Lun 22.08.2016

EL PAíS  › OPINIóN

El Foro en el Chaco y una breve reflexión sobre el odio

› Por Mempo Giardinelli

El viernes terminó, en Resistencia, el 21º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura. Un encuentro ya clásico al que asisten escritores y poetas, educadores, promotores, especialistas en mediación lectora y pedagogos de todo el mundo. Este año de una docena de países y de todas las provincias argentinas.

Es sencillo encontrar información y comentarios en las redes sociales y en el Facebook de nuestra Fundación, organizadora de este acontecimiento cultural y educativo del que este año participaron más de 2500 personas durante los debates, y algunos miles más entre abuelas cuentacuentos de varias provincias, alrededor de 40 diálogos de autores en escuelas, y tertulias literarias multitudinarias. Todo eso constituyó, como cada año, a esta ciudad en Capital Nacional de la Lectura.

La conferencia inaugural estuvo a cargo de Tununa Mercado y la de clausura la dictó Tito Cossa. Los debates, extensos, riquísimos y apasionantes, estuvieron a cargo de las narradoras Daniela Palumbo (Italia) y Ye Duoduo (China), el portugués Afonso Cruz, el colombiano Jairo Buitrago y el novelista chino Cun Wenxue, junto con ponentes argentinos como Luisa Valenzuela, Horacio González e Inés Garland, y destacados educadores como Eliseo Valle Aparicio (España), Laura Guerrero Guadarrama (México), María Elvira Charría (Colombia), Miguel Valladares-Llata (director de la biblioteca jeffersoniana de la Universidad de Virginia, Estados Unidos), el ex ministro Daniel Filmus y los rectores Delfina Veiravé (Universidad del Nordeste) y Nicolás Trotta (UMET).

Todo terminó, festivamente, el sábado al mediodía con una mesa de periodistas (Miguel Russo, Carlos Bosch, Natalia Páez y Carlos Aletto) en un contexto entusiasmante y de gran nivel intelectual, que, sin embargo, estuvo a un tris de ensombrecerse cuando algunos pocos asistentes cuestionaron que este congreso, ya entrado en su tercera década, ahora les parecía “un Foro K” por, entre otras cosas, la sobreabundancia de referencias a “todos y todas”.

La sorpresa no fue demasiado grande, y el incidente se superó en un par de minutos con una intervención serena y el aplauso cerrado del auditorio repleto. No obstante lo cual esta columna entiende que quizás el lema de este año (“La lectura como práctica social en emergencia”), más la generalizada referencia al mismo por parte de los ponentes, acaso pudo ser factor de disgusto para esos concurrentes, a los que se respondió con absoluto respeto.

Como sea, ese episodio, observado con posterioridad, permite reflexionar sobre sentimientos que se han instalado en nuestra sociedad y que parecen llevar a una parte de la ciudadanía a cuestionar ideas, interpretaciones y posturas con inusitada dureza. De hecho esta columna suele ser cuestionada, en forma anónima y casi siempre soez, por la supuesta dureza con que trata o se refiere al presidente Macri. Lo que hace pertinente esta reflexión puesto que si bien este columnista no tiene Twitter, sí está al tanto de acusaciones acerca de supuestos odios que impregnarían lo que aquí se escribe.

Es oportuno declarar entonces que si bien es muy grande el desagrado frente a las políticas antinacionales y antipopulares del macrismo -que son casi todas-, no hay en estas columnas una sola idea, consideración o palabra gobernada por sentimientos personales.

El odio, como ya se ha expresado aquí, es un sentimiento menor, innoble y propio de personas mediocres e impotentes. Odiar, por eso mismo, en realidad degrada al que odia, no al odiado. A éste sin dudas lo puede incomodar, e incluso atemorizar, pero es el odiador el que está enfermo, por lo menos de resentimiento.

En estas columnas -y está claro que en el espíritu mismo de este diario- no interesa en lo más mínimo odiar a nadie. El odio no tiene función periodística.

De donde la obsesión esmerilante de los grandes grupos multimediáticos y de algunos colegas que inculcan desde hace años sentimientos mediocres con el puro objeto de manipular a la sociedad -objetivo que, hay que reconocerlo, desdichadamente vienen consiguiendo- sí evidencia cargas larvadas de odio.

La verdad es que la persona del Presidente no tiene la menor importancia y sería inferiorizante odiar a su persona o su investidura. Pero sí corresponde la lectura e interpretación de lo que hace o puede mandar a hacer una persona insensible que es cabeza de una ideología profundamente contraria a los intereses nacionales y populares. Lo ha expresado mejor una distinguida académica universitaria platense en un mail personal: “Los pueblos son los que votan, sí, pero entonces la pregunta que me hago es por qué la señora que limpia en mi casa y ahora tiene una moto, su marido que trabaja en astilleros y le iba mucho mejor de acuerdo a lo que ella contó al volver de sus vacaciones el año pasado, y su suegra que obtuvo la jubilación que ni soñaba tener, votaron a Macri. ¿Qué imaginaron que iba a cambiar cuando un publicista les dijo ‘cambiemos’? ¿Por qué creyeron y algunos todavía siguen creyendo en periodistas que les mienten descaradamente por televisión? ¿Qué es lo que ven, y sobre todo lo que no ven en Mauricio Macri?”

No hay odio, ni debe haberlo, en lo que podría llamarse “nuestro lado”. Eso permite, además, entender y sosegar las expresiones inflamadas e insultos seriales vacíos de ideas y sobrados de resentimiento. Que devienen de las creencias chiquititas que propagandiza la tele y que infortunadamente siguen muchos y muchas personas de buena fe. Ésa es la pobre inocencia de la gente de la que abusan, miserablemente, figuras icónicas de la telebasura argentina. Los Legrand, Tinelli, Giménez y ex periodistas al servicio del odio. Que ellos sí odian. Militantemente, lo sepan o no.

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