EL PAíS › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
El cambalache discepoleano en que se encuentra el fútbol argentino –y en parte del mundo también– y no solamente el juego, hace que nada de lo supuestamente inesperado se convierta en casi esperable. Desde una supuesta bomba en la casa de la Asociación del Fútbol Argentino, hasta la final perdida contra la Selección Chilena, pasando por la aparente renuncia del mejor de todos, Lionel Messi, a la Selección Argentina, todo, inclusive el desmadre institucional en que la AFA no encuentra callejones ni salidas, se emparenta en el “todos revolcaos”, que el creador de “Mordisquito” puntualizaba setenta décadas atrás.
Había un atisbo de ilusión de buen juego para el partido con Chile después de la semifinal contra los estadounidenses, en la que el equipo nacional, si bien contra una Selección sin demasiada jerarquía, mostró lo mejor de su fútbol de los últimos años.
Y súbitamente –o quizá no tan súbitamente– el montón de opinólogos que preanunciaban éxitos y fiesta para la noche del domingo, ya en la madrugada del lunes comenzaron a afilar sus colmillos para destrozar lo que horas antes habían elogiado. Todo por culpa de los resultadistas.
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