EL PAíS
› EL SOCIOLOGO MARCOS NOVARO
“Es razonable que a este peronismo le vaya bien”
El investigador del Conicet Marcos Novaro analiza la idea de transversalidad del kirchnerismo. Los problemas que le plantea al centroizquierda, y dice que, en realidad, es la reedición del viejo problema frente al proyecto abarcativo del peronismo.
› Por José Natanson
Lanzada desde la cúspide del poder, la transversalidad –quizás el término político más pronunciado de los últimos tiempos– no logra definirse del todo: la impresión es que ni el propio gobierno sabe exactamente qué significa. “Para la transversalidad progresista, para la izquierda en general, es el viejo problema del peronismo ocupando un lugar amplio y expresando a sectores que, por discurso y voluntad, la izquierda debería expresar. Es un problema con historia. Sucede desde que existe el peronismo. Y crea en la izquierda una tensión entre el seguidismo, el entrismo y el antiperonismo”, asegura Marcos Novaro, sociólogo, profesor en la UBA e investigador del Conicet.
–¿Tiene futuro la transversalidad? ¿Es posible que se genere un espacio político alternativo al peronismo, pero que articule con Kirchner?
–Visto desde el peronismo, el problema de la transversalidad es el problema de representar a sectores dinámicos de la opinión, que no están comprendidos dentro del voto estable del peronismo, y que son necesarios no para formar mayorías sino para sostener una opinión favorable. Hay un divorcio fuerte entre los recursos electorales y los recursos de legitimidad en la esfera pública. El peronismo puede ganar elecciones sin dorarles la píldora a los medios de comunicación o a la opinión pública, pero se ha dado cuenta de que tiene problemas si hace eso. Kirchner ha sido muy hábil en articular los recursos electorales e institucionales del peronismo con esos sectores de opinión.
–¿El PJ se mueve con independencia de la opinión pública?
–Es el sistema electoral el que se mueve con independencia de la opinión pública. Hay una estructura partidaria, el peronismo, que parece inmune a los cambios de opinión, y es así porque no hay otros partidos que puedan ganar elecciones. Es un problema del sistema de partidos. Eso explica la utilidad y la eficacia de la estrategia transversal de Kirchner, la idea de unir lo mejor de los dos mundos. Lo ha hecho muy bien. Esa transversalidad existe mientras el sistema de partidos no encuentre un reequilibrio, no aparezca un sector capaz de captar más fielmente aquel electorado o sector de la opinión que no se identifica con el peronismo, y que apoyó a Kirchner un poco porque no hay otra cosa.
–Está clara la utilidad de la estrategia transversal para el peronismo. ¿Cuál es su ventaja para el no peronismo?
–El problema de estos grupos de centroizquierda es que pensaron que la crisis de partidos iba a darles una oportunidad, cosa que evidentemente no ha sucedido. Es el caso de Carrió, la más perjudicada por esta estrategia transversal de Kirchner, que intentó en su momento otra transversalidad: superar las limitaciones del centroizquierda de clase media irrumpiendo en el electorado peronista.
–El viejo sueño de Graciela Fernández Meijide.
–Y de Alfonsín, y de tantos otros, de todo político progre. Carrió es la gran perdedora, pero los grupos que apostaron a la transversalidad, tanto los que están dentro como en la periferia del Gobierno, también encontraron límites, tal vez insuperables, para capitalizar el éxito de esa estrategia. Los funcionarios que han entrado al Gobierno, por ejemplo, finalmente son funcionarios de un gobierno peronista. Más allá del éxito o no de su gestión, parece difícil que puedan capitalizar algo fuera del peronismo. Tomemos el caso de Lavagna, quizás el funcionario que podría llegar a ser el heredero transversal de la salida de la crisis: sus ambiciones presidenciales se procesan a través del peronismo o no parecen tener posibilidad. Lo mismo pasa con Beliz o Bielsa.
–¿Y los que no ingresaron al Gobierno pero se mantienen políticamente cerca, como Aníbal Ibarra?
–Los que han quedado en la periferia o fuera del Gobierno se ven frente al dilema de terminar siendo el instrumento no peronista de un gobierno peronista, o acompañantes críticos, cosa que tampoco les resulta fácil. Los diputados de centroizquierda, por ejemplo, no han logrado un bloquecohesionado ni una estrategia. Pero lo central es que la transversalidad no es nueva, es una idea que viene discutiéndose desde hace mucho y que tiene que ver con que el sistema de partidos no ha cuajado en una estructura estable, sino que ha ido vasculando entre el bipartidismo, el pluripartidismo o hegemonismos que no terminan de definirse. En todas estas situaciones, las alternativas transversales encuentran una forma de acomodarse, pero no son exitosas, no dan lugares a nuevas configuraciones. Lo que más llegó a parecerse fue el Frepaso, que terminó muy mal.
–¿El problema es que el peronismo ocupa todo el espacio?
–Para la transversalidad progresista, para la izquierda en general, no es tema nuevo. Es el viejo problema del peronismo ocupando un lugar amplio y expresando a sectores que, por discurso y voluntad, la izquierda debería expresar. No es algo nuevo, sucede desde que existe el peronismo. Y crea en la izquierda una tensión entre el seguidismo, el entrismo y el antiperonismo. Es un conflicto con historia. El problema para la izquierda de buena conciencia es que lo más razonable es que a este peronismo le vaya bien.
–Una especie de resignación.
–Yo me encuentro en esa situación: uno tiene que postergar el deseo de que exista una fuerza de izquierda democrática, representativa y capaz de gobernar al menos algo, frente a la expectativa de que un gobierno recupere condiciones mínimas de vida, distribución y calidad democrática. Creo que hay que optar por esto, aunque nos condene a ser parias sin partido por bastante tiempo. Y eso a pesar de que el vértice ideológico del peronismo no ha cambiado radicalmente: contra lo que suele decirse ahora yo creo que no es tan así, que no ha cambiado tanto.
–Lo que sí cambió es la orientación ideológica del Gobierno.
–También es interesante analizar qué es lo que ha cambiado, qué es lo nuevo que ha traído Kirchner. Evidentemente ha cristalizado el discurso antimenemista en una orientación de salida de la crisis, que se presenta en gran medida como un regreso a las fuentes del peronismo, al populismo, y como una crítica furibunda a los ‘90. Esa crítica es más intensa y dura en la medida en que es más genérica y difusa, más inespecífica. Pero cuando se apunta a problemas más concretos es más difícil establecer en qué consiste esa crítica. Se le critica a Menem que era neoliberal, que adoptó acríticamente el Consenso de Washington.
–¿Y no fue así?
–Relativamente. El Consenso de Washington decía que había que mantener un estricto equilibrio fiscal y un tipo de cambio competitivo, dos cosas que no estaban en la convertibilidad. También se hablaba de apertura de la economía, reglas de mercado, privatizaciones, aliento a las inversiones, que sí estaban. En general, el Consenso de Washington incluye cosas que los gobiernos sensatos de América latina tratan de hacer, a veces diciendo que lo hacen en contra del Consenso de Washington, cosas que están bien porque tienen muy mala prensa.
–¿Cuáles son a su criterio las diferencias entre las políticas menemistas y las de Kirchner?
–Hay un mejoramiento, una corrección de las estrategias económicas que se han venido intentando desde mucho tiempo atrás para tratar de proveer a la economía de una vía de salida a los problemas de inflación y estancamiento.
–Pero esa reorientación implica cambios: la revisión de las privatizaciones y la reestatización de algunas empresas, la renegociación con quita de la deuda, la postura más firme con los organismos internacionales.
–Hay una necesidad de diferenciarse del pasado, que es más clara y más provechosa en el terreno institucional. En cuanto a la política económica, creo que se ve claramente en dónde se asientan las cargas de los costos de la crisis. Efectivamente se están poniendo más cargas en sectores como lasempresas privatizadas, que han perdido parte de sus rentas, o en algunos de los inversores especulativos, que han quedado atrapados en el default.
–Entonces hay diferencias.
–Sí, en estos aspectos sí. Hay una intención de reequilibrar la balanza en favor de los sectores excluidos, sobre todos los sectores productivos, para quienes la salida de la convertibilidad y la devaluación han generado una situación muy desfavorable. Pero que haya diferencias no significa que no se esté en línea con las recomendaciones del Consenso de Washington. Eso hay que decirlo, porque no necesariamente es negativo. El problema es cómo se va a resolver el crecimiento, y debe resolverse preservando ese equilibrio, que es lo que el Gobierno está intentando. Eso, más allá de exageraciones o gestos de sobreoferta o de sobrestimación del propio poder, que se vinculan más a la necesidad de construir consenso interno que a la realidad económica. Y creo que ése el problema.
–¿Por qué?
–El Gobierno sabe que no puede dar aumentos masivos de salarios que superen la compensación inflacionaria, pero tiene que dar la idea de que en algún momento los va a dar. Tiene que producir esa idea, y tiene que hacerlo con un discurso. Y uno no le puede pedir a Kirchner que recurra al discurso socialdemócrata. Carece de vínculos con ese discurso. Su discurso siempre ha sido éste. Ahí me parece que hay un desacople. Por un lado el tipo de políticas que se hacen, y por otro los efectos que pueden producir en las conciencias de la ciudadanía y de los gobernantes las ideas con las que se justifican esas políticas. Ese es un problema que me preocupa, que tiene que ver con la virulencia de ciertas interpelaciones o gestos.
–¿Su temor es que el Gobierno se crea su propio discurso?
–Sí, en parte es eso, y en parte que sectores de la sociedad le reclamen al Gobierno aquello que en el discurso es funcional a una estrategia, pero que son promesas que quizá después no se puedan llevar adelante.