EL PAíS
› EL CONTEXTO ECONOMICO DE UNA SEMANA DE DECISIONES
Una huella sin baqueanos
La pulseada entre la Argentina y el FMI tiene como contexto una serie de cambios que los gobiernos locales, a tientas, han entendido mejor que sus contrapartes. Por qué creció la economía y por qué puede seguir creciendo un tiempo, así diluvie. Los enigmas del mediano plazo. Los marcos de decisión de Kirchner, internas varias,
y algo más.
› Por Mario Wainfeld
OPINION
“¿Qué pasa con la economía local si la Argentina (sea lo que sea lo que esto signifique) patea el tablero en los próximos días?” Página/12 lo pregunta a decisores de primer nivel del ala política del Gobierno, de Economía, del Banco Central. Y también a economistas de postín, ex importantes funcionarios algunos de ellos, incluidos varios que postulan posiciones más transigentes con los organismos internacionales.
La respuesta, unánime en la medida que se respete el off the record, es “en el corto plazo, nada”. En tiempos pretéritos, si que cercanos, el castigo de los “mercados” caía con la brutalidad y la celeridad que caracterizaban al Dios del Antiguo Testamento. La penitencia era fenomenal, y por añadidura, inmediata al “pecado”. El dólar se disparaba, la Bolsa caía en tirabuzón, los capitales golondrina emigraban veloces y, como predica el condigno tango, querer detenerlos era una quimera. Ergo, las reservas se evaporaban y los ministros de Economía también.
La violación de la ortodoxia era punida en cuestión de horas. Ahora, dice un hombre de enorme reputación en la City, keynesiano él, “aunque el Gobierno le escupiera en la cara al FMI el martes, en el 2004 y quizás en el 2005 seguiríamos creciendo”. El hombre, créamelo, es un economista graduado allá en el Hemisferio Norte, no es devoto de “vivir con lo nuestro” y podría fundar lo que dice en términos más académicos.
Damas y caballeros, el mundo cambió. En el corto plazo, somos invulnerables, como los dioses o los ángeles. La pregunta para redondear el contexto es cuándo llega el mediano plazo y cómo esperarlo.
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La noticia de la renuncia de Horst Köhler a la presidencia del Fondo Monetario Internacional fue un baldazo de agua helada para el gobierno argentino. La desazón, aseguran testigos presenciales, de íntima confianzade los funcionarios, afectó al Presidente y al ministro de Economía por igual. Cada uno de ellos había tramado una relación con el alemán y, en el acotado marco de lo posible, le tenía mayor confianza que a sus congéneres. La suplente Anne Krueger no implica un cambio copernicano, pero sí un giro para peor, en el acotado marco de lo posible. Acotado marco, valga subrayar, que es el único que le interesa a los políticos de acción, como son Néstor Kirchner y Roberto Lavagna.
El ministro recibió la mala noticia con un atenuante, un consuelo que le duró lo que una estrella fugaz. A primera hora del jueves (la mañana boreal, la madrugada argentina), Köhler pintaba para quedarse hasta mayo. Unas horas después se sabía que la salida era inminente. La razón formal alegada es que los juristas del FMI dictaminaron que su nominación a presidente de Alemania era incompatible, desde el vamos, con su cargo en el Fondo. Varios funcionarios argentinos –habituados a que los juristas sean escribas que acomodan sus informes a las necesidades de los que deciden– sospechan que Köhler apresuró su salida para ahorrarse dolores de cabeza. Léase Argentina.
La sucesión de Köhler, dicen los que saben, debe recaer en un europeo. Argentina es un país curioso: muchas personas del común, sí que medianamente informadas, conocen pelos y señales de los funcionarios del FMI, ignotos para muchos ciudadanos similares de otras latitudes, incluidas las de los países centrales. Si la gente de a pie tiene su planito del FMI, qué decir de los ocupantes de la Rosada o de Hacienda. Un incondicional de Lavagna menciona a los “papabiles” posibles y sugiere los criterios de su jefe: el inglés Andrew Crokett (uno de los “notables” que desembarcó a auditar la gestión de Eduardo Duhalde en 2002) y el francés Jean Lemière son vistos con relativo optimismo. “Son ortodoxos, como todos, pero conocen la Argentina, reconocen que es un ‘caso’ y no son fundamentalistas.” El español Rodrigo Rato es alguien con quien se puede hablar, pero será muy tributario de las posturas de su gobierno. El inglés Gordon Brown sería una figura de temer, pues tiene a la Argentina entre ceja y ceja, pero Lavagna piensa que su ambición lo llevará a competir en ligas mayores, a intentar suceder a Tony Blair, tan luego.
Pero... para eso faltan meses. “El empate que precedió a la nominación de Köhler, insumió tres trimestres” se abaten en Economía. Nueve meses, en el hemisferio septentrional, es largo plazo. En ese lapso, habrá que convivir con la Dama de Hierro. Esa mujer ignota para casi todos los habitantes del mundo (seguramente para todos los Homero Simpson que moran en Estados Unidos) que crease o no –a fuer de famosa– fue tapa de la mayoría de los diarios de las pampas.
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La solidez coyuntural de la economía argentina es contrapartida de su desdicha anterior. Doce trimestres sucesivos de recesión y hasta de parálisis azotaron estas comarcas. El repunte ulterior a 2002 tiene mucho de rebote y de recuperación. La capacidad ociosa de la economía local era fenomenal. A fines de 2003, el Informe de Inflación del Banco Central estimaba que la industria manufacturera (que pegó un buen salto para arriba) trabajaba al 67 por ciento de su capacidad disponible. Para qué hablar de la mano de obra disponible en un país donde los desempleados son millones. Para redondear, hay mucho dinero de argentinos menos desventurados en los metafóricos colchones, y la comparación entre las irrisorias tasas de interés financiero locales y foráneas inducen a apostar a lo productivo, para variar. Así, valorizando los activos ociosos, recuperando a los trabajadores parados y con autofinanciamiento la Argentina (si no quemó) chamuscó los libros de los agoreros y creció a lo criollo. Sin crédito ni inversión externa, “descolgado del mundo”. Y, ya se dijo, conserva cierta inmunidad transitoria.
Con reservas generosas en el Banco Central, con tipo de cambio recontra alto y para nada volátil, con precios extravagantes de los productos primarios exportables, el corto plazo no mete miedo.
El debate serio es ver hasta cuándo dura ese portento y qué hacer después. El presidente del Banco Central, Alfonso Prat Gay, que tiene acuerdos consistentes con las líneas maestras de la política económica de los últimos tiempos, piensa que será imposible sostener el crecimiento si no se recupera la capacidad nacional de tomar crédito. Crítico fervoroso de la Convertibilidad, propone una comparación inquietante: en los ‘90 quedarse sin política monetaria obró efectos atractivos en el corto plazo pero fue letal en el largo. Algo similar sucedería ahora si Argentina mutila su posibilidad de tomar crédito.
La hipótesis de “vivir con lo nuestro” interesa a varios componentes del ala política del Gobierno. La idea de un plan “B” excede acaso las disponibilidades del oficialismo, pero sí hay criterios en danza. Básicamente suponen la perspectiva de incrementar la inversión pública –infraestructura, gasto social, crédito al sector productivo– y acelerar la reactivación, en cambio de pagar a los acreedores externos. El problema –o en todo caso el desafío al facilismo– es que dejar de pagar no sólo generaría recursos adicionales para gastar: también podría provocar desfinanciamiento del Banco Mundial, que banca entre otras gracias el Plan Jefas y Jefes de Hogar.
“Y si el corto plazo durara los años que insumen el mandato de Kirchner? ¿Y si éste jugara a ganador, buscando prorrogar hasta 2007 su consenso y el despertar económico, apostando a que en ese lapso cambiarán las reglas o vaya usted a saber?”, inquiere Página/12 a un par de economistas ubicados a la derecha del actual oficialismo. Ninguno se atreve a decir que sea imposible. Eso sí, auguran que no es sustentable en el largo plazo.
La pregunta de Página/12 peca de simplismo pero, quizá, no de ingenuidad. La estrategia de los negociadores argentinos, apenas inconfesa, fue patear para adelante la relación con los acreedores privados, mientras se consolidaban (a la par) la economía local y la popularidad interna del presidente. Más allá de ciertas diferencias entre Lavagna y Kirchner (de las que ya se dirá algo) es claro que la Argentina especuló con el paso del tiempo, en la idea (corroborada en buena medida) de que el escenario interno mejoraría más velozmente que lo que empeoraría el exterior.
Ese manejo pícaro va acompañado de una razón de fondo que ha dejado al FMI debilitado en el plano del discurso. La Argentina se ha apropiado del vocablo “sustentabilidad”, por añares patrimonio de los organismos internacionales de crédito. Kirchner no se privó de resaltar el punto en su discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. El FMI brega por la “aceptabilidad” de la propuesta que, a la luz de los hechos, sólo consigue ser aceptable a riesgo (a esta altura cabría decir “a costa”) de no ser sustentable.
En los días que corren, el manejo de “esconder la pelota” parece tocar sus límites. El cumplimiento holgado de las metas monetarias y fiscales obra un efecto dual. “Ya no tienen nada que reprocharnos. Sólo les queda el acuerdo con los bonistas. El tema ocupa toda la agenda, todo el tiempo. No hay nada más que hablar. Y las presiones crecen”, describe un negociador local.
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La Argentina podrá seguir pulseando y jugando al truco con los dueños del mundo o podrá ser quebrada. Pero la sola existencia de esa disyuntiva revela que en el mundo algo cambió. Un pequeño país se ha permitido desafiar las reglas sin que haya tronado (del todo) el escarmiento.
Ese cambio fue percibido, por intuición, desesperación o necesidad, por dos sucesivos gobiernos locales, que le sacaron un tranco de ventaja a sus contrapartes. La novedad conlleva su carga de incertidumbre a futuro. Nadie es baqueano en caminos flamantes que recién comienzan a transitarse.Tomar una decisión es, en ese escenario magmático, algo bastante parecido a timbear.
Viene siendo un clásico que en los momentos tensionantes se exciten las tiranteces entre el Presidente y el ministro de Economía. Estos días no fueron la excepción. Lavagna se embronca porque no se firmó el decreto autorizando la formación del Comité de Bancos. Y ve ahí “operaciones” de ciertos empinados ocupantes de la Rosada, muy linderos a Kirchner. Del otro lado se desliza que Lavagna no acepta su rol de secundar al Presidente y es más blando que éste en la negociación. El producido no ha sido hasta ahora letal, pero huele a poco aconsejable justo en instancias culminantes.
En ese marco ansiógeno tuvo su interés el encuentro de Lavagna con varios economistas, el viernes a mediodía. Los convocados abarcaron un espectro no tan amplio, esto es, limitado a quienes se piensa afines al Gobierno. Su “extremo derecho” fueron algunos ex compañeros de gestión de José Luis Machinea. Había varios integrantes del equipo económico actual.
El punto central de la conversación fue preguntarse si el Gobierno debía pagar, pasado mañana, 3100 millones de dólares al FMI en el supuesto (altamente probable hoy día) que para entonces no mediara aprobación del segundo tramo de las metas.
Las opiniones se dividieron. Los “pagadores” (Pablo Gerchunoff, Miguel Bein, Javier González Fraga) sugerían que si la Argentina remesa el dinero, el FMI no “tendrá otra” que aprobar las metas. Que pagar es dejar a la contraparte sin argumentos.
Los más firmes postulantes de no pagar si, del otro lado del alambre, no hay gestos claros fueron la titular del Banco Nación Felisa Miceli, Federico Poli (secretario Pyme) y Ricardo Delgado, de la consultora Ecolatina. Lavagna nada dijo sobre el fondo del asunto, pero es del caso remarcar que los “no pagadores” integran su equipo y su consultora.
Vale destacar una observación, entre irónica y constructiva, de Roberto Frenkel. En un momento del debate propuso “no discutamos más si se paga o no. Discutamos qué discurso puede tener el ministro de Economía en el segundo caso. La decisión presidencial de no pagar, ya está tomada”.
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Se trata de una profecía sensata, pero no de información certera. Claro que en algo, seguro, acierta Frenkel: en momentos de decisiones determinantes, todo hace vértice en la figura presidencial. Contra lo que creen personas comunes, no siempre mal intencionadas, estar en el centro de las decisiones comporta una presión fenomenal, usualmente desmedida, que pesa sobre “seres humanos normales con responsabilidades importantes”, como recuerda Kirchner.
Puestos a apostar acerca de qué ocurrirá en los próximos días, que serán para cortar clavos, en el Gobierno las predicciones dominantes son:
a) Kirchner no pagará antes de la aprobación de las metas o de un gesto consistente que las augure.
b) El FMI las aprobará, aunque sea tarde y la sangre no llegará al río pero...
c)... seguramente condicionando la siguiente etapa. Tal vez deslizando un párrafo en el que pida avances sustanciales con los acreedores privados.
Con final abierto y varios desenlaces posibles en el Gobierno se piensa que los márgenes de decisión se acotan. En verdad, la Argentina tiene todavía un par de barajas por jugar. De cara al martes, firmar el bendito decreto sobre los bancos.
Para jugar entre marzo y mayo, dice un negociador avezado, hay algún recurso, que sería un pago a los bonistas privados más o menos de contado. Aunque no muchos lo recuerden, explica el funcionario, el superávit primario comprometido sobra para pagarle al FMI y deja “vacante” un paquetito de plata para sedar a los acreedores. Eso sin contar que elcrecimiento del PBI y por ende de su tres por ciento, permite más margen de maniobra al gobierno nacional.
Pero eso sólo sería (se enfatiza el potencial) analizable si se pasa de pantalla. Algo que todavía está por verse.
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La discusión por la deuda “roba cámara” y domina sobre otros hechos relevantes de estos días. Un par ameritan una mención al menos.
La autocrítica del almirante Jorge Godoy revela cuánto se ha avanzado en los 20 años de democracia y en los 9 meses de gobierno en materia de derechos humanos. El reconocimiento lo es también del cambio de humor social, de la valoración colectiva del terrorismo de estado, de un clima que se gestó por décadas y que Kirchner catalizó con acciones precisas, convincentes, apabullantes. La regeneración institucional y la búsqueda de la verdad y la Justicia son los puntos más sólidos del actual gobierno. Y van dejando trazas, como los cambios en la Corte o la autocrítica marina, que trascienden largamente la coyuntura.
La movilización del primero de marzo –enjuta, carente de personalidad y recorrida por varias internas– espeja cuán difícil le viene siendo a Kirchner armar fuerza propia. El tópico da para más que estas líneas, pero, en este sentido, el tiempo pasado ha consolidado la importancia del PJ y del duhaldismo especialmente como puntal de la gobernabilidad. Los transversales y los distintos intentos de armado del kirchnerismo hasta ahora poco o nada suman. En ese rubro, el tiempo corrido no se ha perdido del todo pero ha sido menos pródigo en darle al Presidente nuevos puntos de apoyo.
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La recuperación –insuficiente, en riesgo, pero sostenida– de la economía y del poder político tienen que ver con cambios en el mapa de poder interno y mundial. Pero, ya se dijo, ese mapa es precario, impreciso. Todos los protagonistas andan a tientas, aunque hasta ahora algunos hayan sido más atinados para leerlo.
Un cheque de 3100 millones de dólares es algo desmesurado, pero mucho mayores son las consecuencias de las decisiones que, contra reloj, presionado, mirando varios frentes al mismo tiempo, deberá obrar el Presidente. Seguramente su praxis lo estimule a repetir lo que vino haciendo (no le ha ido nada mal) pero más seguramente ni él mismo tenga todos los cabos atados acerca de lo que hará pasado mañana, en tres meses, en seis cuando el FMI pedirá la rediscusión del superávit primario comprometido por la Argentina.
Varios porvenires son posibles, incluidos los de la continuidad y el de un default con los organismos internacionales.
También es imaginable que esta vez se aprueben las metas y recomiencen en mayo la ordalía, los nervios, las cinchadas al interior del Gobierno. Tal vez el futuro cercano, por años, sea así, en crisis permanente, con acuerdos en tiempo de descuento, sin respiro. Es un escenario posible, no de los peores, quizá el mejor. Nada es confortable cuando cambia el mundo.