EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
EXCITACIONES
› Por J. M. Pasquini Durán
El próximo martes vence una cuota de la deuda externa y el Fondo Monetario Internacional (FMI), por supuesto, espera cobrarla, mientras el gobierno nacional reclama el visto bueno del organismo a sus metas parciales de desarrollo económico, en tanto los países ricos del G-7, lo mismo que el FMI, quieren una tajada más grande de los ingresos económicos. De la zona delimitada por ese triángulo, igual que en otras oportunidades similares, se levantan voces con acento dramático para advertir una vez más que si Argentina desobedece a la voluntad de los más ricos caerá en las llamas del infierno y sin matafuegos. Para apoyar esas excitadas advertencias, que ya fallaron los pronósticos más de una vez, las mismas voces aseguran que ahora está peor que nunca, porque el “amigo” Köhler cedió la cabecera del FMI a la “enemiga” Krueger, como si los intereses de las finanzas internacionales aceptaran ese tipo de categorías. Son intereses, y punto. Las diferencias en esas burocracias, cuando las hay, se refieren siempre a la mejor manera de satisfacerlos. Lo mismo que esos asesinos a sueldo de las novelas negras, a la hora fatal miran a los ojos de la víctima y le aclaran: “No es nada personal, amigo”.
Hablando de las circunstancias específicas de la actualidad, también podría aplicarse esta otra lógica: nunca antes de Néstor Kirchner ningún presidente argentino había comprometido el valor de su credibilidad de un modo tan absoluto en nombre del principio de no saldar ninguna deuda a costa de nuevos o mayores sacrificios de la mayoría popular ni del progreso nacional. Hasta el momento, los datos indican que el compromiso no es el fruto de alguna excitación momentánea del tribuno sino el eje de una política que tiene el deber de reparar las prioridades de la pobreza, el desempleo y la exclusión social. Tampoco las propuestas oficiales han forzado los límites de las relaciones internacionales de poder, aislándose del mundo y hasta de los vecinos más cercanos, pero sin la impudicia de las “relaciones carnales”.
Por otra parte, la llamada “cooperación internacional” sirvió de cobertura para todo tipo de manipulaciones especulativas del capitalismo depredador. A propósito de la tragedia haitiana, la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (ACDI) dio a publicidad un documento que empieza a morder ese hueso: “Los donantes han sido incapaces de entablar una relación de cooperación con el gobierno haitiano conducente a una verdadera lucha contra la pobreza. Las causas son numerosas y no tienen su origen únicamente del lado haitiano. La coherencia y la cohesión de la cooperación internacional a menudo ha dejado que desear y la tendencia a la sustitución y a la utilización de la condicionalidad han demostrado ser estrategias poco eficaces”. Un ensayista canadiense agregó a esta declaración el siguiente comentario: “Esto es, todos los pretextos han sido utilizados para cortar la ayuda internacional, incluyendo las verdaderas razones, habida cuenta de la naturaleza delictiva del régimen [...] Cuando Aristide llegó al poder se pensó que un ‘quick fix’ (arreglo rápido) era posible, lo que permitiría, desde el punto de vista estadounidense, eliminar las amenazas de un éxodo masivo (los boat people haitianos), sin pensar en lo que había que hacer para reconstruir el país.Al límite, fue el pueblo quien pagó. Y hoy día, quisieran que se olvide todo eso y se diga ¡bravo, vamos a salvar!” (ALAI, Preguntas sobre la tragedia haitiana).
No es una digresión la referencia al drama increíble de Haití, donde el 92 por ciento de la población carece de empleo fijo, porque allí acaba de consumarse un golpe de Estado, planeado por Washington y ejecutado por los marines, con el apoyo de tropas de Francia, Chile y otros países (Argentina acudió con ayuda humanitaria), a caballo del descrédito del gobierno de Aristide y el desenfreno de la violencia entre desesperados. Es otro quiebre de las democracias impotentes en la región, en las que los gobernantes surgen de las urnas pero al día siguiente claudican ante las oligarquías locales y extranjeras, en nombre de un “realismo político”, máscara de toda clase de corrupciones, que busca el consentimiento de los “mercados” mientras el propio pueblo agoniza de miseria. La “solución haitiana”, ejemplo extremo de muchas otras realidades de injusticias, debería preocupar a Venezuela, pero también al resto del continente. Por eso, el principio juramentado por Kirchner puede tener alcances que exceden los debates por la deuda. De cómo se resuelva el tema dependerá el sentido de las políticas públicas y de ellas la capacidad de regenerar el tejido económico y social del país, para que sirvan, igual que la política y la cultura, al bien común.
Los “realistas” de la dependencia sonríen con escepticismo frente a lo que parece meras ilusiones. Con el mismo criterio –nada se puede cambiar– recibían las posiciones del presidente Kirchner sobre los derechos humanos y los que las aplaudían y alentaban eran acusados de “oficialistas”, de idiotas útiles o de nostálgicos subversivos. Para ese tipo de mentalidad era inimaginable el discurso pronunciado el miércoles pasado por el almirante Jorge Godoy, jefe de la Marina de Guerra, desde la perspectiva autocrítica sobre la participación de esa fuerza en el terrorismo de Estado. Fue un formidable pronunciamiento, casi una década después de aquel memorable texto del ahora embajador Martín Balza, por entonces jefe del Ejército, y un insospechado espaldarazo para la decisión presidencial de reconvertir a la ESMA en un Museo de la Memoria y en sede de actividades educativas. La excitación eufórica en la Casa Rosada por el mensaje de Godoy estaba más que justificada, lo mismo que la satisfacción de los defensores de los derechos humanos. Son momentos inolvidables, pero como bien lo recordaron las Abuelas, Madres y familiares de las víctimas, cinco mil de las cuales pasaron por la ESMA, las Fuerzas Armadas todavía deben a sus compatriotas la información más completa posible de cómo, cuándo y a manos de quién fueron asesinados los que desaparecieron en esas cuevas de “barbarie e irracionalidad”.
En el inevitable recuento, las presiones externas, los juramentos oficiales y los avances de la civilidad, no alcanzan para dejar de lado las fatigas cotidianas de la mayoría pobre de la población. A partir de los aumentos de tarifas autorizados por el Gobierno en ciertos consumos de gas y de electricidad, siguieron en cascada alzas de precios en artículos de consumo masivo que deberían ser interrumpidos de cuajo, antes de que se extiendan hasta ahogar la modesta bocanada de oxígeno que estaba alimentando expectativas esperanzadas en el futuro de corto y mediano plazo. Las funciones reguladoras del Estado son también para equilibrar las balanzas de las ofertas y las demandas, cuando está en juego el sustento diario, magro hasta la escasez. Las estadísticas indican, asimismo, que casi dos terceras partes de los nuevos empleos creados en los últimos meses son “en negro” y que el promedio salarial está un veinte por ciento debajo de la línea de la pobreza. Son datos que merecen excitar la atención de los que tienen poder suficiente para desafiar al mundo y a la historia.