que nos condujo al desastre de 2001. Todo lo que entra es capital especulativo y el programa oficial se reduce a achicar el costo salarial en dólares, que es el objetivo primero y último.
La pregunta que sigue cayendo por su propio peso es si el Gobierno conseguirá administrar las condiciones políticas para que el cuerpo social acepte este contrato de ajuste, sólo enfocado del medio hacia abajo. Y es en ese punto cuando, al menos por el momento y con visos de permanecer y hasta incrementarse, influye pensar el pasado reciente como sólo delictivo. Construir esa subjetividad, conduciéndola desde el aparato mediático y judicial, es indispensable para la derecha gobernante. Todo poder, de cualquier tiempo y lugar, necesita ayudarse de un relato. Y si hubo el K, basado en la reparación de las mayorías, el M se vale, por más increíble que parezca, de la lucha contra la corrupción (solamente la anterior, se sobreentiende).
Más luego, y es en esto cuando no parecen quedar dudas: si por cada corrupto real o inventado que aparece se incrementa la gente dispuesta a aceptar el cualunquismo y a renunciar a derechos sociales que, como se ve, no estaban conquistados para siempre, habrán ganado.
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