Dom 29.02.2004

EL PAíS  › COMO ESTA LA RELACION ENTRE KIRCHNER Y LAVAGNA

Pimpinela en la Casa Rosada

El Presidente y su ministro más importante oscilan entre el amor y el odio. Las relaciones entre ambos, siempre políticas, se insuflan por sus temperamentos, pero también por la diferencia de criterios en temas centrales, como el tratamiento de la deuda externa y la relación con el FMI. Las visiones en palacio a ambos lados de la calle Hipólito Yrigoyen.
Los sondeos. La hipotética candidatura de Lavagna.

› Por Sergio Moreno

“Algunos ministros cometen una apropiación de la racionalidad política. Uno de los que hace esto es Lavagna. Entonces Kirchner queda como un loquito y él como racional. Lavagna lo hace habitualmente con el tratamiento de la deuda y las negociaciones con el Fondo Monetario. Kirchner, cuando ocurre esto, se enfurece.” Esta interpretación es el producto de la observación que un habitual consejero del Presidente hace de la relación entre éste y su ministro de Economía. La semana que termina fue un pequeño remanso en la tirantez que se ha instalado entre los dos hombres más importantes del Gobierno, en medio de una compleja negociación por la deuda externa con los bonistas privados y con el FMI. “Son como Pimpinela”, dice un integrante del Gabinete que, sabedor de las desavenencias entre ambos y del jugo que varios quieren sacar de ellas, advierte: “Este gobierno se asienta en dos patas: Kirchner y Lavagna; el que no quiera ver esto está ciego”. ¿Por qué lo dice la fuente? Porque, al decir de un funcionario de Hacienda, “naturalmente, el riñón del kirchnerismo quiere ocupar cada vez más espacios”.
En el Gobierno y adyacencias bien conocido es el carácter explosivo del Presidente. Tanto como la testarudez del ministro de Economía, que gusta asentar en su conocimiento de la materia y en ciertos laureles (bien) ganados por su gestión a partir de su ingreso a la administración de Eduardo Duhalde, allá por abril de 2003. Kirchner, obsesivo como pocos, es un apasionado de la economía. Su injerencia en el área es permanente, así como en el trazado de la dirección política que debe seguir Hacienda. Estas cuestiones inflaman al ministro.
“Los dos tienen un fuerte temperamento y mantienen una relación que sólo ellos conocen”, dicen en el edificio de Hipólito Yrigoyen y el bajo. “Pero el Presidente es el Presidente y es quien manda”, aceptan.
Al otro lado de la calle se hacen críticas, que sólo tienen que ver tangencialmente con la sanguinidad. “Las cosas con Lavagna están mal. Kirchner está enojado, si bien esta semana se calmó un poco. Lavagna es un tipo difícil. El cree que el 25 de mayo de 2003 es sólo un episodio menor entre sus dos gestiones, no entiende lo que pasó”, comenta a Página/12 un miembro del Gobierno. El hombre, de habitual charla con el patagónico, sostiene que hay concepciones del ministro que siempre van a favorecer la confrontación. Dice: “Lavagna tiene rasgos de liberal o parece serlo. Se opone fuertemente a una recomposición salarial porque dice que así se evita un rebote inflacionario. Así va a costar reformular la distribución del ingreso en este país, que es de lo más regresiva”.
La mirada crítica se morigera a ojos de otro de los centuriones del patagónico, que atribuye a la efervescencia de personalidades los choques que se han registrado entre los dos actores de esta obra. Para el confidente en cuestión, la temperatura sube por la puja del cartel francés. “Kirchner se pela con todos los ministros que tienen alto perfil –dice– y Lavagna es uno de ellos. Kirchner es un tipo muy difícil para laburar, pero cuando uno ve los resultados no hay demasiado de qué quejarse. Además, la gente lo adora.” El funcionario entra en una disquisición sobre el fervor popular que despierta cada vez que sale de recorrida por el país. “Le va maravillosamente bien con la gente –relata-. En los actos, nosotros o los anfitriones mueven algunos; el resto de la gente va sola. Y él se zambulle. Lo adoran. Es mágico. Así ha armado un apoyo muy grande. Por ahora, es mucha clase media. Hay que tener cuidado con la clase media, su ánimo es muy cambiante, es muy voluble.” Pero la digresión termina y regresa rápidamente al asunto. “El Presidente y Lavagna son muy parecidos, ambos son duros. No hay diferencias políticas de fondo, no las busque”, sugiere.
Al otro lado de Hipólito Yrigoyen intuyen que la ambición de terceros (que no identifican) fomenta y magnifica las diferencias entre el jefe de Estado y su más importante ministro. Un funcionario que suele interpretar el pensamiento de Lavagna dijo a este diario: “Si el ministro representara un escollo, el Presidente lo cambia y a otra cosa. Hay muy poco margen para las desavenencias, aunque puede haberlas. Si el Presidente quisiera, le pide la renuncia y listo; y si el ministro estuviese incómodo se iría a la mierda”.
Un hombre popular
Al ministro le reconocen, tirios y troyanos, amén de su valía en la materia que debe ejecutar, su muñeca, sus dones políticos. Irónico, agudo, Lavagna ha construido una imagen a fuerza de aciertos en la no menor batalla que supo dar –y aun no ha finalizado– con el establishment criollo, esa manada de gritones que responde a los intereses del capital concentrado y que suele invocar al Armagedón cada vez que la dirección de la economía diverge de los mismos. Ahora ocurre eso.
Lavagna ha sido medido en varias encuestas que posee el Presidente. Su imagen, su impronta en el crecimiento de la economía, la forma en que plantea la negociación de la deuda (si bien en esta última faena la injerencia de Kirchner ha pasado a ser mayúscula y ha sido una de las principales fuentes de conflicto entre ambos). Los resultados de los sondeos lo muestran airoso ante cada compulsa. La opinión pública lo considera imprescindible.
Por eso, dentro y fuera del Gobierno lo ven candidato. ¿A qué? “A algo”, repiten extra e intramuros de la Casa Rosada. Por ejemplo, el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, lo imagina encabezando la lista de candidatos a diputados nacionales por la Capital en 2005, para enfrentar tanto a Mauricio Macri como a Elisa Carrió.
En el gobierno nacional hay ideas similares. “Lavagna es ideal para esta ciudad (Buenos Aires). Juntaría por centroderecha y por centroizquierda. Es moderado pero los progre lo aceptan. Es el candidato ideal”, dijo a este diario un conocedor de estrategias electorales que tiene despacho cerca del Presidente.
Los hombres del ministro niegan que estas hipótesis tengan chance de convertirse en realidad. “¿Candidato a diputado? No lo veo a Roberto en ningún cargo Legislativo”, dijo a Página/12 un miembro del equipo económico.
–Podría ser el primer paso para, luego, competir por la Jefatura de Gobierno de la ciudad –especuló ante el funcionario citado este redactor.
–No lo creo. El no quiso ser candidato a jefe de Gobierno cuando se lo propusieron. Tampoco a vicepresidente de Kirchner: Roberto consideraba que para ser vice debía mantener el mismo criterio en cuatro años, y eso le resultaba muy difícil –interpretó el funcionario. (Eduardo Duhalde, un hombre clave en el momento en que se produjeron los hechos, suele contar a sus hombres cercanos que Lavagna no aceptó ser vice de Kirchner cuando se lo propusieron porque estaba convencido de que el patagónico iba a perder.)
El nombre del ministro, como se ha visto, se baraja para importantes destinos. Pero nadie arriesga decir si para este futuro que le avizoran lo han consultado. Tampoco, si estos escenarios que se arman a partir de él responden al deseo de obtener su sillón en el palacio de Hacienda.
El riñón
“Lavagna no tiene origen en el riñón de Kirchner. El fue una necesidad para Kirchner y, a partir de ahí, debieron construir una relación. Recuerde que Lavagna contribuyó a que Kirchner llegue a la Presidencia. El Presidente sabe de su valía, sabe de su prestigio internacional. El ministro está en un lugar que muchos envidian. Muchos de esos quieren que salgan algunas medidas y, como no salen, las llevan ‘hacia arriba’, entonces se generan cortocircuitos. Naturalmente, y esto dicho sin mala leche, el riñón del Presidente quiere ocupar cada vez más espacios.” La reflexión pertenece a un vocero del ministro que no se empacha al afirmar que, a pesar de las envidias y anhelos que él mismo reconoce que existen, la relación entre los sujetos de esta nota “funciona fenómeno”: “Uno tiene un papel político y otro tiene un papel técnico; pero el objetivo lo fija el presidente”, aclara, por si hiciese falta.
La fortaleza del vínculo –siempre político– volverá a ponerse en juego esta semana que comienza, cuando todo el Gobierno vuelva a meterse de lleno en la pelea con el Fondo Monetario. Varios integrantes del Gabinete reconocieron a este diario que el organismo está muy insistente en cuestiones que exceden los requisitos establecidos en el acuerdo firmado en septiembre del año pasado, presionando para elevar la oferta a los bonistas privados.
Kirchner está decidido a no pagar el próximo vencimiento de más de 3000 millones de dólares con las reservas del Estado si el FMI no aprueba las metas para este trimestre, sobrecumplidas según coinciden todos en Casa Rosada y alrededores. “Lupín –como apodan al Presidente– ya estuvo 36 horas en default con los organismos en septiembre (de 2003, antes de firmar el acuerdo vigente con el FMI), y se la bancó y ganó la pulseada. Ahora está decidido a no pagar con las reservas si no hay indicios de que van a aprobar las pautas”, contó a Página/12 un miembro del Gobierno que conversó del asunto con el Presidente el miércoles 25 de febrero, día de su cumpleaños.
“Las metas para este trimestre van a ser aprobadas, seguramente –se ilusiona un secretario de Estado, de esos que tienen rango de ministro–. El asunto será septiembre, cuando termina este acuerdo y hay que elaborar uno nuevo. Esto va a marcar cómo nos irá hasta 2007”, remata con gesto de preocupación, que se pronuncia aun más cuando confiesa: “Kirchner está muy duro y no le gusta nada el Fondo. Está cada día más crítico”.
El tándem entre el Presidente y su ministro ha funcionado mucho más que aceptablemente hasta ahora, a la luz de los resultados y teniendo en cuenta la juventud de este gobierno (acaba de cumplir nueve meses de gestión). La batalla que se avecina no es menor, como tampoco lo es resolver los problemas estructurales y más urgentes de la economía argentina: el desempleo y la pobreza. Las peleas entre ambos, minimizadas por unos, maximizadas por otros –todos miembros de este gobierno–, influirán ciertamente en su faena. El tiempo dirá de qué manera.

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