EL PAíS › OPINIóN
› Por Washington Uranga
La marcha que recorrió la ciudad de Buenos Aires desde el Santuario de San Cayetano en Liniers hasta la Plaza de Mayo, reclamando “paz, pan y trabajo” fue el resultado de una conjunción poco común entre lo político y lo religioso sintetizado y entrelazado por la movilización popular. En la cabecera de la marcha se alinearon dirigentes sociales, sindicales y políticos, junto a curas que trabajan en medios populares. Una de las consignas que más se mostró fueron las “tres T” (techo, tierra, trabajo) del papa Francisco. De la misma manera las imágenes del máximo referente del catolicismo se multiplicaron a lo largo de las columnas. En Liniers, en el templo de San Cayetano, el cardenal Mario Poli había leído una carta enviada por el Papa para la ocasión mostrando su preocupación por la desocupación.
Cada quince días y desde hace seis meses el Grupo de Curas en la Opción por los Pobres emite una carta dirigida a sus feligreses y a la sociedad en la que se brinda información sobre la realidad –con el argumento de superar el “bloqueo informativo”– y se hacen consideraciones políticas sobre todos los aspectos de la realidad del país.
Una pregunta posible: ¿ante la falta de respuestas y alternativas políticas lo religioso se transforma en una especie de “refugio” de la política y de sus actores?
Frente al interrogante seguramente no hay respuestas contundentes o categóricas, por sí o por no. Pero sí cabe plantear algunos elementos que pueden contribuir a la reflexión colectiva.
Lo primero que resulta importante señalar es que estamos hablando de la religión como manifestación de fe popular y no de la institucionalidad religiosa corporizada en las iglesias y en sus instituciones. La fe popular católica que mueve a los peregrinos a San Cayetano desborda la institucionalidad católica expresada en sus ministros, incluidos los obispos. Dicho de otra manera: ni los obispos ni los sacerdotes son voceros de la feligresía que concurre a San Cayetano a expresar sus preocupaciones, exteriorizar sus rezos, pedir trabajo y agradecer por los “favores” recibidos. Estas manifestaciones religiosas tienen su propia dinámica que, si bien no confrontan con la institucionalidad, se sitúan al margen de ella. Por el contrario, la Iglesia institucional y los obispos en particular, son quienes buscan persistentemente presentarse como intérpretes, voceros y representantes de esas corrientes religiosas.
No menos cierto es también que, cuando las estructuras políticas entran en crisis y no logran expresar el sentir de los sectores populares, éstos acuden a la Iglesia institucional buscando afinidades, respaldos, garantías. Y así se producen sociedades como las que históricamente generaron en la Argentina los Curas para el Tercer Mundo, las que ahora expresan los Curas en la Opción por los Pobres, aquellas que en América Latina pusieron en evidencia los distintos representantes de la llamada “teología de la liberación” y la que hoy, en otros términos, expresa el papa Francisco con cuyas posiciones se identifican los migrantes, los pobres, los excluidos y marginados en general.
¿Se puede decir que todas estas son manifestaciones políticas? Sí, en tanto y en cuanto, se entienda la política como construcción colectiva para dar debida respuesta a intereses y necesidades de la mayoría. Podría decirse entonces que el punto de contacto entre política y religión está precisamente en un concepto difícil para las ciencias sociales pero que habitualmente la doctrina católica denomina “el bien común”. ¿Cómo definirlo? Las “tres T” de Francisco garantizadas como condición básica para todos los hombres y mujeres podrían ser el comienzo de una síntesis. Sobre todo si, como se sostiene, las “tres T” están relacionadas con justicia y derechos en todos los órdenes de la vida. El año pasado, hablando en Naciones Unidas, Bergoglio dijo que “los gobernantes han de hacer todo lo posible para que todos puedan tener la misma base material y espiritual para sostener su dignidad y su familia” y que esto está dado por “el techo, el trabajo y la tierra, por la libertad espiritual, religiosa y el derecho a la educación y a todos los otros derechos cívicos”.
Tanto la política como este mensaje religioso que se conecta con lo social tienen en común la superación del individualismo y la construcción de solidaridad entre las personas. ¿La diferencia? La propuesta religiosa busca cargar de sentido (trascendente pero también terrenal) a los actos humanos y, por lo menos en esta versión, no pretende la toma directa del poder, aunque sí incidir en el rumbo de los acontecimientos. En cambio las organizaciones políticas si bien pueden inspirarse en principios similares tienen como propósito acceder al poder para cumplir con tales objetivos.
En muchos sentidos una mirada de lo religioso centrada en el hombre y en su dignidad no puede apartarse de la acción política y, como lo han sostenido reiteradamente los teólogos latinoamericanos de la liberación pero también el magisterio social católico, religión y política se entrecruzan y se alimentan mutuamente. América Latina está plagada de ejemplos de militantes políticos que llegaron incluso a posiciones muy radicalizadas a partir de su compromiso religioso, de su fe.
La mirada a la historia también pone de manifiesto por lo menos dos cuestiones (entre otras): cuando se profundiza la crisis política, de propuestas y de liderazgo, el espacio religioso aparece como sustitutivo y como refugio para la acción. Porque carga de sentido a las reivindicaciones, porque permite superar el individualismo y porque, dado que no pretende el acceso al poder de manera directa, puede contener las demandas y expresarlas sin generar los inevitables enfrentamientos que produce discutir estrategia y táctica para la política coyuntural.
¿Está mal? Nada indica que así sea. Pero también las experiencias que intentaron –por ejemplo a través de las distintas versiones democristianas– trasladar los postulados religiosos a la política demostraron en la gran mayoría de los casos la inviabilidad de tales propuestas, fundamentalmente porque la institucionalidad religiosa (sea católica o de otras confesiones) termina imponiéndose por encima del poder político y estableciendo normas que avasallan la libertad de quienes piensan diferente.
Por distintas vías en la Argentina de hoy se visualiza el espacio de lo religioso como un ámbito propicio a la resistencia y a la promoción de derechos. Es a la vez un recurso, un refugio, una alternativa pero también una clara manifestación de la crisis que atraviesa la política. Lo mismo ocurre con los liderazgos. Por eso Francisco, viviendo lejos de la Argentina, se transforma en referencia política obligada a partir de su magisterio religioso. Lo mismo podría ocurrir con algunos obispos argentinos si fueran capaces de hacerse eco de sus palabras. Sin embargo, ni el Papa ni los curas son ni deben ser una respuesta política, aunque puedan inspirar algunos caminos y facilitar su búsqueda.
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