EL PAíS › ALEGATOS FINALES Y VEREDICTO PARA LA MEGACAUSA DE DERECHOS HUMANOS LA PERLA
Menéndez, Barreiro y otros 45 acusados recibirán condenas el 25 de este mes. Así se cierran casi cuatro años de juicio con 350 audiencias y 581 testimonios que llegaron al horror insoportable.
› Por Marta Platía
El juez Jaime Díaz Gavier, presidente del Tribunal Oral Federal N°1, anunció esta semana que el veredicto del juicio más extenso de la historia judicial del país “se leerá el 25 de agosto a partir de las once horas”. Ese día el ex general Luciano Benjamín Menéndez, que el 19 de junio cumplió sus 89 años, podría marcar otro récord de condenas a perpetua: está será la número doce para “el Cachorro” o “La Hiena”, un “duro” que asoló diez provincias del centro y norte del país durante la dictadura. Menéndez, quien ahora asiste con llamativos guantes de cuero negro a las audiencias, sumará así un total de catorce, ya que tiene otras dos de veinte años.
El juicio comenzó el 4 de diciembre de 2012 y ya lleva 350 audiencias, en las que declararon 581 testigos. Arrancó con un total de 58 imputados, de los cuales once murieron durante el proceso. El primer muerto fue Aldo Checchi, un represor que se hacía pasar por ginecólogo para abusar de sus víctimas, que se suicidó de un balazo en un hospital militar 24 horas antes del juicio. El último fue Fernando Andrés Pérez, un ex policía que integró la patota del D2 –la Gestapo cordobesa– y el Comando Libertadores de América, la versión local de la Triple A, y murió sin condena durante la feria judicial.
Así las cosas, en el banquillo de los acusados en el último día, recibirán sus condenas –o absoluciones– Menéndez y 42 de sus “dignos subordinados”, como le gusta llamar a los reos cada vez que toma la palabra, como hará en los próximos días. Está previsto que antes de que los jueces se retiren a deliberar todos tengan derecho a sus últimas palabras. Menéndez hará su acostumbrada diatriba en la que se atribuye, en el último tiempo, nada menos que “haber ganado la Tercera Guerra Mundial” que según su versión comenzó en un pueblito cercano a Carlos Paz, “Icho Cruz, 1959”.
Cada acusado tendrá su oportunidad de hablar y alegar en su favor. Ernesto “el Nabo” Barreiro, uno de los pocos que aún no tienen ninguna condena por delitos de lesa humanidad, volvió a pedir una pantalla con power point para dar la que quizás -y durante mucho tiempo- sea su última, pretendida clase de historia en una sala de audiencias. Es algo de lo que goza en forma habitual desde hace cuatro años, con tono arrogante y falsa erudición.
“Se ha escuchado en todo este tiempo que después de cuarenta años de perpetrados estos crímenes de lesa humanidad, se tiene a estos pobres viejitos encarcelados”, alegó el fiscal Facundo Trotta en oportunidad de una contra réplica que hizo en los últimos días. “Pues bien, estos pobres viejitos, señores jueces, fueron capaces de atrocidades, de crímenes y actos perversos que superan los límites de la imaginación. Fueron capaces de secuestrar al matrimonio Coldman con su hija Marina de 19 años. Los llevaron a La Perla, los torturaron, y les mataron primero a la hija para que sufrieran más. ¡Los mataron dos veces!”, resaltó indignado el fiscal.
Trotta citó en su alegato la nota de este diario, “La estrategia de negar todo” –http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-302185-2016-06-20.html– “porque ya desde el título dio cuenta de cómo los defensores no encontraron otro modo de defensa que negar los crímenes cometidos y hasta utilizar e identificarse con los términos de los acusados. La periodista que ha cubierto la totalidad de este juicio, escribió: ‘En ese punto, cuando nombran a los centros clandestinos, los llaman tal como los designaban los represores en la última dictadura: Lugar de reunión de detenidos. Y cuando los abogados admiten que alguno de sus defendidos estuvo en una sala de tortura, se preguntan ¿Y qué es estar? ¿Se puede culpar a alguien sólo por estar?’ Interrogantes que en este marco, y por su estentórea falacia, avergonzarían a cualquier filósofo que rinda honor a la ética de la duda como herramienta de búsqueda de la verdad”.
El fiscal Trotta dijo ante el Tribunal que, insatisfechos con la laceración de los cuerpos, los ahora “ancianitos” –como suelen nombrarlos quienes se oponen a estos juicios– ejecutaron todo tipo de torturas psicológicas sobre los que llamaban “muertos vivos”. A lo largo de este juicio se escuchó a víctimas como Carlos Pussetto contar cómo el represor Barreiro, hoy de 67 años, lo recibió en La Perla: “Aquí vos no estás detenido ni secuestrado. Estás desaparecido. Vos te moriste esta mañana. Estás muerto, pero estás vivo”.
También recordó la perversa “cena amorosa” que los represores prepararon, “con velas y todo”, en el campo de concentración para los jóvenes prisioneros Andrés “Chacho” Remondegui y Claudia Hunziker. Los cancerberos le encontraron a la chica una carta que ella había escrito a una amiga contando que le gustaba el muchacho. En medio del terror montaron esa escena para divertirse y atormentarlos aún más. Los sobrevivientes, incluido Remondegui, relataron en el juicio cómo la joven lloró toda esa noche, humillada por el sadismo de sus captores.
Los fiscales Virginia Miguel Carmona y Rafael Vehils Ruiz, cada uno a su turno, recordaron lo ocurrido a Gladys Regalado “la sometieron a un violento interrogatorio donde la golpearon en el Campo de La Ribera. Ella aseguró que fue el 28 de junio de 1976. Ella dijo que se acordaba muy bien de esa fecha porque ese día ella iba a casarse. Que los interrogadores luego de apalearla se mofaron y le cantaron la marcha nupcial. Que se burlaron diciéndole ‘mirá de la que te salvamos’. Y que una madrugada de julio fue sometida a un simulacro de fusilamiento. Gladis detalló: ‘Nos pusieron contra un paredón. Alguien gritó ¡Preparen las armas y gatillen!’. Que gatillaron y que las balas pegaron en otros lados. Que sus piernas se aflojaron, que no la sostenían. Que después todos se reían... Señores jueces, estas burlas contra la vida humana, también eran la tortura”.
A la sobreviviente Ana Mohaded, tras otro simulacro, y cuando ella pedía que por favor la maten de una vez, le espetaron “No te va a ser tan fácil morir. Acá decidimos nosotros cuándo se muere”. Otra variante era dejar cuasi destruidos los cuerpos de los que elegían liberar. Tal el caso del sobreviviente Alberto Colasky, secuestrado el 29 de junio de 1977. Lo sometieron a terribles torturas en La Ribera hasta el 5 de septiembre. Su tormento tuvo un atroz “plus” por ser judío. Lo mantenían desnudo y le “practicaban el submarino” (le sumergían la cabeza en agua inmunda) con saña cuando se dieron cuenta de que era epiléptico. Mientras, le gritaban “judío comunista”. También pidió que lo mataran. “Sí que te vamos a matar –le contestaban– pero cuando nosotros querramos”.
Colasky recordaba que se lo “pasaban de uno a otro. Decían, ´ahora hacelo vos, Fogo (por el torturador Ricardo Lardone, uno de los imputados)”. Que un día el Nabo Barreiro lo amenazó con el final: “Ahora sí que te vas al pozo. Se te acabó la vida”. La víctima relató que lo sacaron al patio y le hicieron un simulacro de fusilamiento. “No lo mataron. Pero sí, en cierta forma, a su futuro: se ensañaron tanto con sus órganos genitales que nunca pudo tener hijos. El daño es para siempre”, acusó el fiscal Vehils Ruiz en su alegato.
En el paroxismo, los represores Exequiel “Rulo” Acosta y Luis “cogote de violín” Manzanelli “invitaron a bailar” a sus víctimas en la sala de tortura. La testigo Mirta del Valle Dotti relató, aún espantada, cómo una vez en el campo de tortura y muerte de La Ribera a ella y a la sobreviviente Viviana Allerbon las llevaron para un “interrogatorio”. Que una vez allí les quitaron las vendas y reconocieron a Acosta y Manzanelli. Que las invitaron a bailar con ellos. “¡Fíjense la perversión de lo que ocurría señores jueces!”, dijo el fiscal. “El hecho de que sus verdugos las invitaran a bailar era una situación insólita, insoportable. ¡Las agarraban a golpes y a picana y después pretendían bailar!”
El fiscal memoró que, aún con el terror que tenía, Dotti les dijo: ¡Pero cómo voy a bailar, si mi marido está preso! Y que ellos respondieron que las podrían haber forzado si querían, pero que las iban a dejar ir así a sus celdas sin bailar. La testigo dijo que aparentemente estaban “heridos en su orgullo”. Que las mandaron a la cuadra de nuevo y les prohibieron hablar durante el resto del día con sus compañeras.
Tanto en La Perla como en La Ribera y los demás centros de tortura, los represores se apropiaban del cuerpo de las mujeres y, en muchos casos, simulaban pseudo situaciones “normales” de cortejo, sobre aquellas víctimas a quienes tenían sometidas a la tortura sistemática no sólo física, sino también psicológica. Muchas de ellas, para sobrevivir, escindieron sus mentes de sus cuerpos, como explicó en detalle durante su extenso testimonio la sobreviviente de La Perla Liliana Callizo.
Aterradas por la posibilidad de quedar embarazadas de los torturadores, varias víctimas dejaron de menstruar. El cuerpo se defendió así de las violaciones y ataques permanentes, como testimonió Mónica Leúnda. Si bien al recuperar la libertad ese “escudo corporal” se disolvió en la mayoría de las mujeres, no ocurrió con todas. Mónica nunca pudo tener hijos.
Los hombres también fueron víctimas de los crímenes sexuales. Santiago Amadeo Lucero fue secuestrado en marzo del 1978, y desde La Perla lo llevaron al Campo de La Ribera, donde “le pasaban cuchillos por el pecho, lo golpeaban contra la pared o lo sacaban desnudo a correr por el campo –detalló la fiscal Virginia Miguel Carmona–. Que de regreso en los baños le pusieron un palo de escoba en el ano y trataron de empalarlo”. También le picanearon sus zonas genitales y, por los espasmos de su cuerpo, se le salió la venda y pudo ver a Vergara (el represor Carlos Alberto Vega), ‘Gino’ (Orestes) Padován y Juan XXIII (José Carlos González). Lucero relató que “en un momento yo les pedía que me mataran. Es que entre la tortura y la muerte, prefería la muerte”. La fiscal recordó impactada que el sobreviviente, al final de su testimonio, “le ofrendó una foto” al Tribunal: Señores jueces –dijo– aquella fotografía que prácticamente saqué en la sala de tortura cuando se me salió la venda, se la entregó a ustedes. Ya no me pertenece. Se las dejo a ustedes. Imagínense, señores jueces, simbólicamente lo que esa imagen significaba para la víctima. –la fiscal hizo el gesto de tener una imagen frente a sus ojos– Él tenía tan presente esa imagen que hasta incluso se las ofrendó.
A la víctima Irma Angélica del Valle Casas los represores le prohibieron nombrar a Dios mientras la atormentaban. En el juicio, contó que la picanearon salvajemente, que reconoció “al Nabo Barreiro” y que los torturadores le prohibieron que nombrara a Dios. “Que eso era una blasfemia en sus labios. Que ellos eran católicos y ella comunista y atea... ¡Señores jueces! ¿Qué clase de católicos son los que picanean a una mujer desnuda y atada? ¿De qué catolicismo hablan?”, inquirió furiosa la fiscal.
El nivel de depravación y morbo de los torturadores se comprobó en testimonios que, en varios casos, fueron difíciles de soportar. Uno es el de Osvaldo R, que acababa de cumplir veinte años cuando fue secuestrado en una parada de colectivos en julio de 1976. Lo llevaron a la D2, donde lo patearon, lo picanearon y lo violaron. El hombre contó, acompañado por su hija que lo alentó a que diera testimonio, que luego de apalearlo lo bajaron por unas escaleras, encapuchado, y que fue sometido a “vejámenes sexuales”.
Osvaldo fue el primero de los hombres en lo que va de estos juicios desde 2008 en Córdoba, que denunció con todas las letras que fue violado. A sus 59 años, revivió ante el Tribunal, ante sus amigos y familiares, lo más atroz que le pasó en su vida. “¡No sé por qué a mí! ¡No sé por qué a mí me encapuchan, me hacen eso!” lloró el hombre casi cuatro décadas después. En una sala en la que casi ni se respiraba y en la que trataban de de acompañarlo sin ocasionarle una nueva humillación, Osvaldo acusó: “Miren, eso… a uno le queda toda la vida”. El hombre contó que ni bien lo liberaron sufrió una “regresión”. Que con veinte años se orinaba encima, que no podía dormir de terror y que sus padres volvieron a poner su cama en el cuarto matrimonial “como si fuera un bebé”. Que su papá hasta le cambiaba los pañales.
En su testimonio, la víctima también aludió a la única torturadora que está entre los acusados, Mirta “la Cuca” Antón: “Había una mujer, una de ellos, vestida elegante, que les gritaba: ‘¡Reventalo a este hijo de puta!’ Y yo en ese momento me quedé así” dijo, y señaló su propio cuerpo. “Sordo de un oído, porque me golpeaban mucho” contó, mientras hacía el gesto de pegarse a sí mismo contra ambos costados de su cabeza al mismo tiempo: la seña de la tortura conocida como “el teléfono”.
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