Jue 04.03.2004

EL PAíS  › OPINION

Verdad y justicia

› Por Horacio Verbitsky

En el Día del Almirante Guillermo Brown, la Armada rompió con Isaac Rojas y con Emilio Massera. Es imposible elegir un día mejor y difícil superar la claridad y densidad del discurso pronunciado ayer por su jefe de Estado Mayor, almirante Jorge Godoy. Habló de integración al pueblo, justicia social, respeto por el pluralismo y los derechos humanos, verdad y justicia para el reencuentro y la reconciliación, subordinación a las decisiones del gobierno elegido por un pueblo civilizado. Tres o cuatro almirantes retirados se alejaron con gesto de contrariedad, lo cual indica que entendieron el mensaje. En cambio el almirantazgo del presente está unido detrás de Godoy. Incluso lo acompañaron hasta la última frase cuatro ex jefes de Estado Mayor.
Con sus palabras levó anclas la Armada del siglo XXI, cuyos actuales integrantes no tienen por qué pagar las culpas de la irracionalidad y la barbarie, de los crímenes contra la dignidad humana cometidos por otros durante el siglo pasado y que nada puede justificar. Godoy dijo que no se podían negar ni disculpar los hechos aberrantes ocurridos en la ESMA, que la Armada de hoy los rechaza en forma categórica. También, que ese pasado no quedará atrás si la justicia no asigna a cada uno lo que le corresponde. Es la primera vez que desde una tribuna naval no se asocia reconciliación con impunidad.
La decisión de discernir lo bueno de lo que no lo es, de practicar de una vez por todas el imprescindible deslinde con ese pasado tenebroso, es una iniciativa que no surgió del poder político, sino de la propia Armada. El Consejo de Almirantes en pleno aprobó cada línea del mensaje de Godoy que refleja así una toma de posición institucional. Prueba de ello es un documento firmado por todos sus integrantes, que confiere al pronunciamiento una solidez y una proyección distintas. Los marinos querían que esa actitud se conociera antes del 24 de marzo, cuando el presidente Kirchner tomará posesión del edificio donde funcionó uno de los más sórdidos campos clandestinos de concentración durante la última dictadura militar. Ese día la palabra la tendrá el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Por eso, el aniversario de la muerte de Brown, paradigma de virtudes que muchos de sus sucesores olvidaron, era la última ocasión previa que tenía la Marina de Guerra (como la llamó ayer en forma reiterada Godoy, acaso para tomar distancia con las tareas policiales que no le competen) para hacer saber que no sólo obedece sino que también comparte la decisión de dedicar ese predio a la memoria de los episodios repudiados por la sociedad, de la que no quiere marginarse.
Nada de esto hubiera sido posible sin la inclaudicable lucha de los organismos de derechos humanos, cuya consigna de verdad y justicia asumió ayer la conducción naval. Tampoco hubiera sucedido sin las precisas definiciones del Poder Ejecutivo, que desde el primer día de su mandato mostró la decisión de conducir a todas las fuerzas del Estado, incluidas las que portan armas, como no lo había hecho nadie desde la conclusión de la dictadura. La Armada no quiere ser prisionera del pasado, arroja lastre y se avoca a sus misiones específicas y a todas las que se le ordenen dentro de la Constitución y la ley, en una Argentina democrática y republicana. La sociedad que padeció sus extravíos de ayer puede darle hoy una generosa bienvenida.

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