Dom 29.02.2004

EL PAíS  › OPINION
ARGENTINA, BRASIL Y EL FMI, UN TRIANGULO INTERESANTE

Jaimito y el alumno modelo

En los primeros días de marzo concuerdan la fecha de un suculento pago al FMI y una reunión entre Kirchner y Lula. Para el Gobierno, la situación de Brasil es un dato esencial en la relación con el FMI. Y algo sobre el discurso presidencial del lunes, amén de un instructivo para ocultar elefantes.

› Por Mario Wainfeld

“Brasil –o si se quiere el gobierno de Lula– es, de cara a los organismos internacionales, el alumno modelo, el que hace todos los deberes, el que sobrecumple las consignas. A veces Néstor Kirchner ante sus íntimos masculla que parece el olfa de la clase, ese sitial odioso que ocupó por añares Carlos Menem. Si- guiendo con la imagen, la Argentina –o si se quiere el gobierno de Kirchner– vendría a ser Jaimito. Con el añadido, nada menor, de que a Jaimito parece irle mejor que al alumno modelo, en el corto plazo, el único mensurable al sur del Trópico de Capricornio.” El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina tipea gozoso, convencido de que esta vez dará en la tecla y conseguirá la aprobación de su comitente y padrino de tesis, el decano de Sociales de la Universidad de Estocolmo.

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La tesis del politólogo, despojada acaso del intraducible humor escandinavo, es compartida por la plana mayor del gobierno argentino. Contra lo que predica la derecha local, Brasil (concuerdan en la Rosada, en Economía, en el Banco Central) equivocó el camino. Aceptó a pie juntillas las recetas de los organismos y va languideciendo, mal medicada. El ministro de Economía Antonio Palocci le dijo a Lula: “Vos firmá con el FMI y fumá, que el 2004 crecemos”, describe uno de los negociadores argentinos. Pero las cifras de Brasil meten terror. El PBI no creció, el desempleo se fue para arriba; a diferencia de los sueldos, la relación deuda/PBI se incrementó, las tasas de interés establecidas por su Banco Central cuadruplican a las que regula Jaimito Prat Gay. Y cuando Alan Greenspan dice –como hizo en estos días– que quizá, sólo quizás aumenten las tasas internacionales (que están por el piso, aunque tal vez no se muevan en un año electoral en los pagos de George Bush) los mercados brasileños entran en histeria.
El gobierno argentino, incluyendo a Jaimito Kirchner y a Jaimito Lavagna, “lee” que el gobierno brasileño está tensado por dos líneas, la encarnada por el susodicho Palocci y la que tiene como adalides a José Dirceu y al consejero presidencial Marco Aurelio García. Estos son los que le proponen a Lula mirar cómo le está yendo a Jaimito con sus manejos heterodoxos, que le permiten crecer a lo pavote, ganar consenso político y (paradoja de paradojas para los dogmas internacionales) mantener indicadores ortodoxos: baja inflación, nula emisión, acumulación de reservas. En los primeros niveles del Gobierno observan con atención la pulseada interna de Brasilia... y hasta sospechan que hay manos aviesas que ayudan al peor bando. “A Dirceu le armaron una operación desde el establishment”, dicen muy pero muy cerca de Lavagna y de Kirchner. Hablan del escándalo que estalló por una denuncia de corrupción contra un asesor de Dirceu y que amenaza con llevarse puesto al ministro con apellido de wing izquierdo de la verde-amarela. En Yrigoyen entre Balcarce y el Bajo hasta asocian esa “mano negra” con los rumores (que apestaban a operación) acerca de un percance en la salud del ministro que recorrieron la City como un reguero de pólvora.
La derecha nativa, gutural y cerril, dice que el mejor alumno va camino de la medalla de oro. En el gobierno argentino se ubican en los antípodas de esa mitología. Reservando celosamente su identidad, un alto funcionario del área diplomática discurre: “Brasil 2004 es como Argentina 2000 con dos factores que atenúan el riesgo de una catástrofe económica y política: Lula no es De la Rúa. Y los brasileños no son argentinos”. El humor argentino no será el escandinavo pero no le falta crueldad.
En este mismo fin de semana, Hoerst Köhler, el mandamás del FMI, desembarca en Brasil. No es que busque data fresca (que le sobra) pero sí quiere husmear sobre el terreno cómo andan las cosas en la casa del mejor alumno. Lavagna, en la intimidad de su equipo, otorga una importancia enorme a esa visita o, mejor dicho, a lo que “lea” Köhler de la situación brasileña. “Si Köhler percibe que se están desbarracando al default o a una situación terminal, puede complicarse mucho nuestra relación con el FMI. Cuanto más cerca esté Brasil de ‘caerse’ del sistema, de poder optar por la ‘vía argentina’, más nos castigarán para prevenir cualquier fantasía brasileña de imitarnos”, imaginan en mesas de arena de Economía.
La aprobación del segundo tramo de las metas pautadas en 2003 con el FMI parece subordinada, según aseveran los organismos internacionales y sus voceros locales (entusiastas, banales, proclives a la sobreactuación de su cipayismo), a la prueba de “buena fe” argentina con los acreedores privados. En Economía creen que ese argumento es secundario a una contradicción principal: el nudo es cómo repercute un acuerdo en la política del Brasil. En estos días un funcionario sueco, el ministro de Relaciones Internacionales Gunnar Lund, dio una explicación que Lavagna resaltó para difundirla entre sus allegados. Suecia, se recordará, no apoyó que el FMI cerrara trato con la Argentina. Lund dijo que a su entender las ofertas argentinas tienen la tan meneada “buena fe”, pero mantuvo su oposición sincerando algo que otros escamotean: “Supongamos que Argentina logre que se apruebe un programa no del todo creíble. Eso es peligroso porque habrá gente en Brasil que se preguntará ‘¿por qué estamos haciendo tanto esfuerzo?’. Ese es el meollo: lo que haga respecto del reo de la cuadra incidirá en el accionar futuro del que es el mejor de la clase, que es también el grandote del barrio”.

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El politólogo sueco reenvía las declaraciones de Lund a su decano. “Acá los suecos somos profetas, profesor, tengo que prolongar mi estadía”, preconiza. Y capitaliza lo que cree que es un golazo para pedirle plata para viáticos e investigaciones sobre el terreno. “Quiero ir a K-lafate a hacer un estudio de campo”, macanea mientras fantasea en invitar (malversando esos fondos de la universidad pública de Estocolmo) a su esquiva ex más que amiga, la pelirroja progre que se ha vuelto kirchnerista.

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El 9 de marzo, Jaimito Prat Gay debería poner su rúbrica a un cheque de 3100 millones, previa orden expresa de Jaimito Kirchner. Para aquel entonces el Fondo debería haber aprobado el segundo tramo de las metas.
François Mitterrand, que de política algo sabía, gustaba parangonar la mayoría de los acuerdos políticos con un acuerdo de compraventa de comida realizado a ambos lados de un alambre de púa en un campo de concentración. Uno entregará la comida, el otro el precio. Ambos se comprometen a arrojar su prestación, al unísono, por arriba del alambre. Para que el negocio resulte debe haber buena fe de ambos, y hasta buena puntería. Un error advertiría al guardia y adiós negocio (cuando no, adiós vida de las contrapartes). Parece imposible reflexionaba Mitterrand... y sin embargo muchas veces el acuerdo se perfecciona.
Cortando clavos, el gobierno argentino relojea del otro lado del alambre y no termina de percibir señales definitivas. Las metas monetarias y fiscales se han aprobado con honores. Y hasta ha ocurrido un hecho digno de un subrayado: el FMI ya ni menciona la reestructuración del sistema financiero, uno de los espantajos supuestamente irrenunciables que meneaba antes de la firma del acuerdo.
“Somos un grano para ellos, porque les discutimos y venimos teniendo razón”, explica el inquilino de una empinada oficina en el primer piso de la Casa Rosada. El problema, reconoce el hombre, es que Argentina no puede permitirse tener razón de un modo triunfal. No ya porque incurriría en pecado de soberbia sino porque las correlaciones de fuerzas, aún en el siglo XXI, son las correlaciones de fuerzas. Y la astucia criolla de Jaimito puede derivar, hoy por hoy, en varios porvenires, pero jamás en el de dejar al G-7 y al FMI en el desairado lugar de los perdedores.
Por eso, aun desde ciertas oficinas oficiales se espera algún gesto de “buena fe” del Gobierno, que repercuta del otro lado del alambre. Los organismos argentinos siguen desconfiando del truquero manejo nativo de la negociación con los bonistas privados. Y rezongan porque el Comité de Bancos, que Lavagna ostenta como un gesto potente, no ha sido sacralizado por el consabido decreto oficial.
“Esto va a funcionar así, para siempre –se resigna un negociador– con suspenso hasta último momento. Suponga que ahora se aprueben las metas. Junio será otro Himalaya. Y septiembre, cuando los organismos quieran poner sobre la mesa de discusión el porcentual de PBI que se pague en 2005...”
Los números de la economía argentina obran sobre la negociación un efecto dual. Excitan la avidez de los acreedores y del FMI que quieren aumentar su libra de carne. Y, simultáneamente, robustecen la convicción del gobierno argentino de que no puede desandar el camino que ha elegido. Algunos funcionarios locales hasta asumen la posibilidad futura de “vivir con lo nuestro” de por vida, que tan mal no nos va.

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“¿Qué pasa en el corto plazo, si no se aprueban las metas?”, pregunta Página/12 en los pasillos de Balcarce 50, de Economía, del Banco Central. La respuesta es unánime: en el corto plazo, nada. El país es pagador neto de deuda, por ahora no depende del flujo de inversiones externas, no hay pánico ni mercados nerviosos. “Las inhibiciones de bienes en el exterior en otra época se hubieran llevado la cabeza de un ministro, producido corridas del dólar. Ahora sólo suscitan revuelo mediático. La sociedad cambió”, registran, también unánimes.
Desde luego, nadie cree que esa inmunidad coyuntural pueda prorrogarse hasta la eternidad. Pero esa calma relativa también condiciona decisiones futuras. “Por ahora –se entretiene un negociador– acá estamos, mirándonos de frente con el G-7 a ver quién pestañea primero.” Se ríe, pensando en el tamaño relativo de los duelistas. Pero, por las dudas, no pestañea.

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Hasta da envidia el politólogo sueco que sigue de cerca una situación tan apasionante, en parte a fuer de inédita. ¿Qué hará Brasil, si su economía real no mejora? ¿Seguirá abrazado al oso FMI como intentó Argentina? ¿O cambiará de rumbo? En ese escenario fascinante Kirchner y Lula han acordado una reunión estratégica, justo al día siguiente en que Argentina debería pagar 3100 millones, que es plata.
Los presidentes de Argentina y Brasil han adoptado estrategias bien diferentes respecto de los organismos internacionales y no se sabe en cuánto las modificarán. Distintos son sus manejos, distintos sus países, mucho más grande uno que el otro. Y el más grande, por ahora, es el mejor alumno del grado.
Acordar políticas comunes de cara a los organismos internacionales de crédito será el –peliagudo– objetivo. Podría señalarse que los que buscan su (inevitable) destino común son países limítrofes que han guerreado entre sí mucho menos que Alemania y Francia. Y que sus idiomas son bastante más parecidos que el alemán y el francés. Pero su distinta situación actual y sus asimetrías imponen una dificultad nada desdeñable.
Como fuera, mantener la mirada fija, acompañado por el grandote del barrio, así sea el olfa de la maestra, es un gesto que tiene su encanto. Aventurar en qué derivará esa primera reunión es un albur. Pero se entiende la euforia que exhibía Kirchner en Caracas. El futuro, como todo al sur del Trópico de Capricornio, es de ardua predicción.

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“¿Cómo haría usted para disimular la presencia de un elefante en las calles porteñas?”, pregunta un referente empinado del kirchnerismo de la Capital.
Página/12 –que le ha planteado dudas acerca de si la movilización de mañana es funcional al liderazgo de Kirchner– ha realizado varios trabajos en su vida, pero en esa materia carece de experticia: “Dígame usted”.
El interlocutor propone una solución que remite a “La carta robada” de Edgard Allan Poe o un relato de Chesterton: “Rodeándolo de elefantes”. Su metáfora apunta a que el kirchnerismo pondrá su gente en Plaza Congreso para disimular, mitigar o difuminar la presencia duhaldista en la reina del Plata justo cuando la clase media regresa de sus vacaciones y las blancas palomitas comienzan las clases.
“Nosotros pondremos cuatro o cinco mil. Ellos, cincuenta mil. O, al menos eso dicen.” A priori, la proporción suena sensata, las cifras abultadas. Como fuera, no parece que una movida en la que participan Hugo Moyano, Luis D’Elía, el PJ bonaerense, que provocará atosigamientos de tránsito en un día laboral, sea una carta triunfal para la fértil relación entre el Presidente y las clases medias porteñas.
“El acto nos lo impusieron, es una forma de decirnos que algo les debemos y que no podemos prescindir de ellos”, reconoce el dirigente kirchnerista. “Prometieron venir sin banderas partidarias, sólo argentinas.”
–¿Usted les cree?
“No parece sencillo. Pero, le pido un favor, si Manuel Quindimil aparece sólo con banderas argentinas, sáquenle una foto. Esa será la prueba de que ha triunfado la revolución kirchnerista.”
Son bromas, claro, aunque el Gobierno no espera con especial temor la jornada. Con optimismo envidiable, piensan que la presencia popular en las calles será interpretada “afuera” como una prueba del enorme consenso que ha acumulado Kirchner. Y, de últimas, comentan los grupos más fervorosos y militantes, “no podíamos correr el riesgo de que los piqueteros duros noscoparan la calle”. Pero nadie duda de que los micros bonaerenses no solo traerán miles de peronistas, sino extendiendo una factura de monto impreciso, de vencimiento abierto. Pero una factura, al fin.

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Seguramente recién hoy se darán los toques finales al discurso que pronunciará mañana Kirchner ante la Asamblea Legislativa. Cristina Fernández, Alberto Fernández y Carlos Zaninni le acercarán ideas y el secretario legal y técnico tendrá a su cargo la redacción final, pero el núcleo de lo que se dirá lo resolverá el propio Kirchner. Quienes recorren la intimidad de la mesa chica aseguran que no hará una tediosa enumeración de actos de gobierno, pasados y futuros, ni demasiados anuncios. Lo suyo será “un discurso político”. Hará una recorrida por sus principales logros, propondrá algunas medidas y luego definirá, en trazos gruesos, a la Argentina residual, la del pasado, que él asocia con la sumisión al neoliberalismo y la Argentina alternativa, la de la oportunidad, la del futuro.
Si el elefante duhaldista no pasa desapercibido (y es improbable que así acontezca), el marco dejará material para el análisis. La puja de Kirchner ha sido ganar representatividad a fuerza de sucesivas decisiones políticas. Definiendo aliados y adversarios, construyendo la agenda, no en base a la oratoria sino a los actos. Esa representatividad ha crecido notoriamente pero no ha corrido pareja con la de las estructuras que lo apoyan. Y lo cierto es que la gobernabilidad K requiere del apoyo de esos elefantes (algunos dinosaurios incluidos) que van a hacerse notar en la Plaza.

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Los días que vienen estarán sobrecargados de tensiones, de vértigo, de suspenso (como son todas las vísperas de fechas centrales en la negociación con el FMI), de novedades. Tal vez alumbren una nueva crisis o una breve tregua hasta junio. Tal vez alumbren un nuevo rumbo estratégico con el Brasil, acaso obre apenas una catarsis sin mayores secuencias. No serán, en cualquier caso, días banales.
Dicen que así le placen los días al Presidente, quien suele repetir ante sus más fieles “llegué acá de casualidad. Compré un solo billete y saqué la grande. Ya que llegué no quiero pasar como un presidente más. Hagamos historia”. Algo de eso les dirá a los argentinos mañana, en un contexto que habla de lo que ha logrado hasta ahora y de los muchos elef... (perdón, obstáculos) que le quedan por remover.

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