Jue 12.02.2004

EL PAíS

Cámpora y Kirchner

› Por Luis Bruschtein

A los 34 años, cinco después de haberse doctorado en derecho penal y con poca militancia en el peronismo, Esteban Righi aceptó con alguna reticencia convertirse en el ministro del Interior del presidente Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973. Sabía que la situación era difícil, pero no se imaginaba ni la décima parte de lo que sería. Los militares se retiraban del poder pero se mantenían al acecho, las organizaciones guerrilleras presionaban de un lado y la vieja y poderosa burocracia sindical por el otro y en el entorno más cercano de Perón, la figura ominosa del “brujo” José López Rega oscurecía el horizonte.
Righi había nacido en el Chaco en el seno de una familia no peronista y había cursado el Liceo Militar. Estudió abogacía en la Universidad de Buenos Aires y fue colaborador del diputado radical Roberto Cabiche. Pero en la universidad entabló amistad con Héctor Pedro Cámpora, que se hizo extensiva al padre de su compañero, el futuro presidente peronista del ‘73. Al recibirse se asoció con su amigo para instalar su estudio.
Ese tipo de decisiones no habían implicado una opción política, ni siquiera estaba eligiendo una militancia para toda la vida, se trataba de decisiones profesionales y de amistades personales. A lo sumo, como cuenta Miguel Bonasso en El presidente que no fue, disfrutaba de las consultas y comentarios de Héctor Cámpora padre. Y sin embargo ese camino azaroso lo llevaba en forma acelerada a convertirse en uno de los protagonistas principales del temporal de los ‘70. Así acompañó a Héctor Cámpora cuando Perón lo nombró su delegado en la Argentina con el respaldo de la JP y la Tendencia. Y ya envuelto por la vorágine de esos años participó en la Gremial de Abogados que defendía a los presos políticos.
Righi llegó al gobierno por su amistad con Cámpora, no era montonero y tampoco de la Tendencia que impulsaba la Juventud Peronista y que abarcaba a otros sectores. Pero en el proceso de profundización de los antagonismos de la época, esa diferencia era poco menos que una sutileza. Sobre todo después que impulsó la amnistía a los presos políticos que la derecha peronista y el partido militar tomaron como una bofetada.
En esos 49 días de la llamada “primavera camporista”, Righi hizo un discurso en el Departamento de Policía: “Un orden injusto, un poder arbitrario impuesto por la violencia, se guarda con la misma violencia que lo originó –afirmó–. Un orden justo, respaldado por la voluntad masiva de la ciudadanía, se guarda con moderación y prudencia, con respeto y sensibilidad humanos... Que se manifiesten pedidos y demandas sectoriales, el Gobierno del Pueblo lo juzga legítimo... nuestra terapéutica es reconstruir. No reprimir”.
En ese tiempo, ordenó la disolución de la policía política y la destrucción de los archivos de inteligencia. Aunque no lo fuera, para el pensamiento de la época esas medidas sólo podían ser concebidas desde una mentalidad subversiva y de esa manera se convirtió en un blanco preferido de las bandas parapoliciales que comenzarían su accionar unos meses más tarde. Righi se retiró del ministerio cuando renunció Cámpora y a fines de 1974 debió asilarse en México por las amenazas de la Triple A.
En ese país participó en el CAS, el organismo de exiliados que se había distanciado del Cospa, que dirigía el profesor Rodolfo Puiggrós, más afín con las organizaciones guerrilleras. A su regreso militó en la renovación peronista con Antonio Cafiero, fue asesor de José Luis Manzano pero tomó distancia cuando el mendocino se enroló en el menemismo. Su último puesto en la función pública fue como asesor letrado de Petroquímica Bahía Blanca hasta su privatización. Desde entonces se limitó a su estudio y a su cátedra de derecho penal en la UBA, de la que es profesor adjunto Alberto Fernández, el jefe de Gabinete de Néstor Kirchner.

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