Mar 27.01.2004

EL PAíS  › PEDRO ALVEAL, DEL MTD DE NEUQUEN

“La juventud debe salir a la calle aunque sea para molestar”

Tiene 20 años pero su cara se hizo conocida en todo el país cuando la policía neuquina lo acorraló y, además de dejarle en el cuerpo la marca de 64 perdigones, le hizo perder un ojo. Su historia, proyectos y convicciones.

“La policía me vio y cuando empezó la represión me apuntaron a la cabeza.” Los silencios de Pepe son más largos que sus rulos negros, y ya es mucho decir. Hace dos meses, mientras se manifestaba contra un plan del gobierno provincial para pagar los 150 pesos de subsidios en tarjetas magnéticas, las balas de la policía neuquina le dejaron varias huellas. Sesenta y cuatro marcas de perdigones en su piel, un ojo menos y más fuerza que nunca. Pepe es Pedro Alveal, y de sus 20 años ya pasó tres como militante de la juventud del MTD y más de uno como ceramista de Zanon, la fábrica que controlan unos trescientos obreros de Neuquén. “Hay que organizarse”, repite como si ése fuera el primer escalón de una alta pero no imposible cima a alcanzar. La escuela nocturna, las huelgas de trabajadores, las calles de su barrio. Cualquier rincón de su provincia lo transforma en escenario de su lucha y la de muchos jóvenes que, como Pepe dice, “hacen girar una rueda al costado del poder”.
–¿Qué pasó el día de la represión?
–Recuerdo mucho el día anterior. Esa noche salí de la escuela pensando que a la mañana temprano teníamos que ir al Ruca-Che para decir que no queríamos esa tarjeta que imponía determinadas condiciones y que iba a perjudicar a los compañeros. Al día siguiente salí a repartir volantes junto a una compañera, donde se explicaba por qué no aceptábamos la tarjeta. En ese momento la policía me vio y después, cuando empezó la represión, me reconocieron y me apuntaron a la cabeza. Yo me quedé en la primera línea junto a muchísima gente del barrio que ni siquiera milita. Obreros, campesinos, mapuches y niños. Los policías reprimieron a todos. Cuando vimos que pasaban las horas y los tiros no paraban, decidimos reunirnos en asamblea para analizar qué hacer. Sabíamos que, si seguía la represión, iban a terminar entrando a las casas para pegarle a cualquiera. En medio de la asamblea apareció la policía a los tiros. Yo me quedé parado mirando cómo se iba la gente. No me metí detrás de nada. No sé lo que me pasó en ese momento. No corrí. La policía vino hacia mí a los tiros. Me siguieron como cuatro o cinco motos, se bajaron y me pegaron. Después me llevaron a la comisaría donde me siguieron golpeando, acusándome de zurdo y gremialista. Como a las tres de la mañana me largaron.
–Durante la represión, una de las balas de goma dio en el ojo que finalmente perdió. ¿No lo atendió ningún médico adentro de la comisaría?
–No, nadie. Me hicieron levantar la remera y me dijeron: “Te cagaron a balazos”. Después me hicieron arrodillar y me empujaron adentro de una celda. Recién cuando me largaron, unos enfermeros que me estaban esperando afuera me llevaron al hospital.
–¿Qué cambió desde aquel día?
–Después de eso no me caí. Al otro día quería ir a la escuela, pero me levanté y me encontré internado y con un policía al lado. Parecía que todo me reprimía. Me sentía como un anarquista. No quería aceptar ni la palabra del médico. Tenía una bronca terrible.
–¿Y ahora? ¿Cómo sigue su vida?
–... (Largo silencio). No sé. Estar en mi casa me hizo pensar en muchas cosas. Me cambiaron los sueños. Estuve soñando con muchas otras cosas, soñando despierto. Ahora estoy más lúcido. En un primer momento estaba muy loco. Si antes pensaba que había que parar con la represión que se viene dando desde el 2001, ahora pienso que no solamente hay que pararla sino que hay que pelearla de frente y destruirla...
–¿Se puede?
–Parar, se puede parar cualquier cosa. Parás un colectivo y paran los cinco que vienen atrás. Yo creo que sí se puede parar y empezar otra cosa. Además somos muchos. Somos millones las personas que tenemos bronca.
–¿Por qué piensa que la policía reprime?
–Porque les molestamos. Les molesta que la gente se manifieste. Les molesta que uno reclame por sus derechos, por su futuro. Les molesta Zanon. Que los obreros puedan parar una fábrica, que dentro de ella haya desocupados que se organicen. Tienen miedo de que eso pase en otras fábricas, incluso en las que maneja (el gobernador del Neuquén, Jorge) Sobisch.
–¿Por qué milita en el MTD?
–El Movimiento surge en octubre del 2001 con una política grande de los obreros de la construcción que venían organizándose desde el ‘95. Yo empecé a militar a los 17 años, cuando me di cuenta de que en el barrio había gente con muchas necesidades que luchaba por nuestro futuro. Entonces, los pibes también teníamos que organizarnos. Como había pasado en la Argentina años atrás, los jóvenes vimos que debíamos organizarnos políticamente de alguna manera. Había que despertar a los otros compañeros para que haya más gente que piense políticamente. Nosotros no aceptamos una política de la que sólo se beneficia el gobernador y los que están alrededor suyo. Neuquén es para Sobisch un imperio, no una provincia.
–Trabaja, estudia y milita. ¿Cómo hace con todo?
–Yo creo que hay que construir algo desde otro punto de vista. Trabajaba hasta la tarde en Zanon, y martes y jueves nos reuníamos con el MTD. Todas las noches iba a la escuela nocturna donde estoy por terminar el secundario. Pero yo no estudio para ocupar el tiempo en alguna cosa, el estudio es a lo que más apunto yo. Hay que arrancar por otro lado. Hay pibes que ven lo más fácil y se meten a policía. Saben que en el futuro van a tener un sueldo seguro, una jubilación, todo.
–Y antes de entrar a la fábrica, ¿qué hacía?
–Hacía algunas changas. Yo siempre traté de manejarme por las necesidades que veía no sólo en mi familia sino en los vecinos, en el barrio. Salía con un carro a vender manzanas con mi viejo para llevar un mango a casa, los que nos conocían ya nos compraban. A veces mi papá se enojaba conmigo porque volvía de vender y me iba a los cortes. Me decía que tenía que seguir vendiendo a la tarde y yo le explicaba que me tenía que organizar. El, hasta que entró a Zanon hace unos meses, estuvo en la calle vendiendo verduras. No había laburo en ningún lado. Antes trabajaba en una empresa japonesa que ponía torres de alta tensión en todo el país para Telefónica, pero en el 2001 se quedó sin su puesto por reducción de personal. Después de eso nunca más consiguió trabajo hasta que, hace poquito, entró a la fábrica.
–¿Cómo fue entrar a Zanon?
–Te dan ganas de meterte en cualquier otra fábrica y proponer que hagan lo mismo. Hasta el día de hoy sigo como el primer día, muy contento de haber entrado a una fábrica que está controlada por los trabajadores. Es impresionante. Incluso empecé a leer para saber más del comunismo. Yo nunca había estado en ninguna fábrica. Lo más parecido que había visto era una obra en construcción, que cuando termina el trabajo, te echan.
–En agosto del 2002, la asamblea de la fábrica decidió incorporar nuevos trabajadores provenientes de los movimientos de desocupados. ¿Por qué eligieron a los más jóvenes?
–Veían que los jóvenes éramos los más perseguidos y reprimidos del barrio y, al mismo tiempo, los que más nos enfrentábamos contra la policía en las calles. La represión te encierra con una sola idea, la de “se van a pudrir en sus casas, no van a salir ni siquiera a trabajar”. Yo creo que la juventud no tiene que quedarse. Debe salir aunque sea a asustar. Por todo eso, los más grandes creyeron que debían darle una posibilidad a esos jóvenes. Ahora, y más aún adentro de Zanon, yo sigo con la misma idea de siempre, cambiar las cosas.
–¿Cómo es su barrio?
–Es un lugar con pibes muy inteligentes que tienen muchas ideas. Hay un montón de gente con la que empezar a mover algo que no sea lo que te imponen. Este gobernador se quiere llevar todo y no es así. Por eso la idea es empezar a hacer girar una rueda al costado de él, donde importe lo que digamos nosotros.
–¿Qué pasó en el barrio después de lo de Ruca-Che?
–La gente tiene mucha bronca. Muchos compañeros vinieron a verme para decirme que siga adelante. Un día vino un soldador y me mostró una herida en su pecho. Una bala de plomo que le pegaron en el ‘74. Me contó que, después de lo que le ocurrió, se organizó y siguió una línea, los hilos que vienen de esa época. Me dijo que en el día de hoy, si la agarrás, tenés que seguirla hacia adelante. Yo lo escuché. Esas cosas son las que te ponen de pie. Porque, por más fuerzas que tengas, es difícil ponerse nuevamente de pie, necesitás la ayuda de tus compañeros.
–¿Qué sentiría si dejan en libertad a los policías que le dispararon?
–Que es una injusticia. Una enorme injusticia. Ese día no murió nadie, pero podría haber muerto mucha gente. Como el presidente del barrio, que recibió un balazo en la panza. Si en vez de ser ahí era en la cabeza...
Reportaje: Martina Noailles.

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