EL PAíS
› OPINION
Tachar la doble
› Por Eduardo Aliverti
Hacía rato que no había veranos informativamente tranquilos en la Argentina. Pero en realidad hay una cuota informativa alta en donde la mayoría de sus protagonistas jugó a las escondidas con la complicidad de la gran prensa. O de la prensa grande, como prevenía un colega.
De querer ir en escala descendente podría arrancarse en el discurso oficial sobre la marcha de la economía. De seguir así, en cualquier momento alguien creerá que la Argentina está a la par del crecimiento de los chinos. Con una ligereza espeluznante se habla del aumento de la actividad económica, con cifras que serían poco menos que la envidia de un país desarrollado, cuando hasta un burro que emplee un minuto en sumar y restar advierte que hacen falta varias temporadas más de este tipo de “crecimiento” para alcanzar, recién, el nivel de actividad de 1998. Tampoco se trata de negar la existencia de una recuperación que además es obvia, porque bueno sería que después de tantos años abajo del agua nadie pudiese siquiera asomar la punta de la nariz. El punto es que hay una tremenda distancia entre ese reconocimiento y haber olvidado, como tantos parecen olvidar o de hecho olvidan, que más de uno de cada dos argentinos es pobre, que casi la mitad de los pobres es indigente y que casi 7 de cada diez pobres son menores de 18 años. Del mismo modo en que la desocupación permanece en los índices que dejó la década de la rata, sólo que con un porcentaje disfrazado tras los planes de asistencia. Es irrespetuoso, o directamente una humillación frente al sufrimiento de millones de habitantes, que parezcan o sean tan pocos los que se preocupan por separar la paja del trigo.
Esa liviandad analítica se observa igualmente en el ataque furibundo que sufre la jueza Carmen Argibay como postulante a la Corte Suprema. El último mandoble provino, cuándo no, de la cúpula del Episcopado, del que todavía se espera alguna declaración contundente contra los curas abusadores de menores que alberga en sus entrañas. Para no ir tan atrás y recordar su repugnante complicidad con los jerarcas de la dictadura, o para no volver tan adelante y preguntarse para cuándo alguna carta pastoral que hable de la proliferación de embarazos adolescentes y de muertes provocadas por abortos clandestinos. Se llegó al extremo de cuestionar a la jueza no por lo que piensa sino por la imprudencia de haberlo dicho. Una lisa y llana invitación a la hipocresía, plenamente emparentable con los métodos de la llamada “vieja política” contra la que el llamado “periodismo independiente” acostumbra lanzar sus cruzadas.
El escándalo por las coimas en el Senado aportó lo suyo a la lista del doble discurso/doble moral, aunque con el antecedente de arrastrarse desde antes de fin de año. El ventilador de Pontaquarto, las lágrimas de cocodrilo de los denunciados, el violento careo con Genoud; los enredos interminables de la causa, en definitiva, continuaron ocultando que el centro de la cuestión no fue ni es el soborno sino su motivo, que consistió en sancionar una ley que precarizó aún más las condiciones de vida de los trabajadores por parte de un gobierno que dijo haber llegado para mejorarlas sustancialmente.
Quedaría por resaltar otro hecho que también reconoce antecedentes, cuando la ebullición explotada en diciembre del 2001. Con todas las salvedades que se quieran, se repitió en estos días un escenario contradictorio pero coherente con las pautas culturales que fija el humor de la clase media ante la justificada indignación de los vecinos porteños que quedaron largas jornadas a oscuras, tras la tormenta. Hubo corte de calles y avenidas, los medios corrieron a registrarlo y todos avalaron, como correspondía, la furia de quienes resultaron encarcelados en los pisos altos, de quienes perdieron los comestibles de sus locales, de quienes ya pasaron por lo mismo hace no tanto. Pero la diferencia de clase, la discriminación, están ahí para todo el que ande por la vida sin los ojos vendados: un morocho piquetero es un atorrante que no quiere trabajar y un vecino que paga sus impuestos y protesta porque lo dejaron sin luz es un ciudadano. Doble discurso, doble moral.
Es probable que en enero hayan faltado noticias. Pero lo que seguro faltó es la mínima disposición para analizar algunas.