EL PAíS › OPINIóN
› Por Alejandro Slokar *
Si no se quiere mutilar arbitrariamente la historia es necesario precisar que el ingreso formal a nuestra independencia tuvo lugar hace dos siglos pero recién sucedió un día como hoy, 19 de julio. Es un momento fundacional de la emancipación. Nada de folklore vacío ni de evocación aburrida. En lugar de un momento más de las efemérides, el día de la plena independencia recordado como corresponde: a la luz de una mirada un poco más aguda. De otro modo, como diría el inolvidable Arturo Jauretche, alguien estaría usando a la historia para diseñar una política de ocultamiento.
Diez días después del 9 de julio de 1816, el abogado porteño Pedro Medrano, diputado elegido por Buenos Aires para el Congreso de Tucumán, donde fue su primer presidente, propuso hacerle un agregado al acta de la independencia. Tras el compromiso de emanciparse “de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli”, sugirió añadir “y de toda otra dominación extranjera”. El propósito era bloquear las opciones que se contemplaban en aquel momento, por las que se pretendía ofertar nuestro destino a algún otro poder distinto al del rey Fernando VII.
Lo cierto es que fue José de San Martín quien, empeñado en la lucha contra el colonialismo, urgía a terminar definitivamente con el vínculo respecto de cualquier dependencia a la vez que pugnaba por imprimirle un carácter verdaderamente continental a la tarea revolucionaria. Esto es: no se trataba sólo de abatir la dominación colonial sino de establecer un nuevo orden social con proyección americana.
En esta empresa no estaba solo. Entre otros patriotas lo secundó Bernardo de Monteagudo, quien curiosamente también goza de tanto olvido como la pugna por enmendar y ampliar el alcance del acta del Congreso de Tucumán. Andante de la Patria Grande hasta su malogrado final en 1825, Monteagudo entre otras funciones ejerció el periodismo doctrinario, a través de su vehemente pluma en La Gazeta o en su periódico Mártir o libre. Entendía la libertad política como independencia de la Nación y la civil como la libertad del ciudadano. Y en uno de sus artículos decía: “Cuando un pueblo ha llegado a establecer un gobierno propio, como ha sucedido ya felizmente entre nosotros, su libertad estriba casi enteramente en el manejo de los jueces”. Expresaba también: “La libertad civil a cada paso es atacada por la administración judicial si los jueces son corrompidos y el ciudadano en cada momento de su vida puede perder sus bienes y su honor; puede, en fin, ser arrastrado a un cadalso infame por la violencia de un magistrado prevaricador ... Oidores ignorantes, enviados de la Península a hacer fortuna privada a expensas de la misma justicia, eran los administradores de la ley, o por mejor decir eran la ley en aquellos tiempos lamentables. Su prostitución los había elevado a sus cargos y ella sola los sostenía”.
Tanto el agregado contra cualquier forma de subordinación como las denuncias del polígrafo jacobino nos llegan del pasado. Quien quiera recuperar las enseñanzas de Benedetto Croce caerá en la cuenta de que toda historia es historia contemporánea. Por lejanos que puedan parecer los hechos, siempre vibran en relación con las necesidades actuales y con la situación presente.
* Profesor titular UBA/UNLP.
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