EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Argentina vive uno de esos momentos en que aparecen profundamente disociadas las especulaciones políticas y las urgencias de la mayoría social.
Con el macrismo tratando de fabricar su pata peronista y con el peronismo atento a poner todas sus fichas de mediano plazo en la figura de Sergio Massa, los movimientos del tablero que otrora se llamaba partidario pueden confundir o agotar a cualquiera. El ex intendente de Nordelta parece sentirse muy cómodo en su papel de opo-oficialista, convertido en una suerte de Cenicienta. Tanto le cabe el cortejo de gobernadores e intendentes peronistas como el de la insólitamente reflotada Margarita Stolbizer. Esta también coquetea con Macri y la gobernadora bonaerense, los cuales, en representación de las divisiones internas PRO, titubean entre dos tentaciones: (a) dejar correr a Massa y a la ex radical para dividir el voto opositor en tres; y (b) pinchar el globo, porque, en elecciones de medio término como las del año próximo, jugar a tantas bandas podría ser suicida. Y para abundar pero no concluir, el libro de tránsfugas del kirchnerismo a la hibridez tampoco cuenta con una adhesión convencida porque –se supondría que de modo creciente, ante la comparación de cómo estábamos hasta diciembre y cómo hoy– todo relevamiento que se busque mostrará la mantención de una imagen altamente positiva de Cristina. La salvedad, claro, es si acaso ella quiere ser candidata o activar con fuerza en la provincia de Buenos Aires. Su liderazgo es único y aseguraría del 25 al 30 por ciento de los votos, que es lo advertido por el propio macrismo y que para los nómades peronistas es una cantidad merecedora de la duda. Un interrogante equivalente acecha a los alquimistas políticos del Gobierno, acerca de si los beneficia persistir en la persecución judicial contra la ex presidenta o si les sentaría mejor que jugase en las urnas por aquello de fraccionar al voto opositor. Si la mirada fuera de largo aliento (pura teoría o algo menos), podría ensayarse que la estrategia final de la derecha apunta a dos opciones en una, con Cambiemos y los satélites de Massa, insuflando aquí o allá según el andar del clima social. Por el momento no hay más que un conjunto de individualidades a la espera de cómo mueve el otro.
Lejos de esas maniobras de laboratorio que tienen muy sin cuidado a la gente del común, la economía no da signo alguno de reactivación. Alfonso Prat-Gay, el ministro de Hacienda a quien algunos funcionarios ya ni siquiera saludan por creerlo preso de un ego insoportable, dijo que “la inflación ya no es un tema”. Le salió al cruce Federico Sturzenegger, el presidente del Banco Central que como buen ultraortodoxo (término que, sin el aumentativo, usa la derecha para referirse a sí misma) insiste en que no dará el brazo a torcer con su política de altas tasas de interés. Macri hizo silencio, pero Sturzzeneger no se privó de recordar que él es Mauricio. El mutis presidencial es análogo a lo ocurrido en Gobierno tras el fallo de la Corte Suprema que avaló el tarifazo del gas sólo parcialmente: todos los pases de factura internos, y de los aliados mediáticos, se concentraron en Juan José Aranguren. Pero la aprobación de haber seguido adelante con el esquema tarifario fue de Macri, va de suyo. Mientras tanto, la bala de plata del blanqueo de capitales, para allegarse fondos sin continuar recurriendo a un endeudamiento externo que ya es un festival, sigue sin arrancar. Los grandes industriales, con guía de Techint y su preocupación por la competencia china, se quejaron de la restricción crediticia. Y absolutamente todos los parámetros de la actividad económica muestran un desplome. El índice de la construcción clavó un 23,1 por ciento hacia abajo y el de la industria un 7,9, ambos en julio. Las buenas noticias son el respaldo del Fondo Monetario Internacional, que habló de la mejoría en los datos económicos argentinos, y una cierta recuperación en la venta de 0 km con la estrella sobresaliente de los vehículos que emplea el agro festejante. Si es por el mundo laboral y al comparar la dotación de asalariados entre comienzos de diciembre y junio, surge –según las cifras del Ministerio de Trabajo– que perdieron sus puestos 136.456 personas sólo en el sector privado. Los niveles de ocupación cayeron en catorce provincias y un elemento relevante destacado por este diario es la parálisis en obra pública, de enorme incidencia en los niveles de empleo al punto de que ni en 2009, cuando la economía local sufrió el impacto de una fuerte sequía más la crisis internacional, se vivió una cosa parecida. Prat Gay tiene razón, entonces, cuando dice que la inflación ya no es ni será un tema. Bueno sería que lo fuese en medio del ajuste al que califican de moderado y del “trabajo sucio”, como repite el ministro, al que se debe el derrumbe del mercado interno. Con un número de desocupados que ya arribó a los dos dígitos en los principales centros urbanos, la discusión sobre si eso es un efecto buscado para disciplinar a los trabajadores reviste un rol secundario. Lo irrefutable es que esos números, que son gente, explican por enésima vez las consecuencias de estas políticas. Y la pregunta también vuelve a ser qué factores operan en la subjetividad de las masas, como para que una buena parte de ellas insista en chocar contra la misma piedra.
El golpe en Brasil (inmediatamente avalado por el gobierno argentino), la profundización del escenario dramático en Venezuela y una derecha llegada al gobierno en Argentina a través del voto popular reflejan a una región sudamericana en grave retroceso, tras haber protagonizado desde comienzos de siglo un período inédito de ampliación de derechos sociales que, con todas sus deficiencias y a diferentes velocidades, marcó un rumbo de mejoras comprobables para las grandes mayorías. Lo refleja cualquier indicador que se tome, en cualquier área que se quiera. La restauración conservadora llega para liquidar esas conquistas, sin dejar en pie a ninguna, volviendo a alinear el subcontinente con los intereses históricos de Estados Unidos y sin otra esperanza que una descomunal transferencia de ingresos a los sectores del privilegio. La copa de ricos cada vez más feroces y, para peor, ahora con sed de revancha, nunca derramará hacia quienes venían disfrutando una modesta reparación en sus postergaciones históricas. Atilio Boron recordaba en estas horas la sentencia de uno de los principales teóricos del capitalismo, Friedrich Von Hayek, en su decir de que la democracia es una simple “conveniencia”, sólo admisible en la medida de no interferir con la no negociable necesidad del sistema: el “libre mercado”. Con argumentos amañados, también evoca el sociólogo, a la izquierda siempre se la acusó de no creer en la democracia. Pero “la evidencia histórica demuestra, en cambio, que quien cometió una serie de fríos asesinatos a la democracia, en todo el mundo, ha sido la derecha, que siempre se opondrá, con todas las armas a su alcance, a cualquier proyecto encaminado a crear una buena sociedad; y que no se arredrará si para lograrlo tiene que destruir un régimen democrático”. De eso se trata lo que acaba de ocurrir en Brasil, a cargo de una banda de truhanes que lamentablemente no encontró oposición popular. Esto último interpela, de paso, a los procesos de recomposición de las mayorías que pierden la calle, sea porque sus gestiones conceden a la derecha o fuere por la introspección hacia dentro de sus burocracias.
De todos modos, lo reafirmado por las experiencias latinoamericanas hoy cercenadas, o en serio peligro, es que la historia no estaba escrita, que así fue siempre y que así seguirá. De hecho, los bandoleros que asumieron el gobierno brasileño se encontraron con indiferencia masiva pero carecen de toda popularidad. En Venezuela el poder está en disputa, con un legado chavista que no se liquida por la sola obra y gracia de liderazgos temblequeantes, especulación salvaje con los productos de primera necesidad y una oposición capaz de haber retomado las calles, pero inepta para sustentar un proyecto que no consista en barrer todos los logros bolivarianos. Y aquí mismo, como en el menemato, la Marcha Federal volvió a exponer que hay reservas activas de movilización. Confluyeron cinco columnas gremiales desde casi todo el país, junto con organizaciones sociales, de derechos humanos y hasta de consumidores y pequeños empresarios. El estupendo discurso de Hugo Yasky trazó una semblanza oportunísima sobre lo que representan Macri y los suyos pero, sobre todo, acerca de lo imperioso de la unidad del campo popular.
Que los medios oficialistas hayan priorizado sistemáticamente el mapa de los problemas de tránsito suscitados por la Marcha, en lugar de testimoniar su volumen, energía y reivindicaciones, es un problema de ellos y de su sordera. El de los luchadores sociales es cómo reconstruir hegemonía política para que la acción no siga desperdigada.
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